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17/7/23

Madrid, por Ariel Rioseco





A las diez exactas,

Se sentaba e imaginaba recorriendo la angosta calle, 

Exaltado ante el resplandor de sus ojos 

Y la memoria hecha de abismos y fragmentos.

Las estaciones y la magistral palabra 

Incompleta, sepultaron aquella verdad

Mientras su mirada recorría los pasadizos

Y callejuelas de la gran ciudad.

Y al igual que los amantes,

Que iluminan la noche envenenada,

Hizo temblar los días más absurdos 

Tras haber perdido, parcialmente, la razón.

 

 

 

en La ciudad de los pájaros, 2023

Boca Budi Books
















15/10/19

El Gran Vacío, por Ariel Rioseco





Hipoclorito escuchó en una discusión callejera relacionada con que la tierra no era redonda, sino plana, absolutamente plana. Luego observó en la televisión que existía un grupo de personas que se hacían llamar los “terraplanistas”, quienes sostenían, con pasión y vehemencia, que Cristóbal Colón se había equivocado y que, no importando otras razones, nuestro planeta era igual a la mesa sobre la cual él se disponía a disfrutar de su merienda. Aun considerando su glacial silencio, a Hipoclorito le aterrorizó la idea de que llegando al borde de esta superficie todo se precipitaba en caída libre sobre el universo, en una especie de precipicio sin fin, acaso eterno.

Asentada en él una duda inquietante, buscó en libros y almanaques, encontrando información sobre lo que se conoce como el “Gran vacío”, título con el que se denomina al espacio exterior y del cual se desconoce todo, o casi todo. Al continuar con la lectura descubrió que dentro de este cosmos infinito existían lugares como el planeta Oscuridad Eterna (432hz), el que, de los observados, era el planeta más oscuro. Asimismo, le llamó la atención el denominado Planeta Infierno (55 Carcri), llamado así porque, teniendo dos caras, la diurna se muestra cubierta de lava fundida, a 2400 grados centígrados, y la nocturna, donde la oscuridad lo cubre todo, con una temperatura ambiente de solo 1000 grados centígrados. Otro planeta que le pareció particular fue el Planeta Malsueño (Hd-189733), en el que los vientos azotan la superficie a más de 8000 kilómetros por hora y llueven cristales por todas partes.

Frente a esta realidad externa de la Tierra, tan devastadora y extrema, consideró que debía sentirse afortunado de vivir en un planeta plástico y ruidoso, en el que los días transcurrían similares, unos detrás de otros, llenando los océanos con basura, el cielo con toda clase de toxinas y arrasando con la mayor parte de los bosques existentes.

“El problema no es que entendamos nuestros actos, por más irracionales que estos sean, sino más bien, el que aceptemos las razones que los originan”, reflexionó.

Transcurridas varias semanas, y tomando conciencia del real estado de las cosas, Hipoclorito atisbó la monstruosidad de su propia indiferencia; y la del resto. Recordó con tristeza la funesta visión que su abuela le había mencionado unas semanas atrás: ”Cuando hayamos contaminado y devastado por completo nuestro planeta, vendrán las cucarachas y lo heredarán todo”.

Así, motivado por los libros y los gravísimos errores de Colón, decidió ponerle fin a todo. Fabricó una maleta con frazadas viejas y dispuso dentro una vieja cantimplora, un simplificado mapa del planeta y dos sandías, partiendo hacia el fin de la Tierra curva: “un concepto maquiavélico”, en sus palabras. Con la mente en blanco, cerró la puerta tras de sí y partió su viaje hacia el borde mismo de las cosas, para encontrarse de frente al Gran Vacío y dar el paso hacia lo que él pensaba sería un vuelo eterno, feliz, agradecido.



Inédito, 2019











21/8/19

La herencia, por Ariel Rioseco





Hipoclorito escuchó en una discusión callejera que la tierra no era redonda, sino plana. Luego observó en la televisión que existía un grupo de personas, que se hacían llamar los “terraplanistas”, sosteniendo con pasión y vehemencia que Cristóbal Colón se equivocó y, no importando otras razones, nuestro planeta era igual a la mesa sobre la cual él almorzaba. A Hipoclorito le aterrorizó la idea que llegando al borde de esta superficie, todo se precipitaba en caída libre sobre el universo, en una especie de precipicio sin fin.

