Sobre Forasteros. Tres
narraciones peregrinas, de Bernardo Navia
Forasteros, plural de forastero, viene a nuestra
lengua desde el catalán foraster y, antes, del latín foras. Lo
que está afuera, pero ¿afuera de qué? Digamos que de lo humano. Es, entonces,
lo inhumano, lo inefable, en sentido estricto. Este libro es una aventura hacia
lo inhumano y al mismo tiempo un ejercicio de peregrinaje salvaje y sagrado,
valga la redundancia, en sentido doble: hacia el ser y hacia el lenguaje.
El peregrinus se hace símbolo en la Edad Media cristiano-europea:
viajero que por devoción o voto visita un lugar considerado sagrado. Viaja para
encontrar un santuario ante lo desconocido. Este principio permite situarnos
frente a las narraciones de Forasteros para inquirir ¿qué es lo sagrado,
en qué sentido “peregrinan” los relatos y la(s) lengua(s) que habla(n) estas
narraciones, cuál y dónde está el refugio que anhelan? Prima facie el
texto responde: “Los dioses, o los ángeles, poseen un extraño sentido del humor
(...) Pero, los dioses, o los ángeles, saben más (...)”. Aunque hacia el final esta certeza matiza: “Nadie
sabe a ciencia cierta si los ángeles se distraen o no (...)” y deja instalada la
pregunta; abre un camino.
Tal vez a alguien sorprende la inclusión de la ciencia, la academia
(Abelardo, el profesor), la duda, la incerteza, lo desconocido, en un universo
donde la casualidad no cabe, pues hay algo homeopático en las narraciones que
homologan catalán, euskera, español, castellano, chileno, inglés y también
aúnan tópicos y lugares comunes: la chica guapa, la fantasía lésbica, el hombre
sin atributos... Tópicos de nuestra lengua y cultura vernáculas que en sí son
prefabricados. La cuestión no es menor: en estas narraciones se encuentra el
juego de la alotécnica (técnica como
mecánica fabricada para realizar funciones contranaturales: la rueda, la
flecha, la escritura) y la homotécnica,
como las diferencia Peter Sloterdijk -quien pudiera escribir [crear]
como dios daría al concepto de escritura [creación] un significado que
ningún amanuense humano ha entendido hasta el momento.
Las tres narraciones –peregrinas- de Forasteros
exponen, primero, el uso del lenguaje como técnica: los padres reniegan de los
hijos con palabras, las estafas se hacen con palabras, los avisos fatales se
comunican procedimental y correctamente con fórmulas del lenguaje, los rituales
se dicen; y al mismo tiempo presenta lo inefable como algo omnipresente: las
complicidades, el amor, los descubrimientos incomunicables, los encuentros
extraordinarios se verifican en miradas, silencios, sensaciones, elementos.
Eso que tampoco se puede escribir —porque escribir es una alotécnica y un recuerdo: Giorgio
Agamben afirma que toda verbalización del recuerdo es per se una
falsedad- está instalado en todas las narraciones. Más allá de sensaciones como
desarraigo, incomodidad, nostalgia, hay siempre algo indecible, inhumano.
Explorar esto es difícil, pues sabemos que nos puede guiar a pesadillas
(guerras, tortura, campos de concentración, mutilación y más, sin ningún
“porqué” explicativo), pero es imposible resistir: lo inhumano, lo inefable que
está fuera de nuestra técnica y más allá de esta, nos fascina. Desde la
tragedia clásica hasta la ciencia ficción, y es también el objetivo de la
ciencia: comprender, probar, conocer. En el disparatado peregrinar en que estamos arrojados entre viajes espaciales e
ingeniería genética la reflexión literaria sobre la técnica es escasa: la
literatura se hace para masas, se escribe como lector para lectores
(comunidades lectoras, le llaman); pero ¿quién reflexiona sobre la naturaleza
pre-técnica de la escritura, quién busca en la factura de las narraciones el
sustrato básico, lo angélico, lo sagrado del relato, de la lengua, de la
escritura? Estas narraciones lo hacen, pero advierten: quien lo haga será forastero.
Paris, La Défense 2021