Por Patricio Jara
Culto La Tercera
14 de diciembre de 2018
Culto La Tercera
14 de diciembre de 2018
Traductor de Shakespeare y profesor de literatura en la
Universidad Diego Portales, el autor publica Tierra negra, un volumen de poemas que giran en torno al paisaje y
donde el hombre parece haber desaparecido. Cuenta Kurt Folch (Santiago, 1970)
que uno de los lugares más desolados por donde ha caminado en su vida, tanto
como los sitios eriazos que rodean la Panamericana Norte o los que se ven desde
la cúspide de la cuesta La Dormida, fue una fábrica de asfalto abandonada cerca
de la población Juan Antonio Ríos en Independencia. Tenía 10 años cuando, junto
a un amigo, ingresó a un patio de concreto donde había maceteros con tierra
muerta, tan muerta como los peladeros que rodeaban la edificación. Décadas más
tarde, esa imagen y esa sensación apabullante volvería, quizás de manera
inconsciente, en forma de versos: “una cucharada / de ceniza / de memoria / a
otra lengua / con su olvido” y que hoy forman parte de su reciente colección de
poemas.
“Me agrada el desierto, los sitios eriazos en la ciudad, el
lecho del río seco. A veces el terminal de buses o el patio de mi casa a
mediodía y el viento son la desolación misma”, comenta a propósito. “Me gusta
ese tipo de desolación. Aunque hay otros espectáculos desoladores y horribles,
como los centros comerciales, las noticias de actualidad o lo que ha hecho la
especulación inmobiliaria con el litoral central”.
Kurt Folch es profesor de la Escuela de Literatura Creativa de
la Universidad Diego Portales y ha sido traductor de Shakespeare, Tom Raworth,
Basil Bunting, entre otros. Los poemas que dan forma a Tierra negra, cuenta, fueron tomando cohesión de manera espontánea,
sin embargo hay elementos que él trabaja con frecuencia, como el apego a lo
terrenal del paisaje. Folch hace foco en aspectos telúricos, biológicos,
climáticos.
“La insistencia en la materia a través de elementos recurrentes
como sedimento, piedras, líquenes y cristales apelan a formas primitivas o
elementales”, dice. “Además proyectan imágenes que sugieren una especie de
neutralidad o sobriedad que funciona como antídoto contra el lirismo de lo
obvio y que en nuestra tradición se presenta, en general, en el uso de imágenes
superlativas, dramáticas, trágicas, con total apego a la ley del sentido”.
Y entre medio de todo eso
está el hombre...
El poema escucha, por lo tanto hay alguien que escucha antes de
hablar. Prefiero esa actitud. Pero ese sujeto no solo no controla lo que sucede
sino que sus palabras, que no dicen sino que escuchan, lo disuelven en lo que
ocurre e impide la consumación del sentido de cualquier narrativa. Me gusta
pensar que no hay relato alguno. Es decir, yo sé, o sabía más bien, las
anécdotas, los relatos, pero los he mutilado hasta que me parecieron por fin
irreconocibles.
En sus poemas el hombre no
es protagonista. Incluso ha desaparecido, quedan apenas los vestigios, como
sugiere el final del último texto: “con silencio entre cavernas bajo el hielo /
había dibujos trozos de cerámica huesos / el conjunto significa también otra cosa”.
Digamos que entre Orfeo y las Ménades, estoy de parte de las
Ménades. Puede que sea una cosa epocal. Es decir, en estos momentos somos, como
especie, literalmente una plaga. Los que tenemos hijos deberíamos pedir perdón
de rodillas y no solo a nuestros hijos. En ese sentido quizá este lenguaje no
pase de ser una expresión misántropa. Que lo es, en cierto grado, aunque no
inhumana e incomprensible. Porque ya sea en voz alta o en voz baja, toda forma
de discurso, sobre todo el que se concibe para ser impreso, termina en
impostura. Parece imposible salir de la trampa.
Para este volumen, Kurt Folch nuevamente utiliza el recurso
gráfico intercalado, la saturación de las formas, el alto contraste, acaso el
acercamiento a lo ilegible que es también, un acercamiento a la monstruosidad.
La portada es trabajo de la artista Alejandra Meza, su esposa, y las láminas
interiores son del autor. “Creo que hay una concordancia o sintonía entre los
versos y esas manchas. También son, en la saturación, una evocación de lo que señalas
como apego a la materia”.
O bien las formas
impensadas que podría ofrecer el acercamiento, por ejemplo, con un microscopio.
Un microscopio es la prótesis de una capacidad poética.
Mallarmé hablaba de la mirada telescópica. Pero en ambos sentidos, hacia lo
macro y lo micro, además de registrar las transiciones entre ambas. El lenguaje
del fragmento y del error tiende a lo microscópico y lo particulado. En esos
detalles aparece el extrañamiento o la monstruosidad que uno no podría nunca
agotar. Piensa en las descripciones que Lovecraft hace de la geometría y la
arquitectura concebida en los tiempos de Cthulhu. Son párrafos y párrafos de
algo que se nos presenta con lujo de detalles pero que es imposible comprender,
porque resulta demasiado primitivo y extraño.