Asentada la duda absoluta, buscó en libros y leyó que existe el “Gran vacío”, nombre con el que se denomina al espacio exterior y del cual se desconoce casi todo. Continuando con la lectura, descubrió que dentro de este cosmos infinito, existían lugares como el planeta Oscuridad Eterna, o Tres-2b, el que, de los conocidos, es el planeta más oscuro; siendo nombrado de esta manera pues en aquel lugar no hay una pizca de luz, nunca. Le llamó muchísimo la atención, el denominado Planeta Infierno, o 55 Carcri, asignado así porque, teniendo dos caras, la de día se muestra cubierta de lava fundida, a una temperatura de más de 2400 grados centígrados, y una nocturna, donde la oscuridad lo cubre todo, y es más cálido, con solo 1000 grados centígrados. En otras palabras, en aquel lugar las noches son calientes y los días aun más calientes. Otro que le pareció particular, fue el Planeta Pesadilla, o HD 189733b, en el que los vientos azotan a más de 8000 kilómetros por hora y llueven cristales por todas partes.

Frente a esta realidad externa de la Tierra, tan devastadora y extrema, consideró que debía sentirse afortunado de vivir en un planeta de plástico y ruidoso, en el que los días transcurrían unos tras otros, llenando los océanos con basura, el cielo con partículas venenosas y arrasando con la totalidad de los árboles existentes. “El problema, no es que entendamos nuestros actos, por más irracionales que estos sean, sino más bien, el que aceptemos las razones que los originan”, reflexionó.

Tal vez por esto, transcurridas varias semanas, y tomando conciencia de la real situación, Hipoclorito vislumbró la monstruosidad de su propia indiferencia y la del resto. Recordó con tristeza la funesta visión que su abuela le había mencionado solo unas semanas atrás: ”Cuando hayamos contaminado, y devastado por completo nuestro planeta, vendrán las cucarachas, y lo heredarán todo”.

Así, motivado por los libros y los errores de Colón, decidió ponerle fin a todo. Fabricó una maleta con frazadas viejas y dispuso dentro una vieja cantimplora, un simplificado mapa del planeta y dos sandías, partiendo hacia el fin de la Tierra curva, “un concepto maquiavélico”, en sus palabras. Con la mente en blanco, cerró la puerta tras de sí y partió su viaje hacia el borde mismo de las cosas, para encontrarse de frente al Gran Vacío y dar el paso hacia lo que él pensaba sería un vuelo eterno, sin final, feliz y agradecido.



 Inédito, 2019











25/1/18

Nosotros, el tiempo: Una aproximación a ¡Flash! de Franklin Goycoolea, por Ariel Rioseco






“El tiempo es una sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”, revela Jorge Luis Borges trasponiendo nuestros pensamientos a lo básico y haciéndonos sentir que, si bien podemos ir, extraviarnos, incluso desaparecer para luego regresar, el tiempo será siempre nuestro hilo conductor. Goycoolea lo detiene amarrando no solo el instante, sino también su alma (acá llamada gesto de inmediatez). En su cuño, las imágenes de las circunstancias son efectos (impresiones, breves conmociones) con que el interior se manifiesta, más precisamente, se retrata, desplazándonos, como mudos testigos, hacia un lugar donde el tacto y la visión perpetuaron la emoción y los sueños.

En la construcción de sentidos, el poeta (dicho acá en genérico) abraza la brisa, el mar, el cielo abierto, un cuerpo; y, con ello, congela el tiempo, los minutos y las horas con las que enfrenta precisamente aquello, el paso del tiempo: “Esos sueños que no quieres que acaben y no acabamos nunca, meridianamente se anuncian las doce para dividir las veinticuatro horas del día. Un calendario va indicando los días del año. Eso es todo. Divago y me extiendo, y sigue siendo necesaria la distancia que sólo se resuelve en el mar”.

Como en un juego de luces, el fin se define claramente. Escrito está: ”Cuanto más vivida la experiencia, más intensa la impresión”. Y así, como turistas que esperan el sol tras los cristales, entre sonidos estrechos que definen lo que son (y hacia donde se dirigen), el escritor marcha aun más lejos, como el ruido sordo que subyace en la existencia. Pareciera que los enemigos de la memoria regresaran en busca de un compromiso que permanece suspendido. “Los dragones luchan en la pradera”, y cortometrajes como polaroids se encuentran, incendian, echan fuera los demonios. Tal vez por ello el autor sospecha y guarda silencio junto a De Rokha y Huidobro, esperando detrás del último horizonte el momento previo a la mentira y al amanecer.

