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26/10/21

Visiones de Johanna, por Bob Dylan





1
¿No es típico de la noche hacer jugarretas cuando tratas de estar re-callado? Sentados aquí, varados, hacemos nuestro mejor esfuerzo por re-negarlo. Louise sostiene un puñado de lluvia, tentándote a desafiarle. Luces parpadeando desde enfrente. En este cuarto la calefacción tose. La radio toca música ranchera suave. No queda nada, nada que apagar, verdaderamente. Solo Louise y su amante tan, tan entrelazadamente. Y estas visiones de Johanna que conquistan mi mente.

 
 
2
En el sitio baldío donde juegan señoritas el ciego con su llavero fanfarroneando. Las chicas de la noche susurran de irse en tren, escapando. Escuchamos al nochero prender su linterna. Son ellos o él los enfermos, pregunta. Louise está bien, nomás anda cerca. Es delicada como un espejo. Deja muy claro y conciso: Johanna no está aquí. El fantasma de la electricidad aúlla en los huesos de su cara. Donde estas visiones de Johanna toman mi lugar.

 
 
3
Ahora, el chiquillo perdido que se toma tan seriamente. Presume su miseria, le gusta vivir peligrosamente. Y al nombrarla... habla de un beso de despedida... a mí. Seguro tiene mucha sangre para alguien tan inútil. Murmulla y charla con la muralla mientras estoy en el vestíbulo. ¿Cómo lo explico? Es difícil lograrlo. Y estas visiones de Johanna me desvelan hasta más allá del alba.

 
 
4
Dentro de los museos la eternidad va a juicio. Cámara de eco: así debe ser la salvación después de un rato. Mona Lisa seguro tiene mal de carretera, se nota en su sonrisa. Mira las flores primitivas, se están congelando. Mujeres caras de jalea estornudando. Escuchamos al del mostacho: “¡Chiquillas! No encuentro mis canillas”. Joyas y binoculares cuelgan de una cabeza de mula. Pero estas visiones de Johanna hacen que todo se vea tan cruel.

 
 
5
El ambulante ahora le habla a la condesa que pretende cuidarlo. Dice: “nombra a alguien que no sea un parásito y le hago una oración”. Como Louise siempre dice: “¿No se puede tener la película completa, no?”. Mientras ella misma se prepara para él. Madona todavía no aparece. Vemos la jaula vacía corroyéndose. Ahí donde su capa alguna vez flotó sobre el escenario. El violinista ahora sale a la carretera. Escribe: se ha regresado todo lo que se adeudaba. En la parte trasera de un camión de pescado que cargaba. Mientras mi conciencia explotaba. Las armónicas tocan las notas esqueléticas y la lluvia. Y estas visiones de Johanna ahora son todo lo que queda.



“Visions of Johanna”, en Blonde on  blonde (1966)
Traducción de Tomás Doggo



Visions of Johanna
Ain't it just like the night to play tricks when you're tryin' to be so quiet? / We sit here stranded, though we're all doin' our best to deny it / And Louise holds a handful of rain, temptin' you to defy it / Lights flicker from the opposite loft / In this room the heat pipes just cough / The country music station plays soft / But there's nothing, really nothing to turn off / Just Louise and her lover so entwined / And these visions of Johanna that conquer my mind // In the empty lot where the ladies play blindman's bluff with the key Chain / And the all-night girls they whisper of escapades out on the "D" train / We can hear the night watchman click his flashlight / Ask himself if it's him or them that's insane/ Louise, she's all right, she's just near / She's delicate and seems like the mirror / But she just makes it all too concise and too clear / That Johanna's not here / The ghost of 'lectricity howls in the bones of her face / Where these visions of Johanna have now taken my place // Now, little boy lost, he takes himself so seriously / He brags of his misery, he likes to live dangerously / And when bringing her name up / He speaks of a farewell kiss to me / He's sure got a lotta gall to be so useless and all / Muttering small talk at the wall while I'm in the hall / How can I explain? / It's so hard to get on / And these visions of Johanna, they kept me up past the dawn // Inside the museums, infinity goes up on trial / Voices echo this is what salvation must be like after a while / But Mona Lisa musta had the highway blues / You can tell by the way she smiles / See the primitive wallflower freeze / When the jelly-faced women all sneeze / Hear the one with the mustache say, "Jeez, I can't find my knees" / Oh, jewels and binoculars hang from the head of the mule / But these visions of Johanna, they make it all seem so cruel // The peddler now speaks to the countess who's pretending to care for him / Sayin', "Name me someone that's not a parasite and I'll go out and say a prayer for him" / But like Louise always says / "Ya can't look at much, can ya man?" / As she, herself, prepares for him / And Madonna, she still has not showed / We see this empty cage now corrode / Where her cape of the stage once had flowed / The fiddler, he now steps to the road / He writes ev'rything's been returned which was owed / On the back of the fish truck that loads / While my conscience explodes / The harmonicas play the skeleton keys and the rain / And these visions of Johanna are now all that remain















