26/10/08

Desfilamentos, por Ramón Ce Oyarzún Soto







Vivimos, si podemos decirlo así, en el planeta 8 1/2. Lo llamamos así pues sólo esa porción del planeta permanece habitable. Nuestras ciudades son largos túneles subterráneos ventilados para producir agua de lo que quedó de atmósfera después de las guerras. Pero de eso han pasado incontables milenios. En ese tiempo nuestro sol ha crecido y nuestra comprensión de la vida evolucionó hasta saber que sólo nos resta permanecer en este lugar pues somos nosotros mismos. Fuera de las ciudades el calor es infernal, y en ellas casi todos nos dedicamos al juego que mejor sabemos hacer, escalar los infinitos túneles. Provistos de zapatos magnéticos, cinturones que aumentan la fuerza de gravedad y ropas especialmente diseñadas que nos protejen del viento radioactivo y del sol, por generaciones nos hemos entrenado en perfeccionar las técnicas de levitación, de fuerza, de escalada. Una vez concebidos quedamos al cuidado de precisas máquinas que aseguran la permanencia de la especie. Crecemos en un par de años sumergidos en líquido nutricio que además nos entrega todo el conocimiento de nuestra especie. Alacanzada la bipedestación entramos a los gimnasios-muros para entrenar. No existe una orgánica ni una regla clara, sólo las técnicas de desplazamiento y el conocimiento del equipo, cosas que se aprenden mejor en la práctica. Así, muchos de nosotros cuando se han vuelto muy buenos salen a los cañones interiores e intentan progresar hacia la superficie. Mientras más lejos del núcleo del planeta, que es donde vivimos, el juego se vuelve más peligroso. El intenso frío nocturno agota las baterías de los antigravitones de centro, las superficies radioactivas restan adherencia al calzado magnético. Muchos deciden desde muy pequeños vivir en parejas -cordadas-, para cuidarse, e intentan la escalada hacia las planicies y hacia las agujas con métodos primitivos pero muy efectivos, cuerdas, arneses. La mayoría de los que salen nunca vuelven, pereciendo de cansancio, de hambre, sus cuerpos rápidamente barridos por los vientos radioactivos, quemados por el sol, quebrados por las noches imposiblemente frías.

Esto quería decir, pero también contar un poco la historia de mis padres. Desde muy pequeños aquellos con más actitudes para escalar son separados en cordadas y se les entrena, simplemente por el entusiasmo que todos en 8 1/2 sienten por los relatos del exterior. Los que no son muy buenos se van quedando en el núcleo, dedicados a la mantención, a la investigación, al registro, a la memoria y al recuerdo. Los robots hace generaciones proveen todo lo necesario para nuestra subsistencia, asi que en el fondo no hay mucho que hacer. Mis padres eran una excelente cordada, tal vez la mejor. Muy jóvenes alcanzaron los primeros honores en los juegos de simulación, en los gimnasios de muros artificiales que tenemos en el núcleo. Luego emprendieron sus escaladas por los cráteres externos, abriendo rutas y explorando cráteres que se pensaban imposibles. Luego de esas expediciones nació mi hermana mayor, y cuando al tiempo mis padres volvieron con imágenes del exterior de los cráteres del Sur nací yo. Todavía estaba en el líquido nutricio cuando supe de la muerte de mi madre, quien murió como muchos, agotada luego de algunos meses de escalada exterior, cuando desescalaban para volver al núcleo con muestras de minerales e imágenes. Papá no la abandonó, se descolgó por las paredes arrastrando el peso del cuerpo muerto de Mamá durante semanas. Algo tétrico, pero así es la unidad con la cordada. Tal vez buscaba morir, desbarrancarse, tropezar, pero no lo logró, su cuerpo y su mente estaban demasiado sincronizados como para cometer cualquier error. De vuelta al núcleo dejó de escalar por un tiempo, al menos eso se pensó, pero estuvo dedicado unos meses a entrenar a mi hermana y a mí que apenas habíamos logrado la bipedestación. Nunca olvidaré sus palabras "nacimos para vivir colgados, en vertical, háganse livianos, olvídense de la gravedad, el planeta 8 1/2 les hablará desde las rocas hacia sus manos, confíen, y sólo así sabrán, esta vida es un hermoso juego". Fue la única vez que le vi. Supe luego que se había marchado solo hacia las agujas del Norte. Años después llegaron noticias. Una expedición que había alcanzado las paredes rojas del Ecuador se cruzó con él. Decían que casi levitaba, que su cuerpo se había hecho en parte de piedra, que estaba mucho más alto que cualquier humano normal. Les entregó imágenes del mundo, les dijo que el planeta estaba despertando de un sueño, que allá afuera no era necesario nada más que la confianza para estar vivo, y les dejó, moviéndose como si volara, perdiéndose entre cañones imposibles de atravesar. Hace un par de años mi hermana salió a buscarlos, se fue con su cordada, el mejor escalador que conocí después de mi padre; juntos ganaron casi tantos premios como mis padres en su adolescencia. Ahora es mi turno, pero yo partiré sólo, esta noche.