Frente a la puerta que se abre a medias “hay un solo estrecho por el que deambulan los perros, los gatos y otros animales mudos”. Las imágenes son plenas, exactas. Los poemas recorren las calles, suben por las paredes, traspasan a los hombres que conquistan las avenidas y, como si en ello hubiese un propósito, un destino predeterminado, la muerte inminente nos acoge a todos, alejándonos un poco, solo un poco, de Valparaíso y su otoño sin nombre.

“El amor es un revoloteo sobre un abismo que se aísla” agrega Goycoolea, y con ello nos condena, desde su jardín secreto, ahora público, encantado en el país de las escasas maravillas que todavía existen para un ojo aguzado como el del poeta, donde los colores que parecían indudables, simplemente se han marchado. “Eras el buzo azul de zapatillas North Star, los domingos de supermercado, el último otoño del último año de mi vida”. Goycoolea desnuda todas las postales, las canciones a medias que se cruzan por su camino, cual vigía que en su espera, vuelve la mirada y busca los barcos que desaparecieron o los  recuerdos que decidieron no volver.


San Clemente, diciembre 2017


¡Flash!, Franklin Goycoolea
G0 Ediciones, 2017









19/12/17

Sobre el ocio, los tiempos muertos y algunas peticiones extrañas, por Ariel Rioseco




 
Extracto de “El ocio en la Grecia Clásica y la Roma Antigua”
por Santiago Segura y Manuel Cuenca

Resulta interesante saber que la palabra "escuela" viene del latín schola (lección, escuela) y ésta, a su vez, de la palabra griega scholé, que significa ocio, tiempo libre; escuela, estudio. Nosotros no relacionamos el "ocio" con los estudios. Consideramos, muy por el contrario, que ambos términos se excluyen mutuamente. Distinguimos el día laboral, el tiempo del trabajo, de los momentos libres, contraponiéndolos -de hecho- con fuerza. ¿Cómo entender, entonces, que el término "escuela" derive de scholé, que significa ocio? ¿Por qué un griego asociaría el tiempo libre al estudio?

Así, pues, el término "ocio" apuntaba al cultivo del espíritu. Por eso significaba también "escuela", o lugar donde había ocio. A ese "lugar" se iba a aprender por el amor al saber y no por alguna otra razón. Este amor a la verdad generaba felicidad, pues se buscaba comprender la realidad dejándola "ser", en lugar de pretender su dominio. La actitud contemplativa no implicaba distanciarse de lo real para sencillamente observarlo. La idea era considerar las cosas y las situaciones sin dejarse absorber por ellas y sin apoderarse -tiránicamente- de ellas. Cuando no hay dominio de "lo otro" imperan el respeto y el verdadero conocimiento; un conocimiento del que brota, por cierto, el amor, pues la distancia justa que crea en nosotros la actitud contemplativa, nos lleva a comprender la realidad, la existencia de las cosas, sin pretender su manipulación. El amor dispone a conocer "lo otro" en profundidad, lo cual supone dejar "ser" a las personas y a las cosas. 

El ocio filosófico se apoya en el estupor que provoca lo real. A la creación poética y en general, a toda vivencia creadora, subyace el mismo asombro ante el mundo y la similar necesidad de trascender los límites de su finitud. No hay gracia sin esfuerzo, inspiración sin tenacidad, ni bendición sin condiciones que la reciban. Estas se crean; por eso es importante reflexionar sobre la necesidad de fomentar espacios de "tiempo libre" para mantener vivo el asombro ante el mundo. Poder decir "todo de inmediato" o ver alguna luz después de mucho pensar, resultará en la bendición que sigue al esfuerzo.


