13/3/23

Las bestias sombrías, por Frank Belknap Long





Peter se agachó y examinó la rana. Estaba muerta. Yacía entre los guijarros al borde de la corriente y las largas patas se proyectaban rígidas hacia afuera.

 

—¿Quién querría lastimar a un pobre animalito como éste? —murmuró Peter—. ¡Pobre animalito!

 

Peter no era muy brillante. Tenía dieciocho años, pero su mente era la de un niño. Sin embargo, sabía que la rana había sido estrangulada cruel y malévolamente por una persona o varias personas desconocidas. Temblando, apoyó un dedo cauteloso sobre el alambre tenso, refulgente que rodeaba el cuello del anfibio. La fría carne le hizo subir un escalofrío por la muñeca que casi le llegó hasta el codo.

 

—¿Quién querría lastimar a un animalito como este? —reiteró perplejo y asombrado.


No se demoró sobre el cadáver pequeño, patético. Iba oscureciendo, y le asustaba el rápido crecer de las sombras y las ramas negras, arácnidas que se cruzaban altas sobre su cabeza. El bosque era un lugar hostil cuando el sol dejaba de brillar sobre él. Hostil y muy lúgubre y lleno de voces.

 

Cuando Peter llegó a casa la madre estaba preparando la mesa para la cena y su padrastro estaba sentado junto a la ventana con un periódico de una semana antes sobre las rodillas y una pipa de marlo entre los dientes arruinados y descoloridos. Peter cerró la puerta y avanzó torpemente.

 

—Hola —dijo el padrastro—. ¿Dónde has estado?

—Pescando algo junto al arroyo, nada más —contestó Peter, nervioso—. Esperaba que viniera una trucha y se tragara la lombriz, y entonces la tendría. Sólo estuve ahí, pescando. Eso es todo lo que hice desde que me fui. Estuve ahí y en ninguna otra parte. Sólo esperaba que se acercara una trucha para poder agarrarla.

 

El padrastro de Peter frunció el entrecejo. Era un hombre alto, flaco, a punto de entrar a la vejez, con ojos oscuros, malhumorados y boca hosca.

 

—Escúchame, muchacho —dijo con voz áspera—. ¿No te dije que no metieras el hocico en los bosques? ¿Qué tienes en la cabeza, piedras?

—No quería hacer ningún mal, papá —gimió Peter—. Sólo estuve pescando en el arroyo. Esperaba que viniera una trucha para poder agarrarla. No fui allí por ninguna otra cosa.

—¿Sí? Bueno, que no te sorprenda metiéndote otra vez en esos bosques. Si te sorprendo con un solo pie en esos bosques te daré una paliza que recordarás mientras vivas.

—Vamos, vamos, Henry —dijo la madre de Peter desde detrás de la estufa.

 

Peter estuvo silencioso y contrito durante toda la cena.

 

Pero en cuanto terminó el último trozo de comida se disculpó con torpeza y se retiró a su cuarto. Estaba horriblemente asustado. En su mente sensible, ignorante, la salvaje irritación de su padrastro se ligaba oscuramente al modo en que se había sentido muy en lo hondo cuando el sol dejó de brillar sobre el bosque y las aguas quietas, oscuras del arroyo. Cuando el padrastro amenazó con darles una paliza quiso correr, no porque temiera el dolor del látigo, sino porque, bueno, porque tenía miedo de algo que acechaba oculto detrás de los crueles rasgos inhumanos del rostro del padrastro.

 

—No tendrías que haberle hablado con tanta violencia —dijo la madre de Peter, mientras recogía los platos de la cena y los llevaba con gesto cansado a la pileta—. Es un buen muchacho y no quería hacer ningún mal.

—¿Ah, no? —dijo Henry—. ¿Estás segura? ¿Y qué es eso de meterse en los bosques contra mis órdenes? ¿Qué es eso de meter el hocico donde esas cosas esperan y vigilan? A lo mejor habló con ellas. Por lo que sé podría estar en el bando de ellas. No es brillante y tendrías que cuidarlo de esas cosas, Mary. Tendrías que vigilar mejor. No puede saberse lo que harán o dirán esas cosas.

 

La madre de Peter suspiró.

 

—Pero él tiene que entretenerse en algo.

