1/5/23

Política, por Macedonio Fernández





Política es dos cosas: actividades para el apoderamiento personal del poder social llamado público (es decir coercitivo), y modo y fines en el uso del poder público una vez conquistado.

 

El mayor bien, moral y material, del mayor número, el bien más extenso y duradero es el fin teórico y bueno del Gobierno; y en esencia ha sido efectivamente siempre, en la práctica, en la historia, la aspiración íntima de todos los gobiernos y gobernantes ya fuera su técnica de uso del poder la deliberación y el control de un Mitre o Washington o la tiranía de un Napoleón o Rosas, Urquiza, igualmente capaces y bien animados unos y otros. La técnica de adquisición del poder público es quizá de moralidad indiferente ya se use el procedimiento de la deliberación y el “programa”, ya el personal y de logia o camaradería, pero parece deber primar la apreciación de lo personal pues es por el instrumento de personas que los programas se cumplen o no se cumplen. La técnica de “programas” y la de “personas” son, igualmente, anchas al principio y angostas al final: ya se prometan realizaciones de ideas, ya cargos y colaboración en el gobierno, siempre el ofrecimiento es exagerado y el cumplimiento menor. Por esto parecería el mejor tipo de gobernante el del hombre sobresaliente buscado para gobernar sin haber hecho profesión de la política; pienso al contrario que esos hombres no sirven: el político de toda la vida es el mejor gobernante: una larga vida en vasta comunión con una vasta multitud de hombres es la que sirve para conocer y querer el mayor bien del mayor número.

 

El mayor y más duradero bien del mayor número puede ser realizado mejor en ciertos asuntos por la libertad o individualismo o iniciativa individual que por la coerción o gobierno. El desiderátum parece ser sustraer cada día una mayor región de las acciones humanas a la coerción-gobierno, y quizá sea preferible un mínimum de gobierno tiránico a un máximum de gobierno deliberativo.

 

Pero todo es circunstancial: mínimum o máximum de gobierno son el desiderátum alternativamente; lo fijo es el fin: máximum de bien. El fin del gobierno es solo importante en cuanto el gobierno sea necesario al fin de la humanidad: en muchas cosas hasta la existencia de gobierno es contraria al fin de humanidad y en muchas el gobierno es imprescindible al fin de humanidad. Todos los gobiernos que entraron en la presente guerra se hicieron inmediatamente tiranías espontánea y consensualmente. El gobierno personal de Wilson es una tiranía en toda intensidad, una tiranía completa, es decir en la técnica (que es la orden personal) y en la extensión, pues todos los fines humanos son hoy gobernados por Wilson: la comida, el sueño, el trabajo, el domicilio, todo puede ser materia de órdenes de Wilson: no me refiero a influencias indirectas, sino a órdenes directas. 

 

La actual guerra será pronto un Pasado de 4 años de más influencia que un Pasado de 100: nacida entre naciones más o menos liberales o demócratas fue conducida por gobiernos en tiranía y quizá termine por naciones en anarquía. De modo que al mal de destrucción e improducción de la guerra se acumularán los de destrucción e improducción de un estado de anarquía, y estas dos etapas acumuladas de mal tendrán que ser seguidas y reparadas por un estado humano de máximum de trabajo, de productividad del trabajo y mínimum de ocio, improducción, error y destrucción; la tiranía es el máximum de eficiencia con mínimum de desperdicio en deliberaciones, control y publicidad y debe suponerse que será característica de la política y el gobierno inmediatos a la Guerra y al caos social (mal llamado anarquía: esta es un ideal). La Guerra y el caos social llevarán a la humanidad a un máximum de pobreza y será función de las múltiples tiranías-gobiernos de las naciones un máximum de organización de la producción, de eliminación del ocio, de las ocupaciones de improducción (burocratismo, comercio, profesionalismo, política, deliberaciones, voto, periodismo, etc., en sus fuertes porcentajes de exceso).

 

Los políticos serán personalistas y tiránicos y los gobiernos también. Probablemente se aplicarán a: hacer trabajar a los ociosos, hacer trabajar más a los trabajadores, hacer que el trabajo sea de producción y no de destrucción o improducción, hacer la organización de la producción cuyo fin esencial es evitar las superproducciones de unos productos u otros. La superproducción es una especie de destrucción de trabajo, es una especie de improducción. Se aplicarán también los políticos a la distribución en justicia de los productos, a la justicia económica, pero la preocupación de producir primará sobre la de justicia de su apropiación; o quizá por un estado de profundo decaimiento y desconcierto se obsesionarán los pueblos con los problemas de “propiedad” y descuidarán la producción; se tendrán pocas cosas y mucha deliberación acerca de a quién pertenezcan.

