Abro la puerta de
casa. Hay un elefante enorme en la sala. Pero la casa es grande. Voy a la
cocina. Hay un elefante enorme ahí también. Pero no importa. Mi primo está en
el patio, con mi amante y con mi mujer. Los veo refrescándose en la piscina.
Hace calor. Todavía no tanto porque es primavera. En la piscina el agua está
roja. Veo la mano de mi primo metida en la piscina, una mano roja, que con
fuerza mantiene a un elefante bajo el agua. En el patio hay otros varios
elefantes. Decido subir. Las piezas de arriba están ocupadas por elefantes. Me
sorprende no haber notado el Fiat 600 estacionado afuera de la casa. Espera. Yo
llegué en un Fiat 600. Me sorprende no haber notado a los elefantes que parecen
haber venido conmigo todo el tiempo. Por el rabillo del ojo noto que la
mansarda está vacía. Subo hasta allá. Todo está tranquilo un rato. Los
elefantes están bien atendidos. Seguro han encontrado el bar. Que beban. Que
disfruten. Los escucho y me alegro con ellos. También bebo intentando olvidar.
A mi mujer parece que le funciona. Miro por la ventana. La calle tranquila. Sol
entre las hojas de los árboles. Los elefantes irrumpen en la mansarda. Ahora
ponen música y gritan. No me gusta esto. Salgo al techo. Nuevamente un poco de
paz. Allá en el horizonte se dibuja un atardecer de humos lejanos. Como salidos
del humo aparecen de nuevo los elefantes. Ahora me empujan del techo. Caigo. Duele.
No importa. Los quiero.