Consideraciones ad portas

El siguiente, es un conglomerado de nombres e insinuaciones gestado a partir de un pedido de mi hijo, y al amparo del ocio, a cuatro mil metros sobre el nivel del mar, en las alturas de la Cordillera de los Andes, a fines de la primera década del nuevo siglo. ¿La finalidad? Encontrar un nombre ad hoc para la que por aquellos años, sería su primera banda de rock. Quien sea padre o viva con algún adolescente, entenderá rápidamente el sentido de la complicidad, más aun, cuando quien escriba, se encuentre inmerso en un estado de latencia, extraviado dentro de sí mismo o apesadumbrado por la obviedad de la pérdida, asumiendo dicha condición, y entendiendo el daño ocasionado a sí mismo y quienes lo rodean. Es evidente que gran parte de las imágenes y situaciones que deberían funcionar de manera ordinaria y sensata, distan sobremanera de aquella base que las normaliza y centra. Esto, no porque la realidad haya variado, sino más bien debido a que las ideas, sensaciones y valores que las sustentaban, se presentan en el día a día como una variante que se mueve a cada instante, más y más hacia un absurdo vacío en el cual, aquellas preguntas directas y simples, dejan de ser una forma de entender los hechos, los afectos y sus causas, dando lugar a lapsos en los cuales, la nada, como protagonista principal, ocupa todos los espacios del pensamiento y el alma.

Sobre esta base, el ocio cubre como un gran manto las posibles posiciones como espectador y participante en un mundo que no siendo abstracto, se vuelve un todo sin sentido, cual destrucción sistemática, ordenada y masiva. Tal vez por ello, como sugerían los griegos, al encaminarse por los intrincados laberintos del vacío, se llega a lugares en la mente de los individuos donde confluyen, al amparo del ocio, simples ideas que van sumando como los segundos en un minuto, y estos, en una hora, para llegar a la plenitud de algo cabal y tangible como lo sería el nacimiento de un nuevo día, tras la oscuridad de la noche golpeada por una tormenta devastadora.

El siguiente es el referido listado de nombres e insinuaciones para el uso indiscriminado o conveniente, de acuerdo a las intenciones que le acomoden a cada uno y de mejor forma.


Bandas de rock
                    
Los amantes muertos / Las caracolas de Piedad
Mala leche / Bajo tierra / Falsa alarma
Nabucodonosor Kid
Monjas drinks / Nosotros 3
Inventario de llamas / Destrucción masiva
Huracán de monos / Sin sacrificios
Basura de vecinos
Cadena de idiotas
Vivaldi en cana / Aviones sin intención
Agosto 29/ El divorcio de Ninnet
Socorro constante / Zacarías ha muerto
Al carajo Zaratustra
2:45 / Ya no / Más kerosene
Vertical / Traffic
Sopa de caníbales / Animal abstracto
Zíngaros / Sakura / Caperucitas black   
Martes pasado / La muerte desatada
Mundo sucio / Genocidio en trance
Suburbano pop / Tetracloruro de sodio
Sin academia / 9 horas antes / Siniestro total
Alusión catastrófica / Hierro fundido
Como ayer / Pequeña mía
Impostores / Amor impensable
Glaciar Italia /  Giberélicos / Ocular 69
Septicemia / Piromaniac /Animal culposo
Antártica / Faloween / Fruta silvestre
Atómica / Soda Caústica / Acuarela de maldad
Casa muerta / Clandestino / Humanoides


Comercio
                                                                             
Semilla muerta / La bala perdida
San Demente / El tuerto Pepe / El rey Guy
Cien años / El obispo desnutrido
Mi último dólar / La abundancia del pije
El zapato de cartón piedra
El perro sin cabeza / Golondrinas y mecos
Las delicias de Lulú
Cinco años y un día
Mariposas con flecos           
Oro azul / Roma Corp. / Polaris   
Zafra inc. / Zaffari non pass                               
Pro forma / Boreal / Tetravalente
Xantina / La iguana mágica             
Cacería nocturna / Lobos & Hienas
El dinosaurio verde / El oso petrolero
La escalera del trigal
Sin astronautas / El caníbal                               
Magdalenas y Cuasimodos
Orates /Panda
Kilovatio / La oreja / Luna llena
Submarinos / Luna llena / Exhibition Vips
Litio & Fosfolípidos                          
El ocio puro / Patagonia Ligh / La hueca
El chino Checo / Constantinopla cero /El tuerto Juan
Los tróglodos / La gallina miope / El avestruz albino
Luna Europa / Negativos / Cielo amarillo
Mutants / Noruega / Orgiope
Culpables / Xicarios / Para cuando vuelvas
  