—¿Sí? Bueno, haría mejor en no meterse en esos bosques. Yo puedo hacerme cargo de las bestias que enviaron contra nosotros, pero la ley no me permitiría dañar un solo cabello de su estúpida cabeza. Si esos seres lo indisponen contra nosotros no podré hacer nada. Es hijo tuyo, no mío. Si ellos lo envían contra nosotros lo único que yo podría hacer sería irme. ¿Qué te parece eso, mujer?

 

La madre de Peter se humedeció los labios con la lengua.

 

—¿Estuviste... estuviste haciendo algo cruel otra vez, Henry?

 

El padrastro de Peter se levantó de la mesa, haciendo rodar la silla hasta la pared.

 

—No es nada que te importe, mujer —exclamó—. Tengo que protegerme, ¿no? Si todas las cosechas se secan y las vacas no quieren dar leche, tengo que devolver los golpes —carraspeó—. Son esas ranas croantes que enviaron contra nosotros las que causan todo el problema. No puedes decirme que no son esas ranas croantes. Las he oído croar noche tras noche. Bueno, terminé con eso. Esta noche no las oirás croar.

 

La cara de Mary se puso cenicienta. Bajó la fuente que sostenía y lo enfrentó.

 

—Las ranas eran amigas nuestras —gimió—. Estuve esperando y rogando que no hicieras nunca algo tan cruel. Dijiste que lo harías, pero esperaba…

—¿De qué sirve esperar y rogar cuando la pasamos peor que si tuviéramos al Diablo en contra? Cuando Dios hizo al Diablo, Mary, lo hizo bueno, pero cuando fueron hechas las cosas, fueron hechas malas desde un principio. No necesitaron caer. Calculo que no eran para nada parte de la creación. De algún modo se colaron por error.

—Las ranas eran amigas nuestras —insistió Mary, desesperada—. Ayer cuando caminaba por el bosque me advirtieron. Uno de los seres estaba en el árbol, esperando. Si no me hubiese advertido eso había caído sobre mí. Pude ver sus ojos crueles, malvados mirándome brillantes a través de las hojas. Pero cuando las ranas empezaron a croar me di vuelta y corrí. Son cada vez más atrevidas, Henry. Saben que el padre de Jim no regresará, creo. Se están preparando para... para atraparnos, creo. Tendré que ir a ellas cuando realmente me deseen, creo. Tendré que ocupar el lugar del padre de Jim. No soy de la misma sangre, pero me casé dentro de la familia y estoy maldita.

—¿Y qué me dices de mí, mujer? —murmuró Henry—. No creas que no he pensado en lo que va a pasarme si no las combato. Cuando me casé contigo te acepté para bien o para mal. Bueno, ha sido para mal, pero te apoyaré si tú me apoyas. No tienes derecho a criticarme. He sido muy bueno contigo. Cuando me contaste lo de tu esposo muerto y la maldición de su familia, dije que no importaba, porque suponía que serías una buena esposa. Pero cuando lo dije, no había visto esas cosas. No sabía cómo eran. No sabía que enviarían a todos los animales del bosque contra nosotros.

—No enviaron a las ranas contra nosotros, Henry. A las ranas les gustábamos. Las ranas nos advertían.

—No lo creas. Esas ranas croantes estaban contra nosotros. Estuvieron contra nosotros desde un principio —rió sin alegría—. Hice justo lo que dije que haría. Dije que metería cada cabeza de esas ranas croantes en un lazo, y lo hice. Estuve ocupado en eso todo el día. No queda una sola rana que croe en esos bosques.

Mary se hundió en una silla junto a la ventana y se tironeó la piel floja y arrugada de la cara con los dedos nerviosos.

—Hacerlo fue cruel, malvado —murmuró—. De ello no resultará ningún bien. Las ranas eran amigas nuestras. Eran las únicas amigas que teníamos.

—Las habían enviado contra nosotros. Ellas apestaron las cosechas y no dejaron que las gallinas pusieran y las vacas dieran leche. Me alegro de haberles metido la cabeza en un lazo. Les hará saber a esos seres que cuando hablo, hablo en serio.