22/9/21

Último adiós al Mago porteño, por Cristóbal Soto





Horizonte oceánico profundo y azul, tráfico agitado en la rada, arcoíris de múltiples colores: edificios, techos y calles. Los asistentes vestidos con diversos tonos de negro agrupándose en autos forman caravana. Saltando luces rojas, pasando imposibles intersecciones, la encabriolada comitiva es saludada por desconocidos peatones agitando pañuelos, manos, tiran besos, se persignan, inclinan respetuosamente la cabeza, levantan sombreros. Los deseos que la tierra sea leve y el horizonte siempre azul para el vecino que parte se escuchan hasta el cementerio. Un nicho transitorio en el piso más alto de la ciudad de los muertos albergará el féretro por un par de meses hasta que, resueltos algunos trámites, pueda el cuerpo ir a descansar junto a su gente en las tumbas de la marina mercante. Último acto de magia del Mago porteño: se toma su tiempo y queda mirando el mar desde la altura con la inmejorable vista del cementerio marino (Paul Valery): ¡Sí! Gran mar de delirios dotado, / piel de pantera, clámide perforada / por mil y miles de ídolos del sol, / hidra absoluta, ebria de tu carne azul, / que muerdes sin cesar tu centellante cola, / en medio de un tumulto parecido al silencio. Cuando niño las cosas (esto es el mundo y sus diversas dimensiones) a veces son inconmensurables. A los niños nos cuesta relacionarnos con la inmensidad, nuestra percepción del tiempo está en proceso de formación, nuestro saber consciente está en constante tensión entre lo que aprehendemos que es o puede ser y lo que realmente sucede (estas son solo algunas posibilidades, claro está). Giorgio Agamben anota (...) Los niños, como las criaturas de las fábulas, saben perfectamente que para ser felices es preciso tener de su lado al genio de la botella, tener en casa el asno cagamonedas o la gallina de los huevos de oro. Y en cada ocasión, conocer el lugar y la fórmula vale mucho más (...). Cuando niño tuve al alcance ese genio en una botella: Valparaíso. La víspera del Año Nuevo viajábamos desde Santiago a casa de los padrinos de mi hermano, los buenos compadres porteños. Muchas veces ante el tedio de una Ruta 68 que entonces tenía una sola pista, llena de viajeros el 31 de diciembre, surgía el constante interrogarse por el momento de llegar. Ese preguntar acucioso de cualquier niño terminaba felizmente en un antiguo edificio en “el plan”, el centro de la ciudad. Pasando una escalita, la puerta daba paso a una entrada embaldosada como tablero de ajedrez que se abría, cual alas de mariposa, en escaleras blancas de mármol envolviendo un ascensor metálico con los botones y números de los pisos a la usanza francesa. El piso 1 era “PE”: premier étage. Íbamos al piso 4 (el 5to) cuestión de niños: constatar inconstancias con la “normalidad”: risa y confusión. El ascensor, su reja metálica manual, era una jaula de pájaro subiendo chirriante, moviendo su cuerpo elegante de maderas nobles y metales bruñidos. Ascendiendo permitía observar pisos y puertas que iban quedando tras nosotros, solemnes, elegantes, misteriosas. A veces subíamos por las escaleras, otras por el ascensor, intentando sorprender al Mago, convencidos de poder engañarlo con una llegada inesperada. Nunca, nunca lo sorprendimos. Al contrario. Siempre nos sorprendió él anticipándose a nosotros, porque era un Mago, el mejor. Su truco favorito era hacernos dar vueltas en el aire hasta cansarnos. Además hablaba chino, ruso, afrikáans, la lengua de las ballenas y la poesía del mar. Sentados en sillones de formas sinuosas le pedíamos que nos enseñara a decir cosas graciosas. Entonces nos enseñaba chistes o dichos de la cochinchina. El departamento era un paraíso de chiches, detalles traídos de sus viajes como marino mercante por todo el mundo. Estatuillas africanas, cajitas musicales japonesas, lámparas de espejos francesas, relojes suizos, muñecos javaneses, mini botellas de todos los licores posibles, latas de cervezas, jugos y bebidas en formatos desconocidos, muñecas rusas, colecciones de magnetos, láminas enmarcadas en todos los sistemas de escritura posibles. Todo era enorme y sin par. El lugar siempre pareció una puerta de entrada a otra dimensión. Desaparecía cuando salíamos a la calle. Potencialmente contenía todas las cosas del Universo. Adentro del departamento, además de innumerables recuerdos de aventuras marineras, había