5/7/21

Mid-Life Crisis, por Bernardo Navia





Tiene su gracia hacerse mayor.
 
Como luciérnagas por ejemplo,
llegan las canas con nobleza
a blanquear la cabeza
que habita mis espejos en silencio.
Juguetonas y traviesas
se aparecen a mi puerta
respuestas esquivas
que siempre invoqué.
Asientan mejor los versos,
los jardines, las palabras
y las memorias que se instalan;
y además saben mejor
el alcohol y el café,
pues se beben con la calma
que los años solo pueden traer;
mientras se oye parlotear
los gorjeos de los míos,
como aves para siempre
posadas en las ramas
que calladas me crecieron
en el alma con el tiempo.
Por otra parte, la gente
me trata con respeto
y parece escucharme siempre;
y, en general, después de hablar,
me queda un sabor en la boca
como a besos sabios,
como a experiencia labrada
al galope de las madrugadas.
 
Sí. Tiene su gracia hacerse mayor.
 
Pero es jodido envejecer.
 
No solo son las canas, hijas de puta
que aparecen cada día,
también son las arrugas
y son los olvidos;
y hay más preocupaciones
y hay más sonidos
y hay más temblores
y hay también dudas salvajes
que se ensartan insolentes
entre la espada y la pared,
sin esperar respuesta alguna
pues saben que no la hay;
y en la cara se me ríen
con sombras y dolores,
imaginados o reales
(mierda, no lo sé);
y uno mira confundido
a la gente más joven,
como preguntándose qué pasa,
pero ella, claro, no entiende un carajo;
y solo entonces me queda concluir
que se me quedó una puerta abierta
en algún lugar y se colaron de repente
los años de a montón.
Se va, además,
cayendo el pelo y los recuerdos,
se va ganando peso
y se va perdiendo ilusión;
hay partes del cuerpo
que antes ni existían
y ahora se empeñan en doler.
Y ni hablar del corazón.
Al menos del mío.
Que tiene ahora un lado entero
que solo parece latir
con pétalos de sal
mientras contigo intenta,
porque es tarde, lo sé,
un amor ridículo
como en pantalones cortos,
para un viejo Peter Pan.



en Poemas enojados, mal educados y de los otros, 2018