 

Habría en este triste estado que tiranizar también en esto; cortar la discusión ético-social y obligar a la producción. Sea mejor o no la política de “personas” que la de “programas”, los suscritos, sin entender que deban detenerse en la composición de las ventajas de una u otra, y juzgando que la alternativa debe resolverse circunstancialmente, optan por rodear a la persona más apta que encuentran para la futura presidencia de la República, y sin que ello importe programa obligado adhieren al Gobierno productivista: gobernar solo en cuanto sea directa o indirectamente necesario para la mayor producción. Gobernar la moralidad o justicia económica de la apropiación de los productos… (Interrumpido. Al dorso hay una lista de 47 nombres de personas que se supone concordantes con las ideas o empeñables en alguna posible acción política).

 

1º Por efecto de dos sucesivas decepciones políticas del pueblo: socialismo y radicalismo, debido a la conducta personal de sus jefes en el éxito, conduciéndose como plutócratas aquellos en sus placeres (temporadas balnearias en Mar del Plata de Bunge, Bravo, Ibarlucea) y en su espíritu mercantil (viñedos, estancias, rascacielos) y evidenciando estos grandes apetitos, desaforadas rencillas infantiles y grandiosas frases insufribles, la indiferencia y repulsión por la política es la regla en el 95% de los sufragantes del país. Pero, en el pueblo, sufragantes y abstenidos, se ha pasado de aquella decepción a una inmensa nueva esperanza: el maximalismo, contra el cual sería imposible luchar si no fuera fácil la demostración (que nadie intenta científica y fríamente) de su inconsistencia económico-psicológica.

 

2º Hoy, en 1920, el 95% de los votantes del país no tienen convicción ni compromiso; aunque algunos lo tuvieran, faltándoles convicción están dispuestos a hacer poco caso de compromiso. Quieren “éxito” seguro del partido, a falta de grandeza de móviles del mismo. Además, el voto secreto permite hoy no incurrir en riesgo alguno (de pérdida de empleo o ulterior imposibilidad de empleos) a una persona que se afilie secretamente a un grupo que le convenza del éxito, continuando ostensiblemente como adherente de los actuales partidos. Esta doblez es la regla pues nadie por ello se siente inmoral, debido a que nada le presentan de moral que merezca lealtad. Es como la promesa hecha por un bandolero que os secuestra. Tenemos pues: que 200.000 votantes están sin compromisos y que una afiliación secreta nada les hace perder.

 

3º Por grande que sea la terquedad de muchos maximalistas (por envidia, venganza o indignación mal fundada) de desear la revolución maximalista sabiendo que su éxito durará poco y que a todos incluso ellos dañará económicamente (aparte de los sinceros que creen que el maximalismo es doctrina sólida y benéfica), sabiendo que los perjudicará siempre preferirán que la revolución, o cambio no violento, sea de efecto durable y de beneficio para todos.

 

4º La “Liga Patriótica” no es democrática ni es maximalista: para ser democrática tendría que circunscribirse a afirmar que combate al maximalismo por la causa de que estando en minoría quiere antes de llegar a ser mayoría, ejercer el gobierno. Yo sostengo que hoy la mayoría en todos los países (exceptuada hoy apenas, pero no mañana, la Argentina, y quizá Francia, por su embriaguez explicable, anhelada 50 años, de ver vencida a Alemania, felicidad profunda aunque pueril) es maximalista. Un pueblo y unos hombres que han empeñado la fe pública de ser demócratas, de acatar a las mayorías, son falsos a su palabra. En las democracias es indigno, es traidor, impedir que la mayoría gobierne: se le debe entregar el gobierno hidalgamente y combatir la idea con todo tesón y claridad, hasta convencer a una nueva mayoría: gobernar es el derecho de las mayorías, es la palabra empeñada: y hacerse mayoría (por persuasión) es el derecho de las minorías. La “Liga Patriótica” no es anti-máxima-lista porque defiende incondicionalmente, sin examen, sin análisis, al actual tipo de gobierno o de Estado, universal y en la Argentina, y ese tipo actual de gobierno es desde hace un siglo un maximalismo, porque usurpando funciones e iniciativas que competen al Individuo, que solo el Individuo puede desempeñar con ventaja para todos, constituye un máximum usurpante de Gobierno. Este maximalismo plutocrático (provisionalmente lo distingo así) ha invadido todas las esferas de la fecunda acción libre individual ocasionando forzosamente un empobrecimiento profundo de todos con apariencia de riqueza (que impresiona por la concentración del capital, y el lujo, y por el maquinismo imponente). Esta tiranía, de repúblicas y monarquías, de Ejecutivos y Parlamentos, tan empobrecedora de la “economía” y de la “psicología” de los individuos, es innegable que ha tenido el consenso de las mayorías reales de todos los países, pues todos los pueblos en todos los tiempos, excepto quizá el español, y, en sus buenas épocas, el inglés, quieren y desean el máximum de Gobierno.

 

 

 

en Teorías, 2019