múltiples peceras, pajareras con aves de todos colores y una perra pequinesa llamada “Muñeca” (Ñeca, reina de la casa), mimada y gruñona que vivía adentro del departamento. No dejaba de sorprender con su inteligencia y gracia. El Mago incluso la había entrenado para ir al baño como una persona. La visita era una fiesta inolvidable. Desde la azotea esperábamos la medianoche y el cambio de año con toda la gente del edificio. Estallaban los fuegos artificiales y nos abrazábamos brindando al nuevo año. Pantagruélicos banquetes para incontables personas. Cocteles de colores en vasos de todas formas y tamaños. El Mago siempre vestía muy elegante, de camisa y pantalón con impecables mocasines, un bigote muy cuidado y el pelo perfectamente peinado. Preparaba los tragos más increíbles porque entre sus múltiples andadurías había sido barman en cruceros y manejaba cocteleras, hielos y agitadores con verdadero arte. Cuando estábamos a punto de caer dormidos nos mostraba un último truco, materializaba una moneda en nuestra oreja, hacía desaparecer un pañuelo doblándolo en su puño o sacaba una paloma de un sombrero. Así nos dormíamos, niños felices, convencidos con pruebas reales de que la magia existe. En el día paseábamos a la perra, íbamos a la plaza de la victoria a subir árboles o carruseles. La magia estaba a plena luz del día en una ciudad que nos abría sus secretos. Kafka escribió "esta es la esencia de la magia: que no crea, pero llama", esto es, que la magia podría consistir en que aquello que se puede nombrar, no es magia. La magia es un gesto (como la justicia, la memoria o iluminación). Aquello que se nombra ya no está en el nombre, aquello que se recuerda se ha ido en el gesto del re-memorar. Todo momento puede ser memento mori; como le recordaban los romanos al general victorioso: junto con la corona de laureles, símbolo del triunfo, la fugacidad de la vida: tú también eres mortal, bolsa de carne, saco de huesos. Al recordar, este asunto de la muerte parece algo grave, de gran importancia, al menos por un segundo, el instante recordado. Luego se esfuma para dar paso a cosas urgentes; compromisos, obligaciones, proyectos... los trabajos y los días, eso que nos ilusiona en su multiplicidad y nombramos “vida”. Esa vida o realidad a ratos se desgarra y abre para mostrar la vanidad náufraga de nuestro devenir. Los budistas buscan despertar “aquí y ahora” una conciencia despierta, budeidad, trascender el ciclo de la ilusión para instalarse en la observación del presente que todo contiene y todo conecta, interdependencia intensa develada, natural a cualquier observador atento, “despierto”. Anoto esto porque como budista estaba en un retiro de meditación y silencio al momento de la noticia de la muerte del Mago. Al salir del retiro volví a casa para ir con mis padres a la capilla ardiente en Playa Ancha. El camino fue tranquilo, la luz invernal del mediodía colándose entre el verde seco de los caminos rurales de la costa. La entrada a la gran ciudad puerto fue calma y sin agitación, incluso fue fácil estacionar cerca del lugar del velorio y misa fúnebre. La iglesia en piedra y lozas, techos altos en madera pintados con cielos estrellados y cruces, vitrales, cornucopias, retablos, estatuas de vírgenes y santos con cada esquina colmada de placas en agradecimiento a milagros y favores concedidos; todos los colores imaginables. La iglesia del puerto como idéntica metonimia de la ciudad y de la vida que conocí (niño) como la que viven los habitantes de Valparaíso, imagen (neo) barroca de plenitud exacerbada donde todo abunda y no daña porque calza de manera extrañamente necesaria. Grafiti sobre grafiti sobre grafiti en todas las paredes, texturas infinitas de materialidades con las que se construyen las casas encabalgándose una sobre otra y sobre otra en cada esquina y a cada vuelta; tráfico atochado que no alcanza a entorpecerse porque entre los vericuetos de subidas y pendientes que sirven de calles los vehículos circulan diáfanos sin obstruirse ni accidentarse en contra de cualquier proyección estadística. Y un último gesto del Mago, el viaje al cementerio marino: ¡El viento se levanta!... ¡Hay que intentar vivir! / El aire inmenso abre y cierra mi libro, / ¡La ola en polvo osa saltar las rocas! / ¡Emprended vuelo, páginas deslumbradas! / ¡Romped, olas! ¡Romped de aguas gozosas / este techo tranquilo que picoteaban foques!



