(Arranco todas las flores de mi
cuerpo)
para ofrecértelas, Señor.
Allá voy, mas desnuda sin las
diminutas flores
del torso, más desvestida que nunca
sin las dalias que crecían en mi
espalda.
Voy saltando las piedras ciegas de la
desdicha
y el viento me ayuda a alcanzar la
arena.
Señor de las Angustias, todopoderoso
mío,
me despojo incluso de la flor
pasionaria
y de la corona de heliconias que
adorna mi pubis.
Desnudísima, para entregarme a ti,
sin los lirios de la nuca o los girasoles
de las nalgas,
pulcra, tal vez insondable isla de
misterios.
Y no más rosas, ni margaritas, ni
violetas
encandiladas en mis senos.
Limpia estoy, vuelta promesa.
Brillante y sola para entregarme a ti
sin las astromelias del sexo,
sin la flor azul del corazón.
en Antología
de la poesía ecuatoriana: línea imaginaria, 2015