Reseña a “¡Flash!”, de
Franklin Goycoolea
(G0 Ediciones, noviembre de
2017)
Lo primero que hay que
decir de este libro es que está muy bien hecho. Felicitamos entonces a los
editores. Bien elegido el papel, la tipografía, pulcra diagramación. Un timbre
de agua en la portada, en relieve, te dice de entrada que en tus manos tienes
un libro hecho con dedicación.
Lo segundo decir que
probablemente todos los hombres deberían publicar un libro, reunir un conjunto
de textos —y de fotos, como en este caso — y armar, articular dicen ahora, un
volumen a disposición del público. O de los amigos, parientes y
conocidos. Claro porque el carnet de identidad y el Rut dicen muy poco de una
persona que habita o ha habitado este curioso mundo en el que actualmente
estamos nosotros. Más aún si se trata de un hombre ligado al arte, al arte de
la palabra y al arte de la imagen, como es el caso de Franklin Goycoolea, más
conocido por su segundo nombre, Jaime. Y este es el libro de Jaime, del Pelao
Goycolea. Sus señas de identidad: recuerdos, pensamientos, poemas y nostálgicas
fotografías. De ahí el título del volumen: ¡Flash!
Y hablando de sus
fotografías, todas en blanco y negro, llama la atención que el hombre siempre
está ausente o a lo más aparece la sombra del hombre, generalmente del mismo
autor, o un perro que mira a la cámara, un gato, un muro, una ventana y la
cortina, una calle solitaria, una bandera chilena desgarrada, todas las cosas
que habitan el mundo que acompaña al autor, pero el autor no aparece, o si
aparece es en un retrato fotográfico puesto sobre una repisa, o la sombra del
mismo autor mientras está tomando la fotografía. Y nadie más. Sabemos que la
gente estuvo ahí, construyó esa muralla o esa escalera, pero cuando el
fotógrafo captó la imagen ya no había nadie.
Yendo al texto nos
encontramos primero con una introducción del propio autor donde recuerda su
juventud bohemia, en Santiago y en la compañía de reconocidos escritores y
artistas plásticos chilenos; mismo caso que en la fotos, todos y todas
desaparecido(a)s. Salvo una que otra excepción. Cuenta también, sucintamente,
como llegó a la fotografía y que entiende por poesía.
Luego vienen un conjunto de
poemas intercalados con las fotografías y comprendemos que, para el autor, una
y otra cosa están hechos de la misma sustancia. Luego viene otra sección
titulada “El haikú porteño”, que alude a Valparaíso, donde el autor ha vivido
parte importante de su vida.
Eres igual que aquel contra
el que luchas
Por esto,
Escoge con cuidado a tus enemigos
Por esto,
Escoge con cuidado a tus enemigos
Luego viene otra sección en
la que Martín Cinzano transcribe una conversación entre Goycoolea y Juan Luis
Martínez, supuestamente ocurrida en el bar “La Gloria”, en septiembre de 1991. Se
trata de un dialogo suelto y alegre entre estos dos personajes reales y
ficticios al mismo tiempo. El registro de una amena charla que nunca sabremos
si tuvo o no lugar en ese lugar y fecha. Pero da exactamente lo mismo porque no
le quita ni da mayor o menor valor.
Cierra el volumen un
epílogo de dos páginas de Carlos Almonte, escritas en agosto del 2017 ex
profeso para este libro, titulado: “Franklin Goycoolea, situacionista zen”.
Donde Almonte, se refiere, como yo mismo más arriba, a la mirada con que Goycoolea
aborda la poesía y la foto, cerrando así estas señas de identidad reunidas en
este libro.
en
Critica.cl, noviembre 2017