Comunicación
                               
La moral en tránsito / Elías 3:16
Todo lo ajeno / La navaja tartamuda
No tiempo – No verdad                                      
The hemorragia post
Odio extremo / Alcohólica F.M.
La constitución de papel arroz
Absolución & Pecado / 20 centavos de democracia 
La comparsa de los esclavos
El pinche carnal / Felices todos
El idiota incomprendido / La mentira encantada
Ad valorem / Alma mater
Ambigüedad callejera / Nómina 76                                                   
In vitro / Destilado de conciencias
Alacalufe / Zona cero / Gravedad
Calumnias y verdades / Orden & Caos Org.                                      
Fronteras / Desarrollo culposo / Hermético
Galeatos / Latitud 99 / Ciudad infiel
Secuencia negativa                              
Sinapsis / Conclusión / Pandemonium


 
Quito 2009 / San Clemente 2017



Fotografía: The isolator, Hugo Gernback










18/8/16

Arlequines en flor (o el ocaso de los ídolos), por Carlos Almonte




Sobre Los Arlequines, de Ariel Rioseco

En el inicio estaba la tierra desordenada y vacía. En el final, suponiendo que éste sea el momento final, también. De tanto orden, ir y venir, de tanto completar y rellenar espacios (de ignorancia, primero, de especificidad, después), se ha dado una vuelta completa. Se ha terminado un ciclo, como varias veces ha ocurrido en la historia del hombre y la mujer. Esta vez somos protagonistas privilegiados de la historia que se repite y replica a sí misma, una y otra vez, en una reverberación tan turbulenta como improbable.

Estos versos de Arlequines, ángeles caídos, héroes en desgracia, verdaderos dioses de la oscuridad, envueltos en innumerables virtudes públicas y vicios privados, representan el momento histórico referido, un paradigma que ya no resulta más, por gastado, por insulso, porque ha dejado de ser creíble. Tanto así, que vemos en la gran pantalla guerras épicas entre humoristas, superhéroes que batallan entre sí, crossovers maniáticos o delirantes: Superman se reencuentra con el Hombre Araña, quien, a su vez, bebe a destajo por las calles de Santiago. Próceres de la televisión muestran culpas y adicciones sin pudor.

Hemos cruzado aquella línea, definitivamente… la del espectador, la del lector, la del autor. Estamos en pleno fuego cruzado y no queda más que batallar, escribir un guion altanero y arcaico. O narrar de izquierda a derecha, sin temor a repetirse ni a caer en el exceso. Porque el exceso es ridículo, divertido y trágico a la vez.

He aquí uno de los valores de esta propuesta… Representa el oscuro momento de esta batalla discursiva: postmoderno y moderno, revolucionario y reaccionario (“¿Hay algo más conservador que la constatación de un gesto revolucionario?”), ilustrativo y oscuro, alegre y pesimista, pop y punk… Un claroscuro permanente. Un juego que no solo deja de ser jugado, también deja de ser juzgado, por impropio, porque el juicio ya cambió de posición, de juez; incluso de certeza, o de verdad.

No hay más que el cambio permanente al acostumbramiento. Un designio actual, evidente, fijo en el tiempo, en el caos. Arlequines que visitan, manipulan, entristecen, avergüenzan, patetizan el discurso. Un texto que se inscribe en la tradición histórica de la provocación. Tradición que de tanto provocar, se aminora y acomoda en el sillón, frente a la TV, se transforma en espectador crítico de una realidad vacía de mentiras y posturas. El superhéroe se hace cotidiano, se lo conoce, por fin, sin la máscara. Se emborracha, instalado en la mesa de al lado. Vecino de departamento. Compañero de banco en la universidad, en el metro, en la plaza, mientras tira migas a cochinos pájaros que no vuelan, que no pican, que no comen...


Los Arlequines

Ariel Rioseco

G0 Ediciones, 2016




27/7/16

Fotografías de un hombre no encontrado, por Ariel Rioseco

 
Sobre Yo ya, de Martín Cinzano

Yo ya, de Martín Cinzano, es nostalgia en estado puro y árido, que vaga por las calles del DF. Es también una especie brisa previa en la tragedia, la niebla que lo envuelve de camino al cine para ver un film de Lynch. Como un viaje cotidiano y omnipoderoso —que pretende todo lo contrario—, hay sol y madrugada en una ciudad que lo devora todo. Una mirada que recorre las escenas tras beber y navegar con cierto esmero. Es algo imperturbable, algo humeante, es la cercanía y lo breve en una memoria cercana al fin del intangible.

