29/5/23

Noticia del joven K., por Ana María Matute





¿Por qué te has ensañado, y por qué

            ha decaído tu semblante?

            Génesis

 

 

            I

Le he dicho varias veces: mira, no te pongas en mi camino, mejor será, no te me pongas delante, ya sabes cómo soy y mis cosas, no te me enredes entre los pies, no me colmes la paciencia. Y él, sonriendo, abusando de que es un tarado, aunque yo ya le vengo avisando: mira que a mí tanto se me da que seas así o de otra forma, que tengas esta falta o la otra, tú no te me pongas por delante porque contigo no voy a hacer distingos, vas a ser como todos. Así que, date cuenta cómo me tratan aquí todos. Conque, lo dicho, no te me pongas en el camino.

 

Al principio sí, me hizo caso, parecía. Ni se notaba que íbamos a la misma clase, al mismo curso, bien que se cuidaba de apartarse. Hasta el día que empezó a esperarme al lado del abedul, y yo le dije: so alelao, ¿qué estás ahí esperando?, y él: porque llevamos el mismo camino, y si quieres te llevo los libros. Le dije: aparta, aparta, vamos a tener la fiesta en paz.

 

Pues nada, como si nada. Ayer mismo, ya va la segunda vez que me esperaba, y le digo: mira, que me estás colmando la paciencia, a mí no te me arrimes, ni la vista me tienes que poner encima, ¿me oyes?, ni la vista. Conque arrea andando y calladito, y ni mirarme. Y él va y me dice: es que quiero ser amigo tuyo. Pues sí, le contesto, vas a ver la cara que te pongo, arrea para alante, desgraciao. Y se fue.

 

Pero ahora, otra vez lo estoy viendo, otra vez está ahí en el abedul; lo veo desde la ventana, me retraso aposta, recogiendo mis papelotes, voy a darle tiempo a que se largue. Y como cuando yo salga esté ahí, lo voy a dejar nuevo.

 

 

            II

—Ya se lo dije que no me esperase, así que le ha pasado lo que le tenía que pasar.

—Pero so bestia, ¿qué te ha hecho el pobrecillo?

—Que le dije que ni me mirara, como a todos, que ya todos lo saben que yo he de estar solo, no quiero hablar con ninguno; porque a mí este curso no me corresponde, que no soy de su edad, y si he tenido que repetirlo dos años, yo bien que se lo dije a usted antes: si he de repetir curso, ni amigos quiero. Y usted no me hizo caso ¿verdad? Pues bueno, ¿acaso no se lo dije? Bien que se lo advertí: don Ángel, le dije, no me ponga usted en ese brete.

—Si hablaras con más seso, no te pasaría lo que te pasa, bruto, más que bruto. Si has repetido es por mal estudiante que eres, y si tus compañeros no te corresponden en edad, esfuérzate en ganar puestos a pulso, como todos. Y no me desvíes la conversación y dime, ¿qué te ha hecho el pobre?, ¿acaso te molesta porque es el más joven, el más inteligente, el más bueno? Pues por lo menos piensa en que te quiere ayudar.

—A mí no me ayuda ese tarado, que es un tarado, que no es más listo que yo, ni que nadie, que lo que ocurre es que su padre es quien es, y usted lo sabe…

—¡Si no callas esa bocaza te expulso!, ¿me oyes? ¡Te expulso! Y ya sabes lo que dice tu abuelo, que si te expulso te mata o te envía a arar al campo. Se acabaron las contemplaciones. Di que tengo esta debilidad por ti, en recuerdo a tu pobre madre, pero no me obligues a hacer lo que no quiero. ¿Sabes lo que dicen los otros? Dicen que te tengo más consideraciones, que si porque eres nieto de don Jeo, que si esto o lo otro...

—¿Y qué? ¿Don Jeo es bueno para mí, acaso? Me tiene asco, porque mi madre me trajo soltera al mundo, ¿me ha visto cómo tengo la espalda, llena de vergajazos? Eso hace don Jeo conmigo. Y es verdad, ya lo sé que me enviará al campo, a arar, si usted me expulsa... Oiga, don Ángel, usted es mi único amigo, ya lo sabe, pero si me hace repetir el curso, le daré un disgusto gordo.

—¿Te atreves a amenazar a tu maestro, al único que te quiere bien? Ingrato, no sé de qué ralea serás tú...

—De la ralea de mi madre, ya sabe usted lo que fue mi madre.

—¡Calla, desgraciado, calla!

 

 

            III

Ha vuelto el cretino, y le he puesto un ojo que cualquier cosa parece menos un ojo. ¿Qué le habrá dicho su mamá? ¿Le habrá arropado su mamá? ¿Y su papaíto? Hoy voy a hacerles reventar de risa a todos, hoy la voy a armar en clase, y como el cretino se atreva a esperarme otra vez (ojalá se atreva), cómo le voy a poner el que le queda sano. Ojalá se atreva.

