24/5/11

Historia de O-Tei, por Lafcadio Hearn







Hace mucho tiempo en Japón, en la ciudad de Niigata, provincia de Echizen, vivía un hombre llamado Nagao. Hijo de médico, fue educado para seguir la profesión de su padre. Desde muy joven estaba prometido con una niña llamada O-Tei, hija de un amigo de su padre, y ambas familias estaban de acuerdo en que la boda debía realizarse apenas Nagao terminara sus estudios. Pero la salud de O-Tei era débil, y al cumplir quince años la atacó un mal fatal. Al saber que moría, mandó llamar a Nagao para despedirse. Cuando él se arrodilló junto a su cama, ella le dijo:

“Nagao Sama, mi prometido, estamos comprometidos desde nuestra infancia, y nos habríamos casado a fin de año. Pero ahora moriré; los dioses saben lo que es mejor para nosotros. Si pudiera vivir algunos años más, sólo continuaría causando problemas y dolor a los demás. Con este frágil cuerpo no puedo ser una buena esposa; por esto, incluso desear vivir por tí, sería un deseo egoísta. Estoy resignada a morir, quiero que me prometas que no sufrirás... además, pienso que nos volveremos a encontrar”.

“Efectivamente nos volveremos a encontrar,” respondió Nagao conmovido. “En la Tierra Pura, donde no habrá dolor ni separación.”

“¡Nay, nay!”, respondió ella suavemente, “No quiero decir en la Tierra Pura [1]. Creo que estamos destinados a encontrarnos de nuevo en este mundo, aunque me entierren mañana”.

Nagao la miró cavilando, y la vio sonreír ante sus dudas. Ella continuó con gentil voz de ensueño: “Sí, quiero decir en este mundo, en tu vida actual, Nagao Sama... Siempre y cuando tú lo desees. Yo naceré nuevamente como una niña y creceré hasta llegar a ser mujer. Por tanto, tendrás que esperar. Quince, dieciséis años; es un largo tiempo... pero, mi prometido esposo, tienes sólo diecinueve”.

Ansisoso de hacer sus últimos momentos llevaderos, él respondió con ternura: “Esperarte, mi prometida, será más un placer que un deber. Estamos predestinados por al menos siete existencias”.

“¿Acaso dudas?”, preguntó ella, mirándole a la cara.

“Mi querida”, respondió, “dudo si seré capaz de reconocerte en otro cuerpo, con otro nombre, a menos que me des una señal o pista”.

“Eso no puedo”, dijo ella. “Sólo los dioses y Budas saben cuándo y dónde nos volveremos a encontrar. Pero estoy segura, muy muy segura, que, si estás dispuesto a recibirme, seré capaz de llegar hasta ti. Recuerda mis palabras”.

Dejó de hablar, sus ojos se cerraron. Había muerto.

Nagao estaba sinceramente enamorado de O-Tei, y su dolor fue profundo. Mandó hacer una tablilla funeraria inscrita con el zokumyo [2] (nombre de pila) de O-Tei, la colocó en su butsudan (Altar Budista del hogar), y cada día le presentaba ofrendas. Pensó mucho en las extrañas palabras que O-Tei le dijo antes de morir, y con la esperanza de complacer su espíritu, escribió una promesa solemne de esposarla si ella podía regresar a él en otro cuerpo. Esta promesa escrita la firmó con su sello y colocó en el butsudan al costado de la tablilla funeraria.

Sin embargo, siendo Nagao hijo único, era necesario que se casara. Pronto se vio obligado a cumplir los deseos de su familia y aceptar una esposa elegida por su padre. Después de su matrimonio continuó haciendo ofrendas a la tablilla de O-Tei, y nunca dejó de recordarla afectuosamente. Pero gradualmente la imagen se volvió más tenue en su memoria -como un sueño difícil de recordar-. Y pasaron años.

Durante esos años muchas calamidades le sucedieron. Murieron sus padres, luego su esposa y único hijo. Se encontró sólo en el mundo. Abondonando su desolado hogar partió en un viaje, esperando dejar atrás sus penas. Un día, en el transcurso de sus viajes, llegó a Ikao, un pueblo famoso por sus aguas termales y la belleza de sus alrrededores. En la posada del pueblo, una joven salió a recibirlo; al primer vistazo, sintió que su corazón daba un vuelco como nunca antes. Tanto se parecía esta extraña a O-Tei que Nagao se pellizcó para cerciorarse de no estar soñando. Mientras la joven iba y venía trayendo leña, comida o arreglando el cuarto de huéspedes, todas sus actitudes y movimientos recordaban y revivían en él la memoria de su prometida de juventud. Le habló, ella respondió con una voz clara y tierna que lo llenó de dulzura y tristeza por los días de antaño.

Entonces, maravillado, la interrogó diciendo:

“Hermana mayor” [3], te pareces a una persona que conocí hace mucho tiempo... cuando entraste a este cuarto quedé sorprendido. Perdoname, pues, si te pregunto ¿cuál es tu lugar de origen y cómo te llamas?

Inmediatamente, y con la inolvidable voz de los muertos, ella respondió:

“Mi nombre es O-Tei, tú eres Nagao Chosei de Echigo, mi prometido. Hace diecisiete años morí en Niigata; entonces escribiste una promesa de casarte conmigo si alguna vez lograba volver a este mundo en el cuerpo de una mujer; y firmastes esta promesa con tu sello, colocándola en el butsudan, al costado de la tablilla inscrita con mi nombre. Por esto he vuelto”.

Al decir estas últimas palabras la joven cayó inconsciente.

Nagao se casó con ella, y el matrimonio fue feliz. Pero en ningún momento volvió ella a recordar lo que había dicho en respuesta a la pregunta hecha en Ikao, ni cualquier otro detalle de su existencia previa. El recuerdo de las vidas pasadas, invocado en ese instante, volvió a hacerse misterioso, y así continuó.




Notas
[1] “Tierra Pura” es un paraíso budista.
[2] Zokumyo: nombre profano, personal, el usado durante la vida, en opocisión al Kaimyo nombre de sila, o Homyo, nombre legal, que se confieren después de la muerte.
[3] “Hermana mayor” es una forma respetuosa de dirigirse a las solteras.



en Kwaidan, 1907

Traducción: Raimundo Melun