22/3/21

«La locura de (¿un escritor?)», de Carlos Almonte





Sobre “El manicomio”, de Martín Cinzano
 
 
Todo y nada es real.
Bretón Komachi
 
 
“Mi primer cuento era excelente, pero no era mío”, comienza esta nota, titulada “El manicomio”, que da comienzo a la antología (de cuentos) titulada La concentración. Se podrá argüir el inicio clásico de un cuentista-cronista, de un relator de historias conocidas, y-reales, de un autor clásico (digamos... latino), que interpela a un lector tácito, incluyéndolo en un compendio de ficción que no es tal, o al menos no lo es completamente. La brillantez de este inicio está marcado, justamente, por este punto: es real y no lo es, o, hablando en términos menos tensionados: ¡Qué es lo real y qué lo irreal! Digamos, lo real “es solo la base, pero es la base”, “lo real es aquello que te chocará como absurdo”, “el ser humano no soporta mucha realidad” (aunque la extirpación de estos epígrafes sea pecado venal por estos días). Por lo demás, “¿qué es más real, el fantasma que se refleja en el espejo o la dama que pasea con su perrito por las calles de Moscú?”.

Luego de esto, y una vez aceptados los términos de este acuerdo de lectura, podremos continuar, porque, y como nos gusta decir en estos tiempos, en el manicomio estamos todos: o, lo que es lo mismo, locos somos todos. Esta especie de fascinación colectivista que se sustenta evidentemente en la ficción, en lo que debiera ser y no es, es lo que articula, desde su primera línea, como hemos visto, una historia que pone en cuestión la jerarquía y la autoridad, de inmediato y sin miramientos, ubicándonos en el borde más extremo y peligroso de la rea-realidad.

Lo que sigue es un artilugio técnico, en el que el mismo autor se devela ante sus ojos, y, por consiguiente, de los nuestros. Lleva años intentando ser escritor, cuando es obvio que ya lo es. Es decir, nos encontramos, por segunda vez (en la primera página), frente a un ejercicio de honestidad impostada (digamos, solo para aclarar lo evidente, que la escritura es un ejercicio de impostación desde su origen). Considerando el potencial desparpajo de su interlocutor, el autor acepta, en este “manicomio”, una humillación tras otra. El autor verdadero conversa con el autor ficticio y en este diálogo el uno no solo acepta la posibilidad del otro, sino que el uno le regala su obra al otro (sí, se la regala). Al autor uno, al real, no le importa nada. Lo que para el “autor impostado” es su mejor cuento, para el “autor real” no es nada, no significa nada. He aquí la primera iniquidad. Luego está el “regalo” al estilo: “si tanto te importa, es tuyo”. He aquí la segunda iniquidad.

La tercera (y sucesivas) vendrán con el transcurso de las páginas, de la narración, de los relatos acontecidos en distintas partes de Sudamérica, con olor, sudor y hediondez a Latinoamérica. Pestilencia de dictaduras, persecuciones, exilios, destierros, estudiantes a punto de explotar, relaciones truncas, escamoteos e intentos de jugar, de escribir, de intentar alguna venta ilícita... Porque, claro, el tono del libro es un retrato de Latinoamérica. Una especie de bandeja de plata en la que un lector ávido se encuentra con una escritura ávida, definiendo una ecuación perfecta, en la que cada uno, tanto escritor como lector, terminarán sudando gotas en Cuernavaca en un tono “casi” completamente distinto, “casi” totalmente alejado.

Pero eso ya es harina de otro costal y materia de otros ensayos, comentarios y reseñas. Baste, por ahora, esgrimir lo anterior como el mayor de los argumentos a favor de esta nota y de esta compilación que reúne los cuentos de los últimos doce años de un autor que, en mi opinión, está consagrado per se; ya que, y parafraseando a Foucault, Si un individuo no fuera un autor, ¿podría decirse que lo que escribió, lo que reconstruyó con sus palabras, puede ser llamado “una obra”?

Elemental, se escucha su voz al lado, alejándose como un fantasma que se dirige al despeñadero, de las rocas a la playa, en Quintero, en Los Molles, regateándole al linesman, escuchando susurros impropios en medio de la oscuridad, en el Cordón Macul, en el barrio, en la liga de béisbol, en México, Ecuador, o en algún otro lugar lleno de sudor, militares y fracasos.

La concentración es un ejercicio de registro, de retrato, es un ejercicio de integridad ética, de escritura de altura magna, de justeza política, de ímpetu a veces desbocado... que comienza, desarrolla y culmina en este “manicomio”.



Carlos Almonte
Parque Intercomunal, marzo 2021