Juarroz escribió: “No se
trata de hablar, / tampoco de callar: / se trata de abrir algo / entre las
palabras y el silencio. / Quizá cuando transcurra todo, / también la palabra y
el silencio, / quede esa zona abierta /como una esperanza hacia atrás. / Y tal
vez ese signo invertido / constituya un toque de atención / para este mutismo
ilimitado /donde palpablemente nos hundimos”. Pareciera ser que en estos
relatos hay un sujeto desarraigado, o, mejor, fuera de Chile, dentro de
Guayakill, sin determinaciones, planificaciones urgentes o inamovibles. En los
tres primeros relatos: “Guayakill”, “La noción de sujeto” y “Éxito absoluto”,
que en rigor podrían abarcar un solo relato porque la atmósfera es repetitiva,
efecto que como lectora logra insertarnos en un lugar lento y caluroso, que de
pronto nos recuerda a Pedro Páramo; en cuanto búsqueda, calor e incertidumbre.
Estos relatos dan cuenta de
situaciones en que el sujeto chileno versus el citadino se encuentran cara a
cara, pero no profundizan en la idiosincrasia de cada país, o no profundizan
nada. Lo que sí se sabe, y no cabe duda, es que estos relatos están situados en
dictadura, se explicita el lugar vívido de Pinochet, de militares, de exilio,
mas no se ahonda en particularidades violentistas, en hechos puntuales de
tortura. Los personajes, por ejemplo, no dan cuenta de una persecución política
in situ. Cinzano no escribe desde el discurso
tatuado, maniobra otro tipo de estrategia escritural, que, a mí parecer, es más
tensa que una declaración jurada. El autor hace que el lector, a partir de los
silencios extensos que se perciben en sus textos, lean su propio discurso
político. Sin duda el contexto político de Chile es la gran razón de la
existencia de estos relatos, pero están muy lejos de tener una intención de
enseñar o moralizar a nivel social. En estos textos los personajes son
depositados para experimentar con el sujeto como un cuerpo quieto que recibe un
clima y reacciona frente a eso.
Estamos frente a textos
donde el silencio, la observación, la inercia, el paisaje, el clima (en todos
los sentidos), la violencia pasiva, están ahí para que nosotras y nosotros como
lectoras y lectores construyamos la situación social desde la ausencia de la
palabra hablada, desde el encuentro de dos culturas hispanohablantes.
Un país caluroso y lento, enfrentándose
a un entorno soso, en el que los personajes se observan, se miran sigilosamente
de los pies a la cabeza y se permiten existir mutuamente. En estos textos hay
más miradas que lenguaje, hay más lenguaje no verbal que discursos, ni siquiera
hay planteamientos políticos; sin embargo, en la lectura logramos estructurar
uno que seguramente estaría acorde: “Estamos aquí para destruir
sistemáticamente / las matrices de significaciones preverbales”, diría Bruno
Vidal. Insisto y seguiré destacando que la construcción de este libro tiene su
punto de inicio en las imágenes y en lo sensitivo. Los dilemas, si es que
existieran, tienen que ver con sentir frío o calor, sentir hambre, cansancio,
mal dormir, desde ahí comienza todo: “Lo que me impulsa son las ganas de
entender lo que veo (o imaginar lo que no veo) en fotografías, construyéndolo”,
dice la pintora chilena Natalia Babarobic y me hace sentido con la jugada que
nos toca hacer con este libro, entender al personaje, al lugar y a nosotras y
nosotros mismos que somos parte de la narración.
Como dice Jorge Ruffinelli
a partir de la película ecuatoriana Ratas,
ratones, rateros: “Tal vez alude así a un círculo de comunicación social y
cultural entre dos ciudades, Guayaquil y Quito, que los personajes recorren
para huir de sus propios fantasmas reales o imaginarios”. Preguntémonos, además
del exilio o autoexilio: ¿escapaba de algo o de alguien el protagonista de “Guayakill”
cuando, por casualidad, le toca estar con una cámara fotográfica sacándole
fotos a cadáveres ayudando a la “poli” ecuatoriana? ¿Buscaba algo o a alguien
la protagonista de “Éxito absoluto” al deambular por las calles de Guayakill terminando
en una casa llena de mierda?
En Guayakill se siente
calor y escribo este texto siendo majadera y febril, es una de las primeras
sensaciones que se destacan en este libro, un calor distinto a todos los
calores que existen. Esto se lee para que notemos la otredad de los espacios. Dar
un paseo con calor seco desalienta, deshidrata como también puede pasar con la
escritura, con el proceso de la escritura, no siempre con el resultado. Un
calor que no se parece a nada.
Entonces cuando el chileno
de “Guayakill” se ve “ayudando” a los polis a dejar registros fotográficos de
diversos delitos, se desvía de su objetivo (pero no sabemos cuál es su real
objetivo), solo se está. “Los polis de acá no somos como los de su país”.