—Te vas a arrepentir, Henry. Las ranas eran amigas nuestras; sólo trataban de advertirnos. Esas cosas se están poniendo inquietas e impacientes. No pasará mucho tiempo sin que nos lleven a mí y a Peter. También te llevarán a ti. Vendrán a buscarnos a todos antes de que pase mucho tiempo. Mientras teníamos a las ranas para advertirnos había esperanzas, pero ahora no hay esperanzas para ninguno de nosotros. No nos quedan amigos en esos bosques. Las cosas tienen garras, Henry. Desgarrarán... nos desgarrarán. No podemos hacer nada. Con las ranas para advertirnos me sentía un poco segura. Tal vez no fueran de mucha ayuda, pero yo sentía como si vigilaran por nosotros. Las cosas saben ahora que el padre de Jim no regresará a su tumba. No va a cumplir el pacto que hizo con ellas. Pero con las ranas, siempre había esperanza. Parecían impedir que la maldición se cumpla. No sé por qué me hacían sentir segura.

 

* * *

 

Era más de medianoche cuando Peter despertó. Se incorporó en la cama, se frotó los ojos y miró confundido alrededor de sí. Algo golpeteaba el cristal de la ventana. Peter no quería salir de la cama. Era una noche muy fría, y se sentía cálido y cómodo bajo las pesadas mantas.

 

Pero algo golpeteaba sobre la pesada ventana, insistente, monótono. Tap-tap, tap-tap-tap, tap, tap.

 

Lenta, desganadamente, Peter apartó las frazadas y se deslizó al suelo.

 

—Ya voy —murmuró—. Te abriré la ventana. Haré lo que quieras. La abriré bien.

 

Avanzó tembloroso sobre el suelo. El corazón le latía con fuerza y en sus ojos había miedo y horror. Sin embargo, cuando llegó a la ventana su mirada no encontró más que un borrón oscuro, amorfo más allá del cristal plateado por la luna. Para su conciencia aturdida y ofuscada por el sueño aquello parecía girar lenta y torpemente, como un gran moscardón de junio. Sólo que era mucho más grande que un moscardón de junio.

 

Peter alzó la ventana hasta que el viento le dio de lleno en la cara asustada, de mirada vacía, y le agitó el despeinado cabello rojizo. Por lo común habría temido las consecuencias de un acto tan temerario, pero lo dominaba una compulsión extraña y poderosa, y actuaba por instinto, sin pensar. Por unos segundos miró hacia la oscuridad ondulante y olorosa a tierra. Después, meneando la cabeza, se dio vuelta y regresó tambaleante a la habitación.

 

—Ahí no hay nada —murmuró—. Creí que había algo, pero debo estar equivocado.

Ceñudo y perplejo, subió otra vez a la cama.

—Tenía miedo de que fuese algo salido de los bosques —murmuró, mientras se subía las frazadas sobre el pecho—. Algo vivo. Como... como esas cosas que vi cuando tenía ocho años.

 

Por un instante se quedó con los ojos clavados en el techo. Su mente infantil, ignorante desbordaba de imágenes, recuerdos, impresiones de un pasado difuso y frecuentado por las sombras.

 

—No es bueno preguntar dónde pusieron al abuelo —dijo—. No es bueno preguntar dónde fue el abuelo cuando eso entró. Yo no estaba allí cuando eso entró, pero oí que mamá decía que era terrible, y el abuelo era muy malvado a pesar de toda su bondad. Hizo un pacto con eso que entró.

 

»Una vez, hace muchos años, cuando tenía ocho años, vi que el abuelo hablaba con lo que parecía uno de ellos. Sólo que el cuarto estaba oscuro y no pude verlo bien. Estaba de pie en el rincón de la chimenea y el abuelo le hablaba. No era tan alto como el abuelo y estaba agachado como si tuviese una joroba. No pude verle bien la cabeza, pero por lo que pude distinguir era como una cabeza de víbora cuando uno la ve desde atrás. Un oso con cabeza de víbora, eso parecía, y me bastó. No podría haberme quedado en el cuarto mucho más, porque el olor me descomponía, pero no me quedé tanto como podría haberme quedado si hubiese querido. La cabeza de lo que estaba de pie junto a la chimenea me bastó.

 

»Cuando le conté a mamá lo que había visto casi se desmayó.

