29/4/21

Solo se está [Sobre los tres primeros relatos de ‘La Concentración’, de Martín Cinzano], por Cecilia Gajardo





Juarroz escribió: “No se trata de hablar, / tampoco de callar: / se trata de abrir algo / entre las palabras y el silencio. / Quizá cuando transcurra todo, / también la palabra y el silencio, / quede esa zona abierta /como una esperanza hacia atrás. / Y tal vez ese signo invertido / constituya un toque de atención / para este mutismo ilimitado /donde palpablemente nos hundimos”. Pareciera ser que en estos relatos hay un sujeto desarraigado, o, mejor, fuera de Chile, dentro de Guayakill, sin determinaciones, planificaciones urgentes o inamovibles. En los tres primeros relatos: “Guayakill”, “La noción de sujeto” y “Éxito absoluto”, que en rigor podrían abarcar un solo relato porque la atmósfera es repetitiva, efecto que como lectora logra insertarnos en un lugar lento y caluroso, que de pronto nos recuerda a Pedro Páramo; en cuanto búsqueda, calor e incertidumbre.

Estos relatos dan cuenta de situaciones en que el sujeto chileno versus el citadino se encuentran cara a cara, pero no profundizan en la idiosincrasia de cada país, o no profundizan nada. Lo que sí se sabe, y no cabe duda, es que estos relatos están situados en dictadura, se explicita el lugar vívido de Pinochet, de militares, de exilio, mas no se ahonda en particularidades violentistas, en hechos puntuales de tortura. Los personajes, por ejemplo, no dan cuenta de una persecución política in situ. Cinzano no escribe desde el discurso tatuado, maniobra otro tipo de estrategia escritural, que, a mí parecer, es más tensa que una declaración jurada. El autor hace que el lector, a partir de los silencios extensos que se perciben en sus textos, lean su propio discurso político. Sin duda el contexto político de Chile es la gran razón de la existencia de estos relatos, pero están muy lejos de tener una intención de enseñar o moralizar a nivel social. En estos textos los personajes son depositados para experimentar con el sujeto como un cuerpo quieto que recibe un clima y reacciona frente a eso.

Estamos frente a textos donde el silencio, la observación, la inercia, el paisaje, el clima (en todos los sentidos), la violencia pasiva, están ahí para que nosotras y nosotros como lectoras y lectores construyamos la situación social desde la ausencia de la palabra hablada, desde el encuentro de dos culturas hispanohablantes.

Un país caluroso y lento, enfrentándose a un entorno soso, en el que los personajes se observan, se miran sigilosamente de los pies a la cabeza y se permiten existir mutuamente. En estos textos hay más miradas que lenguaje, hay más lenguaje no verbal que discursos, ni siquiera hay planteamientos políticos; sin embargo, en la lectura logramos estructurar uno que seguramente estaría acorde: “Estamos aquí para destruir sistemáticamente / las matrices de significaciones preverbales”, diría Bruno Vidal. Insisto y seguiré destacando que la construcción de este libro tiene su punto de inicio en las imágenes y en lo sensitivo. Los dilemas, si es que existieran, tienen que ver con sentir frío o calor, sentir hambre, cansancio, mal dormir, desde ahí comienza todo: “Lo que me impulsa son las ganas de entender lo que veo (o imaginar lo que no veo) en fotografías, construyéndolo”, dice la pintora chilena Natalia Babarobic y me hace sentido con la jugada que nos toca hacer con este libro, entender al personaje, al lugar y a nosotras y nosotros mismos que somos parte de la narración.

Como dice Jorge Ruffinelli a partir de la película ecuatoriana Ratas, ratones, rateros: “Tal vez alude así a un círculo de comunicación social y cultural entre dos ciudades, Guayaquil y Quito, que los personajes recorren para huir de sus propios fantasmas reales o imaginarios”. Preguntémonos, además del exilio o autoexilio: ¿escapaba de algo o de alguien el protagonista de “Guayakill” cuando, por casualidad, le toca estar con una cámara fotográfica sacándole fotos a cadáveres ayudando a la “poli” ecuatoriana? ¿Buscaba algo o a alguien la protagonista de “Éxito absoluto” al deambular por las calles de Guayakill terminando en una casa llena de mierda?

En Guayakill se siente calor y escribo este texto siendo majadera y febril, es una de las primeras sensaciones que se destacan en este libro, un calor distinto a todos los calores que existen. Esto se lee para que notemos la otredad de los espacios. Dar un paseo con calor seco desalienta, deshidrata como también puede pasar con la escritura, con el proceso de la escritura, no siempre con el resultado. Un calor que no se parece a nada.

Entonces cuando el chileno de “Guayakill” se ve “ayudando” a los polis a dejar registros fotográficos de diversos delitos, se desvía de su objetivo (pero no sabemos cuál es su real objetivo), solo se está. “Los polis de acá no somos como los de su país”. “Nosotros no torturamos, eso es de mamavergas”.  Son entusiastas en decir lo que quieren, que en rigor es plata, irse de putas y vivir y así mismo vivir es tener plata e irse de putas. Hablan de la “calamidad doméstica” que beneficia a los polis para excusar una ausencia en el trabajo, reducir un diálogo a la mínima expresión. En el mismo relato se explica: “se usa bajo cualquier pretexto. Un corte de luz o un corte de agua pueden ser una calamidad doméstica. Si el televisor no funciona, calamidad doméstica. Si tu hijo se meó en la cama, calamidad doméstica”.

