27/7/16

Fotografías de un hombre no encontrado, por Ariel Rioseco

 
Sobre Yo ya, de Martín Cinzano

Yo ya, de Martín Cinzano, es nostalgia en estado puro y árido, que vaga por las calles del DF. Es también una especie brisa previa en la tragedia, la niebla que lo envuelve de camino al cine para ver un film de Lynch. Como un viaje cotidiano y omnipoderoso —que pretende todo lo contrario—, hay sol y madrugada en una ciudad que lo devora todo. Una mirada que recorre las escenas tras beber y navegar con cierto esmero. Es algo imperturbable, algo humeante, es la cercanía y lo breve en una memoria cercana al fin del intangible.

Sobre el pasamano de una escalera que da a la calle, su mano se adhiere al instante y sentimiento en una urbe que avanza, alcanza y abraza a moros y cristianos, como una luz de bengala que, tras un serpenteante vuelo, nos muestra un horario y una calle sin retornos. Porque el Distrito Federal y sus polis son ese conjunto, son hoteles sin ventanas, trozos del tiempo en los que se arman héroes y desamores, siempre intentando llegar al punto cero que cierre el espectáculo del día en esta ciudad vestida de carteles.

Sobre estas avenidas y estas noches mexicanas, se escribirán muertes y colores inmortales con los cuales se fotografiará el tiempo envuelto en traiciones, a sí mismo, de la vida a la joven de Valdivia —que ya no es tan joven—, a una prostituta en un hotel barato, al policía inexistente... Son el encanto y el paisaje lento con el cual se construyen nuestros sueños, los sueños de un hombre a-feliz que ya no huye ni se encuentra, no precipita ni da tumbos.

Por costumbre, más que convencimiento, va de una taquería al fallecimiento del dictador de apellido Pinochet, donde el aceite y el olvido, te hacen saltar del  asiento porque el hambre nunca espera. Luego se acomoda y ve pasar otros universos. En estos, los políticos, como la arquitectura, conforman ese espacio tóxico que se hace detestable desconociendo banderas o el meridiano sobre el cual se pise. Por esto es que bebe hasta el insomnio, hasta la siguiente mañana vacilante: Yo ya… Y luego dispara: “Al proletario que lo salve la chingada madre”, consciente de una simple verdad, que raras veces tiene algo de simple, nos conduce al discurso de Macchiavello que agrega: “somos un pretexto reemplazable, un accidente subsanable”.

La decepción que nos conduce a lo humano, nos muestra amigos y paseantes que han partido para no regresar. Hegel se esconde y la mujer de su vida sueña por los dos una noche cualquiera, porque la vida es perra… y Dostoievski entiende.

Yo lo sé.
Cinzano también lo sabe: “Las palabras no tienen amargura”.



San Clemente, julio de 2016


 

Yo ya, de Martín Cinzano
G0 Ediciones
Santiago de Chile, 2016