 

»—Es lo que temía —dijo—. Tu padre también les habló. Oh, ¿por qué me casé dentro de una familia semejante? —Después me besó y dijo—: Pobre chico, ¡Oh, pobre chico!

 

»—¿Qué era eso, mamá? —pregunté—. Cuéntame, por favor, qué era.

 

»—Cuando seas más grande —dijo—. Si te lo contara ahora no entenderías.

 

»Nunca vi otro de ellos, pero antes de que el abuelo muriese él me contó sobre ellos.

 

»—Sólo quieren descansar —dijo—, pero sólo pueden hacerlo cuando alguien muere. Son de muy lejos, y lo único que quieren es descansar en tumbas nuevas.

 

»El problema, creo, es que el abuelo nunca regresó. Nunca cumplió con su parte del pacto. Ellos querían descansar, pero no pueden descansar por siempre jamás, y esperan que el abuelo regrese. Pero el abuelo está por ahí, en el mundo, en este mismo momento. Está recorriendo la tierra ahora, y no regresará si puede evitarlo. Y mientras tanto ellos están tendidos en el lugar de él, en su tumba sobre la colina, esperando. Creo que se han cansado de esperar allí, en la tumba profunda y oscura, de esperar que el abuelo regrese.

 

»Mamá dijo que alguna vez los vería. Dijo que vendrían por mí. Quizá sea por eso que me siento tan raro por dentro cuando voy a los bosques. Quizás es por eso que papá no quiere que vaya a los bosques. Quizás es porque cuando alguien hace un pacto con ellos que después no cumple ellos regresan y se llevan a algún pariente cuando se cansan de esperar y descansar. Es lo único que se me ocurre. Mamá sabía que el abuelo no iba a regresar nunca más. Cuando alguien tiene la oportunidad de vivir por siempre jamás no va a regresar si puede evitarlo. ¿Quién va a querer dejar de ver la hierba verde y sentir el viento fresco sobre la cara y oler la tierra después de la lluvia sólo porque ha hecho un pacto que no necesita cumplir? No culpo al abuelo por no querer regresar.

 

»Si yo pudiera vivir para siempre no regresaría. Seguiría caminando siempre, feliz de pensar que podría ver la hierba verde y oler la tierra húmeda y tener alguien que me quiera todo el tiempo.

 

La somnolencia invadía poco a poco el cerebro de Peter. Siguió mascullando por varios minutos, pero sus pensamientos dejaron gradualmente de morar en el pasado difuso y frecuentado por las sombras. Se le cerraron los ojos y los labios se apartaron en una sonrisa serena. Su mente consciente, purificada de toda imagen, se iba convirtiendo otra vez en un instrumento inmóvil, vacío y satisfecho. Se adormecía en paz, aislada del mundo de la vigilia y sin advertir para nada la presencia extraña que entró a la habitación.

 

El objeto que apareció en la ventana abierta era chato y húmedo. Se quedó un momento oscilando inseguro sobre el antepecho plateado. Después croó y saltó con rapidez al suelo.

 

La ventana quedó vacía por un instante. Después otra forma surgió de la oscuridad, cayó blandamente al suelo y croó roncamente. Fue seguida por otra... y otra. Peter no despertó cuando la extraña procesión saltó y rengueó sobre el suelo. Ni siquiera se movió en sueños.

 

Unos minutos después la ventana quedó ocupada de nuevo. El nuevo intruso era mucho más grande que las formas croantes. Más grande y más oscuro. Estaba cubierto de espeso pelo negro y su cabeza pequeña, desproporcionada se movía con agilidad a la luz de la luna. Por un instante se demoró en el antepecho. Después bajó al piso lenta, deliberadamente y sin emitir ni un sonido, y corrió con rapidez por el cuarto. Mientras corría abrió la boca y un silbido grave surgió de entre sus dientes blancos y brillantes.

 

* * *

 

El falso amanecer se arrastró como algo herido por los pasillos del bosque, salpicando de rojo los árboles delgados y proyectando sombras temblorosas sobre las aguas hondas y oscuras del arroyo.

