14/1/08

El corazón de Bill Bixby, por Ramón Oyarzún





LLegué a este planeta que mira al centro de la galaxia, en este país del sur, por alguna razón inexplicable en mi espíritu. Llegué arrastrando mis pies con dolor y nostalgia profética, no venía de ninguna parte, ni pertenecía en algún lugar anterior. En un pueblo del norte, qué digo en uno, en varios puestos de la ruta, en incontables lugares antes de llegar acá a mirar el centro de la galaxia, me pude haber detenido, una casa, una cama cálida para dormir abrazado. Las entradas de mi bitácora pueden identificarse porque abandonan lo que sucede sin miramientos. Por continuar, por miedo a mirar el interior o por apego a eso interno que duele, quema y me quiebra de vez en cuando y de cuando en vez, decidí la nostalgia, elegí estar constantemente llegando o yéndome sin asentarme en ningún lugar y ahora estoy en la última esquina sin poder progresar si no es hacia el centro. Los límites tienen este sentido de oportunidad de acabose y comenzose, pero en la continuidad estoica de eleguir dormir en carreteras, pasar noches heladas con el pulgar estirado, conocer días de interminables caminatas y saber de soledades en tránsito, en esos días en que hasta la rabia está sola y la cancioncita suena lejos, es que me doy fuerza, acepto mi destino, cargo con ahínco mi morral y dejo de creer en el monstruo. Entonces entro en las grandes ciudades y me atrevo a tener amigos y a creer en que pertenezco. Esas noches a veces también escribo.