“Nosotros no torturamos, eso es de mamavergas”. Son entusiastas en decir lo que quieren, que
en rigor es plata, irse de putas y vivir y así mismo vivir es tener plata e
irse de putas. Hablan de la “calamidad doméstica” que beneficia a los polis
para excusar una ausencia en el trabajo, reducir un diálogo a la mínima
expresión. En el mismo relato se explica: “se usa bajo cualquier pretexto. Un
corte de luz o un corte de agua pueden ser una calamidad doméstica. Si el
televisor no funciona, calamidad doméstica. Si tu hijo se meó en la cama,
calamidad doméstica”.
La convicción versus un
trabajo o acercamiento de trabajo llevado por la inercia y la novedad del día,
de las horas. La noche deja de ser noche cuando se trabaja fotografiando
sucesos que los maneja el estado de ánimo de un ser humano, el grado de suerte
o fortuna, las coincidencias, la deslealtad.
Creo que la tortura está
representada por las palabras que se tragan, aguantarse la náusea que provoca
la violencia graficada. El muchacho de “Guayakill” se topa con unos polis y
pasivamente lo obligan a tomarle fotos a dos cadáveres, después a otro con los
sesos fuera, hasta que un día se enfrenta a lo que nadie querría ver: “—Hoy nos
tocó bailar con la fea, broder. Un ingeniero hijueputa se volvió crazy, mató a
su familia y se pegó un balazo”. El chico saca una, dos, tres, cuatro fotos,
sigue, no para, no puede dejar el lente. No dice nada, calma su náusea, quizás
vomita, pero luego sigue con la niña, que además tiene su cuerpo quemado, siente
algo de ternura. Foto, otra, y así, fragmentando un cuerpo como si no fuera una
totalidad.
En el segundo cuento de La concentración, “La noción de sujeto”,
vemos cómo se desmenuza el lenguaje, cómo se maniobra un mensaje para no
intervenir en el significante. En este relato el panorama es distinto, pero no
demasiado. Un ayudante de literatura termina siendo, en rigor, el profesor y tiene
que hacer el ejercicio constante de poder pasar lo esencial sin poner en
peligro su vida (que cuelga de una coma). Reduzco: textos que no digan
“libertad”, “lucha”, “humanidad”. Le funcionaba: “E incluso le había tomado el
gusto a la autocensura”.
Una alumna mayor levanta la
mano en la sala de clases con agentes infiltrados haciéndolas de alumnos, era
casi imposible saber quiénes eran alumnos y quiénes eran ratis. La mujer hace
un análisis complejo; dice que el sujeto no existía en la literatura española
ni en la literatura latinoamericana ni en parte alguna. Ausencia de autor,
presencia de palabras, dejar rastro palpable como una tumba, como una fosa con
huesos de humanos. Ausencia del gestor, presencia de cuerpos. “Pero ella
hablaba de LI-TE-RA-TU-RA”. La explicitud del lenguaje “militar” versus lo
abstracto y no especialmente tangible de la gente de literatura. Inexistencias
de metáforas. “¿Desaparecido?”, dijo se supone que un “tira” infiltrado.
Supongo que después todo se va a la mierda, pero no está escrito.
Además de todo lo que no
está dicho, reparemos en que los personajes no tienen nombre, otra ausencia
verbal y de identidad. La mujer del relato “Éxito absoluto” no encuentra jamás
lo que estaba buscando: “su contacto”, que tampoco tiene nombre; después de
muchos intentos logra que le contesten el teléfono, y aquí la ausencia de
información, que yo traduzco como lenguaje escondido: “Sin pensarlo ella dijo
yo, yo. ¿Quién? Yo, yo, repitió, como si ella se llamara a sí misma o como si
al otro lado de la línea buscara a otra persona, a otro yo”.
Le advierten que el lugar
es peligroso, que una mujer, que una extranjera, que la ciudad, que los códigos,
todo reducido a un “tenga cuidado que los manes son cosa seria”. La mujer
deambula, se mete por calles que en su puta vida ha visto, siente calor, ese
calor que no se parece a ningún calor, siente hambre, cansancio, pero no se
detiene en la angustia, quizás en la desorientación. Finalmente llega a su
destino, una casa en ruinas con las separaciones esperables de una casa, pero
sin nada, vacía, completamente... un WC tirado con papeles llenos de mierda. La
mujer vuelve al mismo lugar al otro día, mojada a causa de la lluvia. Se le
mojan sus cigarros, que era su alimento con que mataba el hastío y la
acompañaban en la desorientación, pero hubo segundos donde esa desorientación
toma fuerza, se ordena desde la nada, desde una casa con mierda esparcida por
todos lados. Imagina una puerta con llave para que nadie entre, visualiza una
cocina, una pieza habitable, desde ese espacio miró una construcción latente, ¿sería
capaz de llenarla de objetos, de palabras? Cinzano escribe (en Temblor de párpado): “Todo rasgo de
inocencia y desprotección / en la muchacha sentada al borde / de ese
parquecillo de sauces podridos / y potenciales violadores / se borra /cuando en
su boca aparece un gíter / y el humo como en un truco de magia /nos da una
versión fugaz / de lo real”.
Pinochet, en un diario ahí
tirado en la casa con mierda, decía que su gobierno era un “Éxito absoluto”, y
la mujer, tirando el humo de un cigarro susurra: “absoluto, absoluto, absoluto”.
Santiago de Chile, marzo 2021
Santiago de Chile, marzo 2021