 

En la laguna Eaton, un nenúfar se transformó en una gigantesca mano escarlata y una salamandra moteada rompió la superficie con un salpicón, dispersando burbujas de aire en todas direcciones y dejando tras sí un rastro arremolinado de mechones milagrosamente iluminados. La mano-nenúfar ardió sobre el agua, y ardiendo brillantes por todos los pasillos del bosque estaban los ojos agudos, inquisitivos del bosque, las húmedas aletas olfativas del bosque y los pequeños pies en fuga del bosque.

 

La marmota no es un animal demasiado curioso. Tampoco lo son la ardilla roja, el aplastado ratón campestre gris y el hurón tímido y furtivo. Ni siquiera el búho ululante con su visión amplia y extendida se demora a contemplar un henar en llamas.

 

Pero los vecinos de Ogelthorpe se reunieron a distancia segura a contemplar cómo ardía su cabaña. Las llamas crepitaban y se alzaban, y proyectaban una radiación ondulante sobre el granero de paredes grises de Ogelthorpe, y la pila de abono erguida entre el granero y el pozo junto a la hilera, con su bomba herrumbrada y el balde mojado desbordante de rojas hojas de noviembre.

 

Cuando llegó la compañía local de bomberos, el parpadeo intermitente había dado paso a un resplandor encandilante y todo el paisaje estaba iluminado. Los bomberos se unieron en impotente desesperación a los mirones y observaron cómo las llamas decrecían hasta un opaco resplandor rojo. Antes de que llegara la mañana la oscuridad cubrió todo como un pesado manto.

 

Al amanecer los vecinos pululaban. Hurgaron entre las ruinas y descubrieron algo terrible y espantoso. Los restos carbonizados de tres cuerpos humanos estaban desparramados de modo horripilante entre los ladrillos ennegrecidos y las brasas aún ardientes. Todo lo que era mortal en Peter y su madre estaba disperso y desunido, pero el padrastro de Peter no había sufrido daños. Yacía de espaldas, con las largas piernas proyectadas hacia afuera. La carne del cuerpo se había carbonizado hasta quedar quebradiza y los rasgos estaban ennegrecidos, distorsionados, casi irreconocibles.

 

Uno de los mirones se agachó y apoyó un dedo tembloroso sobre el alambre tenso y refulgente que rodeaba el cuello del muerto. La carne aún caliente le hizo subir un escalofrío por la muñeca que casi le llegó hasta el codo.

 

—Lo han estrangulado —murmuró—. Antes de que las llamas lo alcanzaran estaba muerto.

—Es lo más extraño que he visto en mi vida —dijo el sheriff Simpson cuando salió del galpón de herramientas.

—¿Descubrió algo? —preguntó el Jefe Delegado Wilson. Estaba parado en la hierba alta, mojada por el rocío, en la parte trasera del galpón, mirando al oeste en contemplativo distanciamiento, hacia las ruinas ennegrecidas de la desgraciada granja.

—Ranas, Jim.

—¿Ranas?

—Sí. Unas veinte. Todas estranguladas con un alambre de bronce. Tal como fue estrangulado Ogelthorpe. Sólo que... el alambre con que fue estrangulado Ogelthorpe estaba hecho de cobre y era unas diez veces más pesado.

—Pero, ¿qué hay de las ranas?

—Están todas tiradas allí, en el galpón. Todas muertas, estranguladas. Pero la parte curiosa es que están junto a una gran bobina de alambre de cobre, del mismo tipo con el que fue estrangulado Ogelthorpe.

 

El Jefe Delegado sacudió la cabeza.

 

—En mi opinión en esto hay algo más que lo que se ve en la superficie.

 

El sheriff asintió.

 

—Uno de los vecinos miraba cómo ardía la casa, y dijo que justo antes de que llegaran los bomberos vio algo que salía corriendo por la puerta delantera. Dijo que era más chico que un hombre, pero que tenía aspecto humano. Era oscuro, dijo, y por lo que pudo distinguir, tenía aspecto humano. No pudo verlo con mucha claridad por el resplandor, pero parecía estar todo cubierto de pelo espeso y negro, y le bastó verlo, dijo, para que le dieran ganas de vomitar. Extraño, ¿verdad? ¡Dijo que aquella cosa llevaba una antorcha en llamas!

 

 

 

en Marvel Tales, julio/agosto de 1934