1/8/08

Láricos, por Ramón Oyarzún





Matteo legó a Macao su espíritu en una urna llevada por los silhak. Un escriba taoísta que se hacía llamar Boddhi Hangul luego de la eterna guerra visitó esa tumba, la verdadera tumba y no el memorial que había sido arrasado junto a Beijing en las primeras escaramuzas nucleares de los treinta mandarines. Gracias a una copia de un cheonhado conservado en un subterráneo de Londres el escriba dio con las cenizas del jesuita-confucionista que había cifrado sus profecías en los mapas circulares entregados a Yi Su gwang. Algo mosqueado y sin darle mucha importancia el espíritu se sacudió el polvo del mundo espiritual y escuchó los requiebros rituales y las fórmulas de cortesía que el taoista presentó. ¿Qué pasa?¿Ha explotado el mundo y se ha reducido la población al nivel necesario? Pues, sí, así ha sido. Pero eso pasó hace mucho tiempo. Ricci levantó su estudiosa ceja y dijo que en ese caso mejor le dejaran seguir leyendo, en Agarta había mucho trabajo y los especialistas llegados al mundo espiritual en los últimos milenios dejaban muchas dudas respecto al rigor de su formación, que fuera al grano. Boddhi Hangul fue muy claro, cortó de un mordisco su pulgar, trazó un carácter en el aire y la dimensión amplia del cuarto se iluminó para que el espíritu se pudiera ver a sí mismo como una parte del mapa. Entonces comprendió que el taoísta era una entrada, observó los colgantes en su mano, cabezas americanas preincásicas, tatuajes persas, orejas perforadas con piedras a la usanza lapita, tótems altaicos, y vio que desde el cuello del hombre nacían caracteres móviles que pasaban del tibetano al armenio al mandarín al quechua vertiginosamente. Un solo hombre, un solo vehículo y muchos espíritus. Ricci decidió entrar en uno de los bordes del mapa. Entonces, ahora ¿qué? Varias voces respondieron que con esta última parte del mapa podían empezar a trabajar en ampliar los límites. Arraigados a este cuerpo, desarraigados de la tierra podremos empezar a colonizar el espacio. Ricci sonrió, eso es imposible, el espacio es lo divino e inmutable, es dios, ¿cómo entrometerse ahí sin fundirse? Para eso están los mapas. Los ojos eternos de los heréticos reunidos en el vehículo Hangul brillaron. Una nueva forma de espíritu que se fundía sin perder sus particularidades, seguro habría gran resistencia, pero las huestes celestiales estaban viejas y cansadas. ¿Qué espacios podrían colonizar? Los mapas nanodimensionales y las cartografías multiversales empezaban a abrirse.