Caminaba un Objeto por la calzada real envuelto en
una profunda meditación y con poco más puesto cuando de repente se encontró a
las puertas de una extraña ciudad. Al solicitar permiso para entrar lo
arrestaron por transgredir las ordenanzas y lo llevaron ante el Rey.
—¿Quién eres —preguntó el soberano— y a qué te dedicas?
—Narizota, el Ratero —se apresuró a inventar el
Objeto—; carterista.
El Rey iba a dar la orden de que lo dejaran en
libertad cuando el Primer Ministro sugirió que examinaran los dedos del
prisionero. Descubrieron que tenía las puntas muy aplanadas y encallecidas.
—¡Ja! —exclamó el Rey—. Ya lo sabía: es adicto a
contar sílabas. Es un poeta. Llevadlo ante el Disuasor Supremo del Hábito
Mental.
—Mi señor —dijo el Inventor de Castigos Ingeniosos—,
me permito sugerir un infortunio más intenso.
—¿Cuál? —preguntó el Rey.
—¡Dejarle esa cabeza!
Fue lo que se ordenó.
en 99 fábulas fantásticas, 2010
Primera
edición: Fantastic fables, 1899