27/1/20

Celadas de la alucinación / A propósito de la poesía de Manuel Illanes, por Roger Santiváñez





El mundo camina hacia su destrucción total, es decir el mundo actual del capitalismo salvaje; parece decirnos el poeta Manuel Illanes. En efecto, su libro Diario de la peste (G0 Ediciones, 2018) transita por una muy bien estructurada secuencia de veintidós poemas divididos en dos partes: “Diario de la peste” y “Ciudad Lumpen”. En esta breve nota introductoria intentaremos un viaje a través de su configuración textual.

De arranque nos encontramos con una suerte de declaración de principios sobre lo que presentará esta poesía: “Imágenes sudacas, fragantes, / malolientes, a veces pavorosas”. La realidad de nuestra Latinoamérica, con todo su horror prevaleciente. Recordemos la terrible adjetivación de Enrique Lihn: “Nunca salí del horroroso Chile”, pensando en el origen de nuestro poeta, aunque afincado ya hace tiempo en la Ciudad de México; Latinoamérica es una sola y la misma. Podemos así suscribir estos versos radicales de Illanes: “La pátina de spray & excremento / sobre los monumentos de nuestros héroes” porque -en realidad- no respetamos a ninguno de los supuestos héroes de la pasada historia de las repúblicas de pacotilla en que han convertido a nuestras naciones, las infaustas burguesías criollas y, peor aún, hoy bajo el imperio del neoliberalismo más antihumano. Sin embargo, Illanes se da espacio y belleza para escribir -frente a toda esta miserable situación- una sencilla definición de la poesía: “es un pez, es un pez el poema / que desciende huidizo / por el arroyo del tiempo”.

La situación es tan desesperante que el poeta llega a invocar “la venida del apocalipsis, / el fin de tanta confusión, / tanto caos, / tantas desapariciones”. Porque ya sabemos que el capitalismo fascistoide (como lo estamos viendo precisamente hoy en la patria de nuestro poeta) asesina y/o desaparece -sin el menor remordimiento- a decenas de personas, quienes solo están protestando por su derecho a una vida mejor. Así es como Illanes recuerda su país desde el exilio: “En los confines del mundo un Santiago espectral, / meados y grafitis derritiéndose / como puñales de lluvia en los muros”. Nótese la calidad de la imagen expresionista en el estilo illanesiano. Y -en esta dirección- su siempre presente deseo de darle su lugar a la creación. Leamos: “Porque la poesía / no es sino el fraseo del vértigo / que se tartamudea en la soledad / de habitaciones baratas, vastos exilios, / titilaciones lejanas de una Ítaca tropical”. Lenguaje, necesidad de expresarse y resonancia de las titilaciones nerudianas, fusionado todo en una reivindicación greco-sudaca, diríamos; muestra clara del talento y propuesta de nuestro poeta.

En Exilios II en que aparecen los Rolling Stones entonando un canto a la sal de la tierra, en la geografía del Tahuantinsuyo, es decir lo que fue el imperio de los Incas, hallamos no solo una recuperación personal del rock and roll, sino la fijación de un símbolo predilecto de Illanes: las flores de plástico. Dice el poeta: “un domingo tibio de mayo / en que rojas flores de plástico / atemperan la atmósfera”. Y más adelante, en el cierre del poema: “Victoria es poder murmurar / madre, Lima en estos días sin justicia. / Y las rosas fulgentes, plásticas, /…/ entibian hoy, calientan con su estampa / la atmósfera desoladora de mayo”. Es interesante comprobar cómo el plástico, que sería de lo más artificial del capitalismo en el mundo moderno, es reivindicado -de todas maneras son hermosas flores parece decirnos el poeta- como algo bello y quizá emblema de la posible roja Revolución, y en mayo (mayo primaveral, mayo del 68) tal vez.

