23/12/09

Cuento de caligrama. por Raimon Ceos






Fue durante la guerra Ruso Japonesa, tal vez la batalla por Manchi, la cuestión es que fue en algún lugar cercano a Mongolia, esos lugares donde los hombres de indefinibles etnias, rubios bajitos bronceados de ojos rasgados y negros se mezclan con morenos altos de ojos azules y trabajan juntos durante los veranos apatronados por señores feudales incontactables que les pagan por talar bosques o por abrir carreteras a lo largo de tierras y montes y valles y llanos interminables y en esa guerra cuando dos imperios imposiblemente distantes, la patria de los zares, los domadores de osos, sus ejércitos de jinetes calmucos y kurdos, sus batallones de gurkas y manchúes, étnias diversas y dispersas donde las hubiera, bajo las órdenes de kropotkin en desordenas oleadas se enfrentaron a los eficientes ejercitos del shogunato, batallones unifomes con soldados desalmados entrenados idénticamente en la precisión la perfección la justeza, orgullosos de su tradición guerrera y convencidos de extender el imperio nipón iluminado. En esa guerra que tal vez fue la última guerra verdaderamente romántica, estuvo jack london de corresponsal, el corto maltés con rasputín y morihei ueshiba, cada quien a su propio coleto descubriendo sus propias iluminaciones y teniendo sus epifanías personales, ya fuera en un duelo contra un almirante japonés, en la mirada del cadáver empalado por la balloneta-naginata, en la búsqueda de mapas de tesoros y ruinas atlantes o lo que fuera. Un simple hecho destaca para mi historia, que seguramente no tiene nada de relevante. Kropotkin escribe en sus memorias, un gran testimonio de cómo se puede perder una guerra teniendo la ventaja sobre el terreno, siendo la mayor fuerza y con la mejor estrategia de su lado. Uno de los soldados de esta batalla recibió una herida de granada que le voló gran parte del cerebro. Inspirado por las caligrafías chinas que colgaban en el hospital y por la herida escribió a su amante unas cartas alucinadas donde usaba las letras más bien para dibujar que para contar una historia, o contar una historia donde los protagonistas eran los cañones dibujados con letras y las lanzas-balloneta con que las trincheras japonesas detuvieron a las caballerías altaicas, en fin, fuese lo que fuese el cómo escribiera, estas cartas escritas por un ruso blanco llegaron a manos de esa amante francesa que tenía el herido, mujer que visitaba a otro herido en un hospital de Lille, este señor, Apollinaire, escuchó de las cartas, tal vez las hojeó, increíblemente sorprendido por la coincidencia de las heridas sufridas por ambos combatientes unidos por una mujer y una estancia en un hospital para heridos de guerra. Hoy vivimos otra guerra donde los caligramas son nuestra mejor granada. pám.