5/2/18

Guasa, por Bernardo Navia




 
Abundio Macías estaba seguro de que moriría pronto.

No estaba enfermo. De hecho, robusto y metódico en sus costumbres, había gozado siempre de buena salud.

No tenía problemas serios con nadie (lo que tal vez habría supuesto la mórbida acción tal vez de algún enemigo, miembro del hampa o no). De hecho, hasta había sido reconocido alguna vez por el propio alcalde de su ciudad como citadino ejemplar.

No era hipocondriaco. De hecho, se había caracterizado siempre por una actitud mental y física decididamente positivas y sobresalientes.

Abundio Macías tampoco sufría de depresión, ni mucho menos. De hecho, siempre se había caracterizado por una sonrisa a flor de labios. Hasta se podría decir que era optimista, a pesar de su seguridad inamovible de que moriría pronto.

“Los dioses tienen un sentido del humor extraño”, solía decir la abuela de Abundio cuando éste, siendo un niño, insistía desde ya en mencionar la seguridad de su fin cercano (a veces, en contextos que no tenían nada que ver; en medio de una cena familiar, por ejemplo). Era entonces que su abuela, dando suspiros y mirándolo con fijeza, se refería al extraño humor de los dioses al no entender cómo tan certera y más bien oscura conclusión podía venir de un niño tan popular entre sus pares y tan inteligente; además de ser muy bien parecido y acomodado, tanto en el área social como en la económica.

Abundio Macías estaba seguro de que moriría pronto. Y con esta seguridad (que él nunca se molestó por explicarle ni aclararle a nadie), vivió su vida casi como ajeno o impermeable a los problemas personales y colectivos; pero, y esto es quizás lo más curioso, no se podría haber dicho nunca que a él no le importaba nada de eso (el público reconocimiento que había hecho de él el alcalde, así lo atestiguaba).

En fin, al transcurso de los años, que pasaban veloces, se le sumaron sus dos divorcios, sus fundaciones y cierres de compañías, sus logros y fracasos tanto personales como económicos y muchas otras instancias que la gente suele catalogar como “bendiciones”. Se le sumó también todo ese inagotable, macabramente inagotable (e inevitable) desfile de problemas componentes de la realidad humana, farsa o no: espirituales, físicos, económicos, sociales, nacionales, internacionales, políticos, ambientales; en fin, de toda esa —condenada ya desde el principio— aventura humana que un buen día, cuando Abundio acababa de cumplir 60 años, se redujo al apocalíptico fin que ya se presentía o adivinaba hacía siglos pero nadie se atrevió a ponerle fecha; pues 3 o 4 horrendas, terríficas, absolutas, indescriptibles, totales y definitivas explosiones nucleares que se sucedieron con rapidez inaudita una a la otra, impusieron oscuridad y silencio global de forma casi instantánea.

Abundio Macías estaba seguro de que moriría pronto. Por eso que esa mañana, la de su sexagésimo cumpleaños y luego de que hubieran ocurrido tan inauditas (aunque, al mismo tiempo, terriblemente anticipadas) explosiones, recordó —con sorna esta vez—a su abuela: “los dioses tienen un sentido del humor extraño”.

Se preguntó si habría más sobrevivientes.

Cerró los ojos y no quiso pensarlo.



Inédito para G0 Ediciones, 2018



Pronto: Lanzamiento de Sobre destinos, ciudad y Dios
Cuentos de Bernardo Navia
Ars Communis Editorial, Chicago