Sobre
Diario de la peste, de Manuel Illanes
Hemos acabado
por enterrar el festín de los solsticios. (...)
De ahora en
más solo dispositivos, trampas mentales.
Manuel Illanes
Pocas
veces se tiene la oportunidad de encontrar un texto de este tipo, no solo de
interés poético-narrativo -en cuanto cuenta
un relato fragmentado- y político -en cuanto pone en tensión ciertas dinámicas sociales
que hemos venido observando en el último tiempo-, sino también de interés histórico-pandémico, por decirlo de
algún modo. A través de figuras retóricas y de alcance, el autor nos va guiando
por un traslado social (“la pupila es un azar”), de ánimo, de final y de crisis
total que subsiste desde siempre
(hablando en los términos vitales de un autor relativamente joven, nacido en plena
dictadura -1979); la misma, o casi la
misma, crisis en la que ha vivido el espacio protagonista retratado,
Latinoamérica; producto de múltiples razones que, en este libro, se adjudican,
grosso modo, a un solo “enemigo poderoso”. Para algún lector, tal vez este grueso
ajuste se origine en encuadre y sesgo. Para otro, tal vez en la experiencia y reflexión.
Si queremos restringirnos exclusivamente a la lectura, se trata de una
declaración de principios. La peste es una sola, aunque en nuestra situación
(actual) la peste haya tomado más de una forma.
Poietomancia, le llaman algunos (cómo olvidar las
cátedras del poeta y académico Andrés Morales, en la otrora gloriosa Facultad
de Filosofía de la Universidad de Chile, lugar en el cual también se instruyó
Illanes en los albores de este siglo, y en donde vimos a la “peste” adquirir
variadas manifestaciones), rigurosos de la forma, creyentes en la cadena lógica
de los acontecimientos, o, como en este caso específico, de la peste. ¿Cuál es
la peste? Existe un claro sentimiento anticapital, aunque, se deja ver, y
ensayaremos una derivada, concluyente y decidida: la verdadera plaga es el ser
humano. Sin ser expuesto de manera explícita, en la derivada superior se encuentra
esta pregunta, discusión o disyuntiva. Como se sabe, no existe posición “anti”
sin una posición “pro” aparejada. Aun cuando el “pro” en Diario de la peste no se expone, más que de manera implícita,
deberemos acordar que el tiempo cubre todas las heridas, incluso aquellas que
nos hacen enlodar, caer y revolcarnos en nuestras calles, callejones y pasajes
latinoamericanos, en donde abunda el baile, la comida callejera y la cercanía
física, como así también la pobreza, la violencia, la prostitución, los
charlatanes políticos y las (in)consecuentes promesas –dadas las actuales
condiciones, pareciera que imposibles-
de un mundo mejor (“la vibración que produce un golpe inesperado”), de una
existencia mejor (“el otoño y los edificios se confabulan para simular una
imagen de ensueño (...) como de cartel publicitario”).
Illanes
es un autor desencantado frente a un lector ídem (¿podría ser de otra manera?),
en tiempos espasmódicos. El despertar, otro más, se suma al despertar del otro
despertar que ya se ha dormido nuevamente. El eslogan queda fuera de este
libro. También el panfleto. El autor asume un camino honesto y solitario, acaso
el único posible. Mezcla de referencia histórica y política, con recaudos y
descomposiciones producto de la mala siembra en la ciudad (Capital); una siembra
que cosecha drogadictos, calles meadas, hediondas, encolerizadas, bajo “cientos
de grafitis como un sudor ácido”. El caminar, el diletar, la vida familiar, la
amistad, la fraternidad (“Lecturas de poemas al borde del océano”, “El fantasma
de Arturo Belano paseándose por los pasillos y nuestros sueños”), no es
esperanza per se, es matiz
nostálgico, recuerdo apenas agradable, que asoma un leve rictus parecido a una
sonrisa.
La
revolución, para Bolaño, sucederá en algún momento. El cambio esperado no
vendrá de revoluciones masivas, ya que no vendrá de ninguna parte, soterra el Diario de la peste. En su argüir
posmoderno, a la vez que sesentero-beat, pareciera exponer, a regañadientes, el
completo fracaso de la humanidad. Pareciera decirnos que de no haber un cambio real
e ineluctable en el individuo, cada prócer irá cayendo, cada ideología irá
cayendo, y con ello, cada esperanza e ilusión. El vicio se repite, de un
momento a otro, de un capital
político a la promesa actual de un futuro corrupto, siempre corrupto.
Revoluciones
van a venir, lo anticipa Bolaño en el epígrafe; ahora, en cien años, “o –en-
cinco mil”. Lo que no dice Bolaño es lo que completa –en su expresión vital y
trascendente- Illanes: que podrán venir cien revoluciones, pero mientras no
llegue la que apunte al individuo (no a la masa), estaremos en un eterno tira y
afloja, en un eterno vivir esclavizado, entre Ciudad Capital y Ciudad Ilusión,
que en el fondo son el mismo sitio: “es un pez, es un pez el poema que
desciende por el arroyo del tiempo”.
“Porque
la poesía no es sino el fraseo del vértigo” es que nos hallamos frente a frente
con el río del delirio, de una historia extática que, en su paradójica certeza,
sucede cada día, en cada rincón de nuestras esquinas y ciudades, frente a
nuestras narices.
Lo
que llamamos mundo
es
la soledad invencible
de
los cubículos en que habitamos.
Diario de la peste
Manuel
Illanes
G0
Ediciones
2019