Agárrate
como un náufrago desesperado
a
los propicios tallos que a tu paso se tienden;
a
los cables del cielo agárrate con el alma;
huele
bien la materia, haz tus invocaciones;
examina
por el revés las piedras inmutables,
escucha
arrodillado la voz de las profundidades;
desentraña,
lupa en mano, la enigmática lengua
del
gusano de luz, observa con ojo sabio
si
el ramaje de los alrededores sigue indemne.
Examina
si los primeros brotes del roble
han
sido o no mordidos por el venado;
si
arriba el canto de las aves es estable,
si
el fugaz pasajero cortó las topa-topas,
si
su planta holló la or de la mañana.
No
eches en olvido que un solo paso tuyo
dado
fuera de órbita en ese despeñadero
(dédalo
inexplorado, sin comienzo ni término)
podría
trastrocar el curso de tu destino.
Antes
que nada cuida de tu propio pellejo
y
avanza con discreta cautela en ese trance.
Escucha
con atención el canto del chucao
y
ten presente de qué lado viene el augurio;
no
olvides que estás en el justo término
de
la vida o la muerte; de pie en ese límite
en
que la fortuna puede hacérsete presente
en
forma de anillo auroral o sésamo ábrete,
o
bien —y por designios inexorables y lejanos—
venírsete
toda encima la desgracia.
Y
si en vez del sorpresivo canto del chucao
oyes
a lo lejos el cuerno del indio solitario,
recula
un tanto, amigo, aguza bien la oreja
y
pon tu desamparado corazón en guardia.
El
no olvida la pica ni el arcabuz guerrero;
Él
no olvida a la legión de sus antepasados
asesinados
por aventureros sedientos de oro,
bandoleros
sin alma y de tu propia estirpe.
en El
viejo lenguaje de las hojas, 2019
Antología Descontexto Editores