Sobre el pasamano de una escalera que da a la calle, su mano se adhiere al instante y sentimiento en una urbe que avanza, alcanza y abraza a moros y cristianos, como una luz de bengala que, tras un serpenteante vuelo, nos muestra un horario y una calle sin retornos. Porque el Distrito Federal y sus polis son ese conjunto, son hoteles sin ventanas, trozos del tiempo en los que se arman héroes y desamores, siempre intentando llegar al punto cero que cierre el espectáculo del día en esta ciudad vestida de carteles.

Sobre estas avenidas y estas noches mexicanas, se escribirán muertes y colores inmortales con los cuales se fotografiará el tiempo envuelto en traiciones, a sí mismo, de la vida a la joven de Valdivia —que ya no es tan joven—, a una prostituta en un hotel barato, al policía inexistente... Son el encanto y el paisaje lento con el cual se construyen nuestros sueños, los sueños de un hombre a-feliz que ya no huye ni se encuentra, no precipita ni da tumbos.

Por costumbre, más que convencimiento, va de una taquería al fallecimiento del dictador de apellido Pinochet, donde el aceite y el olvido, te hacen saltar del  asiento porque el hambre nunca espera. Luego se acomoda y ve pasar otros universos. En estos, los políticos, como la arquitectura, conforman ese espacio tóxico que se hace detestable desconociendo banderas o el meridiano sobre el cual se pise. Por esto es que bebe hasta el insomnio, hasta la siguiente mañana vacilante: Yo ya… Y luego dispara: “Al proletario que lo salve la chingada madre”, consciente de una simple verdad, que raras veces tiene algo de simple, nos conduce al discurso de Macchiavello que agrega: “somos un pretexto reemplazable, un accidente subsanable”.

La decepción que nos conduce a lo humano, nos muestra amigos y paseantes que han partido para no regresar. Hegel se esconde y la mujer de su vida sueña por los dos una noche cualquiera, porque la vida es perra… y Dostoievski entiende.

Yo lo sé.
Cinzano también lo sabe: “Las palabras no tienen amargura”.



San Clemente, julio de 2016


 

Yo ya, de Martín Cinzano
G0 Ediciones
Santiago de Chile, 2016









5/7/16

El fin después del fin, por Ariel Rioseco G.






Sobre El jardín de los violadores amables, de Draupadí de Mora



A través de las sucias ventanas, ella realiza piruetas, sorteando la calle, buscando un felino ajeno que ella misma, sin recordar, dibujó. La observo a través de los cristales, la veo atrapando la precaria mañana, el mediodía, la tarde incompleta… como el asesino que espía, planea y ejecuta. Frente a ella se resquebraja la hoja y la escritura, mientras la muerte imperfecta huye para regresar, desvestida. Imagina el cielo, bebe un ron, más tarde un whisky, esperando ansiosa el encuentro, el calor, el cóncavo-convexo.

La chica de secundaria sobre los íconos de una situación política que no funciona… se emociona y vuelve a amar reencarnándose en un sueño que la humedece hasta que la bombilla explota y el encanto se quiebra en dos. Sobre una mesa de desconocidos ella lee y yo, junto a ella, leo también, contemplando un mundo de figuras casi invisibles que invaden el cuarto y el poema que yace embriagado ante la falta de poder.

Las preguntas, como dardos, van desde las pérdidas y los regresos, hasta la presencia y la falta de fe en un instante que podría ser, pero luego ya no está. Draupadí se dramatiza y anhela como un crimen sin arrepentimiento, surgiendo del caos la pregunta obvia que desnuda la hora y otros colores: ¿Cómo se suicida si se ama tanto?

Pues así, como tres días de locura jamás alcanzan, la edad no lo es todo y la indolencia no sirve para llenar los espacios que dejan las otras grandes dudas. Quiere creer y, tal vez por ello, corre la milla y se descubre la herida profunda que sangra sin esperar. Tal vez por esto, sin temor, no diluye ni dilata; porque ve en cada escena un final después del fin y en la próxima avenida un esbozo, una poética, que envuelta en un silencio constante, abre una senda a otros amores y amantes, aunque esto signifique un temblor, un corazón del cual solo quedarán cientos de cristales rotos.


San Clemente, Chile, junio 2016