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1/12/10

La biblioteca neoconceptual, por Carlos Almonte

Un río de fuego procedía y salía delante de él;
millares de millares le servían,
y miríadas de miríadas asistían delante de él;
el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos. Daniel 7.10
De la palabra a la biblioteca
Las palabras más antiguas fueron escritas sobre sustancias resistentes, tales como piedra, mármol, tierra cocida, metal o madera. Pronto harían su aparición las superficies reductibles (que pueden ser dobladas o plegadas), como el papiro, la piel o los tejidos. Con el afán de usar elementos más manejables (aunque menos resistentes), se llegó a las tabletas de cera. Otros elementos como los cilindros de terracota o las tablillas de arcilla o de madera, servían para soportar la inscripción, pero no eran propiamente libros. Sólo con la llegada del papiro egipcio, el escriba comenzó a tomar relieve social. Del papiro se llegó al pergamino, del pergamino al papel, del papel al libro, y del libro, lógicamente, se llegó a la biblioteca (que otros llaman El universo).
Discriminación neoconceptual
La discriminación neoconceptual es una selección realizada con fines específicos; son estos fines los que determinan el tipo de selección que se llevará a cabo. Es decir, lo primero a tener en cuenta, incluso antes de la selección, es conocer el fin específico para el que será utilizado el corpus seleccionado. Una buena selección no está conformada por los mejores libros existentes en la biblioteca, sino que por aquellos textos (suficientes en número y diversidad), que vayan en ayuda de conseguir el objetivo planteado en un comienzo. Una buena selección dependerá, en buena medida, de tres factores. En primer lugar, del “conocimiento específico” del sujeto que selecciona. Por ello es aconsejable poseer una buena cantidad de horas de lectura, también de escritura creativa, al momento de abordar un ejercicio neoconceptual cualquiera. Asuntos subsidiarios, como son la teoría literaria o la crítica, no son del todo desaconsejables. En definitiva, mientras mayor sea el número de enfoques utilizados por el neoconceptualizador, las probabilidades de un resultado ineficaz disminuirán. Por otra parte, el corpus a seleccionar (a discriminar) debe ser pertinente. Aun cuando la pertinencia de un corpus elegido no es comprobable, ni siquiera después de obtenidos los resultados (siempre quedará la duda de haber obtenido un resultado mejor con una selección diferente), nuevamente, el “conocimiento” del autor neoconceptual, determinará una mayor cercanía al ideal en la pertinencia del corpus elegido. Además, hay que tener en consideración que el material disponible para realizar una selección es restringido (en espera de la existencia probable de un corpus ideal, absoluto y digitalizado), y que la pertinencia del corpus se verá inevitablemente delimitada por este hecho. Si la biblioteca se compone de tres revistas de moda y dos diccionarios, difícilmente se podrá generar, neoconceptualmente, un texto policial de aceptable coherencia. Umberto Eco, en El nombre de la rosa, lo dice del siguiente modo: “No me asombré de que el misterio de los crímenes girase en torno a la biblioteca. Para aquellos hombres consagrados a la escritura, la biblioteca era al mismo tiempo la Jerusalén celestial y un mundo subterráneo situado en la frontera de la tierra desconocida y el infierno. Estaban dominados por la biblioteca, por sus promesas y sus interdicciones”. El Neoconceptualismo se relaciona con la biblioteca de manera directa. Niega la posibilidad del escondrijo, adecuando sus propios saberes al contexto escrito frente al que se expone. De ahí la importancia fundamental de la biblioteca en el ejercicio de la técnica neoconceptual. Para el neoconceptualizador, la biblioteca es el corpus del que puede-debe extraer información que sirva para la producción de nuevos textos neoconceptuales (que a su vez extenderán el volumen de la biblioteca). El neoconceptualizador está, desde su origen, condenado (y/o restringido) al uso de la biblioteca, así como ésta tiene en aquél, a su más fiel albacea. Es en la biblioteca donde el neoconceptualizador perpetra su asalto. Allí, rodeado de libros que facilitan su labor recopilatoria y re-combinatoria, se completa el círculo (¿vicioso?). En base a préstamos, citas, plagios, hurtos o robos, según se prefiera. De seguro, el ejercicio neoconceptual cae en, al menos, una de estas figuras, si es que no en todas. En definitiva, si el Neoconceptualismo es un asalto en descampado a la biblioteca y a los autores que la componen, nadie podrá negar que se trata de un robo bien planificado, altamente especializado y con años de dedicación casi exclusiva. Un acto deleznable o distinguido, prepotente o laudatorio, basado desde siempre en el estudio y producción de un texto. El Neoconceptualismo sin la biblioteca no podría existir. Al revés, se podría suponer, sucede igual.
2001

12/8/10

Neoconceptualismo, una posibilidad inexplorada, por Alan Meller






Las vanguardias artísticas del siglo XX, eclosionan ante la perspectiva de una sociedad en ciernes. La necesidad de crear las bases para dicha sociedad parece inminente. Surgen los primeros ensayos artísticos, con programas y manifiestos opuestos al tipo de arte que los precedía. Las vanguardias buscan reinventar el arte, la función, y los mecanismos para generarlo.

Los manifiestos vanguardistas responden a una actitud adánica. El nacimiento del Nuevo Hombre debía programarse anticipadamente. La fe depositada sobre este Nuevo Hombre, sobre este Nuevo Arte, era absoluta. El manifiesto era el llamado intelectual para la emancipación del ser y del arte; en definitiva, del ser a través del arte.

La sociedad actual parece no generar movimientos artísticos por medio de los cuales el hombre pretenda encontrar un nuevo camino que conceda una absolución teleológica. En este contexto, dado por la ausencia de programas generadores de un lenguaje universal, surge el Neoconceptualismo.

El Neoconceptualismo no es el estado final de la literatura. Es simplemente una posibilidad inexplorada. Al mismo tiempo, es consecuencia de una tendencia ineludible. El Neoconceptualismo se funda, utilizando una mueca inexpresiva, en un género del pasado: el manifiesto. Si el manifiesto tradicionalmente (en las vanguardias artísticas) era el símbolo de la delimitación, el manifiesto neoconceptual simboliza, en esa delimitación, la expansión de los límites posibles de la literatura.

La literatura pierde su relación originaria. Los textos se recontextualizan -en un nuevo conjunto-. Llamemos al texto resultante texto neoconceptual y al texto del cual éste surge, texto origen. Si partimos de la base de que todo texto literario utiliza un lenguaje preexistente, podríamos sostener que todo texto literario es, en ese sentido, un texto neoconceptual, que utiliza la materialidad de ese texto origen, finalmente el lenguaje. Pero la literariedad, como bien comprendieron los fenomenólogos, no está dada simplemente por el uso del lenguaje. Si así fuese, no podría distinguirse el habla coloquial del texto literario (como a veces sucede). El lenguaje es la base de los textos literarios. Los textos literarios son la base del texto neoconceptual. El distanciamiento con el lenguaje entra en abismo.

Los resultados son, quizás, menos armónicos que las obras construidas por un escritor tradicional, pero no por ello menos originales. Aún cuando el mismo concepto de originalidad se vea afectado con esta práctica. El significado del texto origen se aniquila parcialmente, creando cadenas de significantes, huérfanas del padre original, adoptando un nuevo significado provisto por el falso padre. El Neoconceptualismo es una literatura bastarda, pero literatura al fin.




2001