21/8/23

El fin del mundo, por António Lobo Antunes





Esto puede haber acabado, pero no soy tan tonto como para ponerme a llorar delante de ti. Por el contrario: me presento con una sonrisa como si nada, me siento a la mesa, me pongo la servilleta al cuello para no salpicarme la camisa (mi madre, pobre, que ya ve mal, las pasa moradas con las manchas) digo:

 

–Buenas noches, Manuela y tomo la sopa hasta el final, hablando de esto y de lo de más allá, sin dar a entender que estoy triste, que tengo un nudo en la garganta, que siento mi vida destrozada porque te juro que no soy tan tonto como para ponerme a llorar delante de ti. Tú te levantas, me quitas la cuchara, pones mi plato encima del tuyo, traes el arroz con conejo de la cocina y yo abriendo una botella de cerveza que a veces siempre ayuda un poco a disipar la tristeza y el nudo en la garganta y mientras me sirvo arroz me quedo a la espera de que me hables de Carlos.

 

En el fondo puede ser que la culpa sea mía por postergar constantemente la boda contigo, venir aquí los lunes y los jueves e irme a la una de la mañana con la disculpa de que mi vieja me necesita, que con la edad deja la puerta abierta y se olvida del gas, que soy hijo único y solo me tiene a mí, cuando la verdad es que los compromisos me asustan, me asusta la idea de que quieras tener hijos (no se me dan bien los niños) y con tantas disculpas y tantas postergaciones era más que seguro que acabarías cansándote y si no hubiese sido Carlos habría sido otro, Carlos por lo menos es un muchacho sosegado, le gustas, su madre es quince años más joven que la mía y tiene una salud de hierro y una mujer no puede pasarse toda la vida a la espera de que un fulano se decida, pasarse la mayor parte de las noches sin compañía viendo videos en el televisor, a una mujer le hace falta compañía, conversar, un hombre al que atender y yo no sirvo para eso, Manuela, me paso la noche mirando el reloj con miedo a perder el barco, me despido deprisa con un beso en la frente, telefoneo rápidamente desde el trabajo hasta que la semana pasada me dijiste –Tengo que hablar sin falta contigo y yo entendí que me querías aclarar que Carlos estaba dispuesto a darte lo que yo nunca te he dado, que no iba con tu manera de ser quedarte sola, ir sola a la playa, ir sola al cine, aguantar las anginas sin nadie al lado, oigo mi voz –El arroz con conejo está buenísimo harto de saber que no era eso lo que querías oír, harto de saber que lo que querías oír era –Quiero casarme contigo, olvida a Carlos pero no puedo, no soy capaz, me gustas y no obstante no me veo, ¿entiendes?, viviendo contigo, el amor es una cosa tan extraña, Manuela, te aseguro que siento amor por ti, te aseguro que me encantaría tomarte de la mano –Quiero casarme contigo, olvida a Carlos y las palabras no salen, tú a la espera y las palabras no salen, tú asegurándome en silencio –Si te quedas, no quiero saber nada de Carlos y de lo único de lo que soy capaz, qué estupidez, es de elogiar el arroz con conejo que has preparado en lugar de elogiarte a ti, tomarte de la mano, declarar –Te quiero porque te quiero, porque no conozco a nadie que haga macramé tan bien como tú, que tenga la casa tan limpia, la ropa tan cuidada, ni una mota de polvo en los muebles, no conozco a nadie que me trate como tú me tratas, creo que Carlos tiene una suerte enorme, creo que voy a sentir tu falta doliéndome por dentro y sin embargo no soy tan tonto como para llorar delante de ti, hablo contigo como si nada, encajo la servilleta en la argolla, me levanto, me abrocho la chaqueta y tú –Tengo que hablar sin falta contigo yo, que no soy tan tonto como para llorar delante de ti, aferrándome al picaporte –Mañana, mañana sabiendo perfectamente que no voy a venir mañana, que no voy a venir nunca más, que si viniese encontraría la mesa puesta y a Carlos sentado en mi lugar comiendo mi arroz con conejo y proponiéndote –Vamos a ocuparnos de los papeles en el Registro Civil sabiendo perfectamente que dentro de dos o tres meses iré al jardín de la Gulbenkian a echar un vistazo, y allí estaréis vosotros y los padrinos haciendo fotografías junto a la estatua, junto al lago, y puede ser que me veas, Manuela, que me distingas en medio de los arbustos, puede ser que me mires como ahora me miras –Tengo que hablar sin falta contigo sólo que no dirás nada porque es tarde, no puedes pasarte el resto de tu vida yendo sola a la playa, al cine, aguantando las anginas sin nadie al lado, tal vez me saludes, tal vez yo te salude y coja enseguida el autobús porque mi vieja me necesita, con la edad deja la puerta abierta y se olvida del gas, al entrar mi madre, preocupada –Vienes muy pálido, Jorginho yo muy deprisa:

 

–No es nada, madre y me siento en el patio de la parte trasera hasta que se hace de noche y sin llorar, claro, no soy tan tonto como para ponerme a llorar, qué mariconada llorar, yo no lloro, no pienses que lloro, no lloro, me siento en el patio de la parte trasera hasta que se hace de noche y les doy maíz a las gallinas, les doy maíz a las gallinas, les doy maíz a las gallinas.

 

 

 

en Libro de crónicas, 2013