La convicción versus un trabajo o acercamiento de trabajo llevado por la inercia y la novedad del día, de las horas. La noche deja de ser noche cuando se trabaja fotografiando sucesos que los maneja el estado de ánimo de un ser humano, el grado de suerte o fortuna, las coincidencias, la deslealtad.

Creo que la tortura está representada por las palabras que se tragan, aguantarse la náusea que provoca la violencia graficada. El muchacho de “Guayakill” se topa con unos polis y pasivamente lo obligan a tomarle fotos a dos cadáveres, después a otro con los sesos fuera, hasta que un día se enfrenta a lo que nadie querría ver: “—Hoy nos tocó bailar con la fea, broder. Un ingeniero hijueputa se volvió crazy, mató a su familia y se pegó un balazo”. El chico saca una, dos, tres, cuatro fotos, sigue, no para, no puede dejar el lente. No dice nada, calma su náusea, quizás vomita, pero luego sigue con la niña, que además tiene su cuerpo quemado, siente algo de ternura. Foto, otra, y así, fragmentando un cuerpo como si no fuera una totalidad.

En el segundo cuento de La concentración, “La noción de sujeto”, vemos cómo se desmenuza el lenguaje, cómo se maniobra un mensaje para no intervenir en el significante. En este relato el panorama es distinto, pero no demasiado. Un ayudante de literatura termina siendo, en rigor, el profesor y tiene que hacer el ejercicio constante de poder pasar lo esencial sin poner en peligro su vida (que cuelga de una coma). Reduzco: textos que no digan “libertad”, “lucha”, “humanidad”. Le funcionaba: “E incluso le había tomado el gusto a la autocensura”.

Una alumna mayor levanta la mano en la sala de clases con agentes infiltrados haciéndolas de alumnos, era casi imposible saber quiénes eran alumnos y quiénes eran ratis. La mujer hace un análisis complejo; dice que el sujeto no existía en la literatura española ni en la literatura latinoamericana ni en parte alguna. Ausencia de autor, presencia de palabras, dejar rastro palpable como una tumba, como una fosa con huesos de humanos. Ausencia del gestor, presencia de cuerpos. “Pero ella hablaba de LI-TE-RA-TU-RA”. La explicitud del lenguaje “militar” versus lo abstracto y no especialmente tangible de la gente de literatura. Inexistencias de metáforas. “¿Desaparecido?”, dijo se supone que un “tira” infiltrado. Supongo que después todo se va a la mierda, pero no está escrito.

Además de todo lo que no está dicho, reparemos en que los personajes no tienen nombre, otra ausencia verbal y de identidad. La mujer del relato “Éxito absoluto” no encuentra jamás lo que estaba buscando: “su contacto”, que tampoco tiene nombre; después de muchos intentos logra que le contesten el teléfono, y aquí la ausencia de información, que yo traduzco como lenguaje escondido: “Sin pensarlo ella dijo yo, yo. ¿Quién? Yo, yo, repitió, como si ella se llamara a sí misma o como si al otro lado de la línea buscara a otra persona, a otro yo”.

Le advierten que el lugar es peligroso, que una mujer, que una extranjera, que la ciudad, que los códigos, todo reducido a un “tenga cuidado que los manes son cosa seria”. La mujer deambula, se mete por calles que en su puta vida ha visto, siente calor, ese calor que no se parece a ningún calor, siente hambre, cansancio, pero no se detiene en la angustia, quizás en la desorientación. Finalmente llega a su destino, una casa en ruinas con las separaciones esperables de una casa, pero sin nada, vacía, completamente... un WC tirado con papeles llenos de mierda. La mujer vuelve al mismo lugar al otro día, mojada a causa de la lluvia. Se le mojan sus cigarros, que era su alimento con que mataba el hastío y la acompañaban en la desorientación, pero hubo segundos donde esa desorientación toma fuerza, se ordena desde la nada, desde una casa con mierda esparcida por todos lados. Imagina una puerta con llave para que nadie entre, visualiza una cocina, una pieza habitable, desde ese espacio miró una construcción latente, ¿sería capaz de llenarla de objetos, de palabras? Cinzano escribe (en Temblor de párpado): “Todo rasgo de inocencia y desprotección / en la muchacha sentada al borde / de ese parquecillo de sauces podridos / y potenciales violadores / se borra /cuando en su boca aparece un gíter / y el humo como en un truco de magia /nos da una versión fugaz / de lo real”.

Pinochet, en un diario ahí tirado en la casa con mierda, decía que su gobierno era un “Éxito absoluto”, y la mujer, tirando el humo de un cigarro susurra: “absoluto, absoluto, absoluto”.



Santiago de Chile, marzo 2021