Valparaíso, 2021
Fotografía de Franklin Goycoolea















21/7/21

La consulta al estanque y el inesperado inicio de las guerras del agua, por Cristóbal Soto





Fragmento de Los sostenedores kármicos

El músico se acercó al consejo de aves del estanque algunos días después que su hijo había partido a la capital. Años habían pasado desde la celebración del matrimonio. El hijo escultor y la mujer malhumorada le habían dado varios nietos al músico que hablaba el lenguaje de los pájaros y a la mujer jovial. Con tanto tiempo y tanta digresión el músico había olvidado por completo sus precauciones. Esta vez lo acompañaba al consejo su mujer que poco a poco había aprendido el pajarístico y siempre quería enterarse de todo. Solo por amor al conocimiento. Su nieto mayor había nacido hablando pajarístico y también estaba presente en el consejo, montado en su perro favorito, un San Bernardo gigante llamado Atlas. El consejo abrió la sesión para atender la solicitud 29 del músico, presididos por el pato, con el loro, el Martín pescador y el gato. Se ausentó la gallina para esa ocasión con excusa justificada. El Martín pescador comenzó a leer la sesión del acta anterior. El lenguaje de los pájaros no está para ser escrito sino de manera muy primitiva, arcaica y complicada, ineluctable y definitivamente alejado de la transparencia y vivacidad del lenguaje que cantan sin palabras los pájaros; bien concisamente, el lenguaje escrito en las actas era algo así como la traducción de una reconstrucción de una ópera griega tocada con instrumentos electrónicos de principios del siglo veinte; la articulación era tan ampulosa y afectada que el secretario Martín pescador revoloteaba y se contorsionaba sobre sí mismo, estirándose y elongándose de los modos más chistosos e impensados para intentar dar cuenta del acta de esa sesión primitiva de hace apenas unos meses. Los pájaros aman las digresiones (su lengua no es tal sin digresión) por lo que el acta comenzaba con una extensa nota a propósito de una de las primeras preguntas que el músico planteara al consejo de aves del estanque, a saber:

¿Podemos hablar de pertenencia para esta tierra y en específico para la formación rocosa que llamamos El Castillo? ¿Cómo conoceré quiénes son los hombres justos en el pueblo más cercano?

El músico pensaba, o más bien se había representado, que eso estaba resuelto. Que El Castillo era patrimonio de los pájaros del sector y que los hombres justos se podrían identificar simplemente preguntando a los pájaros que vivían entre los hombres. Esto, claro está, era inocente.

La primera pregunta, dijo el consejo, se responderá hacia el final de esta sesión. Sin embargo, esta asamblea de aves ha considerado que por una cuestión de utilidad habremos de dividir la pregunta en los siguientes temas, sobre los que haremos consideraciones propias a cada uno:

Primero, se expondrá sobre las concepciones de propiedad, esto es, cuerpo y bienes. 
Segundo, se expondrá sobre “la tierra”, causas y condiciones.
Tercero, se expondrá sobre esto que el músico entendió como “El Castillo” y se aclarará que se trata de una jaula, por qué y para qué.

Pues bien, ahora, para responder la pregunta sobre lo justo, el consejo requirió la presencia de las cinco aves mayores. Una sombra cubrió el cielo y de entre las nubes descendieron un águila azul, un cóndor blanco, un albatros verde, un garuda rojo y un fénix amarillo. Las aves mayores se quedaron suspendidas sobre el lago justo en medio del consejo, dieron varias vueltas en varias direcciones, escribieron en el agua y en el aire y se retiraron. En ese momento una ballena barbuda enorme surgió del agua. No estaba de acuerdo con la exposición sobre justicia y declaró la guerra del agua. En un santiamén abrió su quijada y aspirando con una succión monstruosa se tragó a todos los pequeños pájaros que pudo, junto con la mujer, el nieto y el perro del músico, todas las nubes del cielo y gran parte del estanque donde estaba el consejo. En lo alto las aves mayores emitieron en conjunto un sonido inaudible para los mortales. Así comenzó la primera guerra del agua que tendría cada vez consecuencias más fatales.



2021