En el Exilios III, 2, notamos la lograda combinación de prosa y verso, alternándose en el texto, y en el número 3, son sintomáticas estas líneas: “Cerré los ojos y partí simplemente / a enterrar la memoria de mis muertos en la lejanía”. Versos que definen el tema del viaje. Luego pasamos a una hermosa y conseguida visión de la ciudad en el poema denominado “La muerte de un motociclista”, de lo mejor del conjunto en mi criterio. En el texto titulado “Consistorial” podemos hallar no solo el muy bien trabajado ritmo: “Asombro por la lenta combustión de un lucero” y su plástica plasmación sino la reaparición del rolling stone que incide en la raíz rockera o pop de esta poesía: “La voz de Mick Jagger repitiendo, / una y otra vez, que el amor / es como una música que viene y se va”. E inmediatamente desfilan ante nosotros Teillier, Aragon, Mario Santiago, “el fantasma de Arturo Belano” y nos enteramos que se trata de una especie de disolución del mundo actual descrita de la siguiente forma: “¿Boyas arrastradas / hacia el Mar de la Paranoia, el Mar / de la Cesantía, el Mar de la Dispersión?”. Pero todavía con terca esperanza poética: “Estos días son la savia / que sustenta el crecimiento / de los árboles, ahogados /por el invierno, la futura floración / de una primavera todavía lejana”. Pero primavera de todos modos, nos queda claro.

Y así vamos avanzando “a toda velocidad hacia Ciudad Lumpen” como nos enteramos en el poema “Edad pagana”, en el cual se nos informa que habitamos una sociedad donde impera “El decálogo en que sobresale una ley: Compra“ alusión directa al neoliberalismo que nos oprime y aliena. Pero el poeta siempre apela a la esperanza por el camino del arte: “Las canciones de Bowie sueños, / salvajes sueños de una edad pagana: / cómo desearías escuchar Rebel, Rebel / de camino a Utopía”. Prosigue el viaje de la decadencia y la destrucción, cruzando homenajes a William Burroughs con imágenes que nos recuerdan La naranja mecánica y un cercano apocalipsis: “Como una trompeta epiléptica / el swing de los semáforos / marca el tiempo de la penumbra / & de la estampida”.

Ahora entramos al poema que propiamente nos vincula al título del libro. “Diario de la peste” que significativamente lleva este subtítulo entre paréntesis ‘(Allende ha muerto)’. Homenaje, sin duda, a quien representó la última esperanza revolucionaria de Chile, trazado como un gran mural histórico pauteado horariamente frente a la Realidad de aquella época y de todavía. De este modo, llegamos a la segunda y última parte del poemario: “Ciudad Lumpen”, símbolo de una configuración urbana en cualquier zona de América Latina, más allá de que algunas marcas textuales podrían sugerir que se trata de Santiago de Chile o la Ciudad de México. Son ocho poemas en prosa dedicados a explorar la alienación colectiva de aquellas junglas de cemento que vivimos cotidianamente. Manuel Illanes sabe recuperar la larga tradición que alumbra dicho tópico y revertirlo en su propia dicción: “El caracol ciego del azar se ha anticipado a ellos, su estela de pomos rotos y bolsas desborda la avenida manchada por visibles brochazos de vómito, su baba inmunda inscribe una circunferencia infinita en el asfalto quebrado de las calles”. A mi juicio, en esta parte del libro, está quizá la viñeta más hermosa del conjunto: “Pequeña Epifanía”, singular plasmación de incidencia cultista -Rimbaud- fusionada a la desesperación citadina de todos los días. Un texto de antología.

La tumba saqueada de Marx, “la hetaira democracia”, prostitución callejera al paso, “cementerios de indígenas y NN sepultados bajo la grava y las cañerías, restos de parietales, fémures astillados, monedas de cobre + el recuerdo reseco de antiguos mártires sociales”; la suma y cifra de la decadencia del capitalismo occidental tercermundista, nos ofrece esta “noche más en Lumpen”. Una noche muy oscura, nos señala el poeta Manuel Illanes, pero el solo hecho de elevar un bello canto frente a dicha destrucción y antihumana realidad lo redime y nos redime de la hecatombe final, en donde ha de reinar -sea como fuere- el viento fresco y la luz de la poesía que -sin duda- son los mismos de la Liberación.



Roger Santiváñez
orillas del río Cooper, sur de Nueva Jersey
diciembre de 2019