21/5/21

La muerte en el bosque, por Cristóbal Dashon





Fragmento 12
 
Abro la puerta de casa. Hay un elefante enorme en la sala. Pero la casa es grande. Voy a la cocina. Hay un elefante enorme ahí también. Pero no importa. Mi primo está en el patio, con mi amante y con mi mujer. Los veo refrescándose en la piscina. Hace calor. Todavía no tanto porque es primavera. En la piscina el agua está roja. Veo la mano de mi primo metida en la piscina, una mano roja, que con fuerza mantiene a un elefante bajo el agua. En el patio hay otros varios elefantes. Decido subir. Las piezas de arriba están ocupadas por elefantes. Me sorprende no haber notado el Fiat 600 estacionado afuera de la casa. Espera. Yo llegué en un Fiat 600. Me sorprende no haber notado a los elefantes que parecen haber venido conmigo todo el tiempo. Por el rabillo del ojo noto que la mansarda está vacía. Subo hasta allá. Todo está tranquilo un rato. Los elefantes están bien atendidos. Seguro han encontrado el bar. Que beban. Que disfruten. Los escucho y me alegro con ellos. También bebo intentando olvidar. A mi mujer parece que le funciona. Miro por la ventana. La calle tranquila. Sol entre las hojas de los árboles. Los elefantes irrumpen en la mansarda. Ahora ponen música y gritan. No me gusta esto. Salgo al techo. Nuevamente un poco de paz. Allá en el horizonte se dibuja un atardecer de humos lejanos. Como salidos del humo aparecen de nuevo los elefantes. Ahora me empujan del techo. Caigo. Duele. No importa. Los quiero.



de La muerte en el bosque, 1996

Ilustración: Paloma Zamorano