 

 

            IV

No puedo estudiar, no puedo, me pongo delante del libro, pero las letras saltan, escapan, estoy como ciego, me acuerdo de la escopeta grande del abuelo, de las ardillas, que andarán por ahí, tan pimpantes, y aquí yo, y el viejo Timoteo dice que tiene munición para todo el invierno, le voy a pedir a cambio de tabaco, él siempre anda escaso, no puedo estudiar ¿qué me importan a mí estas cosas? No soy idiota, cuando don Ángel lo explica lo entiendo, solo que después, a solas, así, con el libro delante, ya solo puedo pensar en lo mío, lo mío. Estoy en el último banco, veo las nucas de todos, son unos niños, pero yo no soy un niño, yo soy un hombre. Y si no soy un hombre, mejor, soy otra cosa distinta a todo el mundo, a mí nadie se me ponga delante, le hundo el cráneo, tengo los puños más grandes de toda la escuela, sexto inclusive; esos de sexto y quinto me miran como con burla, creen que soy un atrasado, y no lo soy. Pero bien se cuidan de apartarse de mi camino, pocas bromas conmigo, pocas. Y el chalao ese gili, que se guarde de mí, el hijo de papá, solo porque su padre es esto y lo otro, adelantando puestos, que ni este curso le corresponde, tendría que estar con los de segundo, maldito sea. Pero ganas le han quedado de esperarme otro día, ganas, lo que es eso...

 

 

            V

—Mira que se acercan los exámenes, y que si esta vez no pasas te expulso, tal como lo oyes. Este año ya ni te queda el recurso de repetir. Te expulso, aunque tu abuelo te mande a arar.

 

 

            VI

—Señor, don Ángel, ¿qué le ha pasado al Mulo? ¿No viene este año a la escuela?

—¡Que no oiga esa palabra! No se llama Mulo, tiene un nombre de Dios, como todos nosotros... No, no vendrá este curso.

—¿Ya no va a estudiar más?

—No, su abuelo tiene tierras, se va a dedicar a la agricultura. No se hable más de él. Me apena mucho, no se hable más de él.

 

 

            VII

—Yo no sirvo para el campo, don Ángel, ¿sabe usted? No sirvo.

—¿Y yo qué te voy a decir? ¿Qué quieres que te haga, hijo mío? No sé para qué me esperas a la salida, hijo, menudo susto me has dado, ahora que oscurece tan pronto, de verdad, me has asustado.

—Yo no sirvo para el campo, don Ángel, dígaselo al abuelo, que no me pegue más con el vergajo, mire cómo me ha puesto.

—Criatura, criatura, ¿qué se puede hacer contigo?

 

 

            VIII

Yo no sirvo para esto, se me da una higa la cosecha, la siembra, todo este ajetreo. Lo que a mí me llama es el bosque, la caza, el andar solo, bien solo, sin que nadie me eche la vista encima, por ahí.

 

 

            IX

Ayer le vi, al gili ese, venía de la escuela, este curso ya terminan los de mi promoción. A ese su papaíto le va a mandar a la ciudad, va a ir a la universidad, dicen por ahí. Pero no ha crecido ese tarado, ya no lleva gafas, si será presumido. Qué cosas.

 

—Pero ¿es que de verdad estás mal de la cabeza, hijo mío? ¿Por qué le diste esa paliza tan horrorosa al pobre muchacho? Ahora, ya lo ves, ya no es cosa de echarte o no echarte de la escuela, ese tiempo ya pasó, ahora te ves así: detenido, procesado, pero ¿tú estás mal de aquí?, ¿qué te hizo el pobre?

—Que ya se lo tenía advertido, hace mucho tiempo, ya le dije: no te me pongas por delante. Pues bueno, no se le ocurre mejor cosa que meterse con su escopetita en mi camino.

—Pero no era terreno privado, ni te hacía daño.

—Todo el bosque es mío, todos lo saben, cuando yo ando por ahí, nadie se cruce conmigo. Bien claro lo tengo dicho, ni tan siquiera el viejo Timoteo se mete cuando yo estoy. Él lo sabía, pero tuvo que venir.

—Si lo único que quería era hablar contigo.

—Pues peor.

—Y ahora... ¿qué puedo yo hacer en tu favor? ¿Qué, pobre de mí? Ni tu abuelo quiere saber de ti, ni oír tu nombre.

—Así es, ya hace tiempo que no quiere ni verme, así es mejor.

—¿Y ese pobre muchacho... hablaron, por lo menos? Él iba a buscarte con muy buena intención... precisamente, fue a consultarme antes, me dijo: don Ángel, usted que es el único que tiene ascendencia sobre él, dígale que voy a hablarle, que he de decirle algo.

—¡Pero si ya lo sabía yo hace mucho tiempo, lo que me quería ese decir! Pues, para chasco, si ya lo sé yo, que para eso me esperaba en el abedul...

—Pues si ya lo sabes, que tienen un mismo padre, que son hermanos, ¿por qué ese encono? Él sólo iba a decirte que todo lo suyo es tuyo, que algún día querrá partirlo todo contigo, porque su corazón y su conciencia se lo mandan, que te quiere como hermano que eres, ¿eso es malo, acaso?

—Eso es peor. Peor. Ya recibió lo suyo, y usted, váyase, déjeme, no se ocupe de mí. No me va a pasar nada malo, total, juicio de faltas, ¿no le llaman así? Multa, cárcel o lo que sea, bueno, ¿y el gustazo de haberle puesto como un Cristo?

 

 

            XI

¿Qué hay en el aire? Siento un olor extraño, algo venteo que me duele, hay un dolor grande, alguna campana está tañendo en algún lado, aunque no llegue hasta aquí. No sé qué ocurre, los árboles están oscuros, parece que hayan huido todos los pájaros, siento que la niebla va a levantarse, a crecer, desde lo hondo del río. No sé qué pasa con mi libertad, soy libre, ya no me liga nada al abuelo, ya me soltaron de la cárcel, no tengo ninguna obligación, he dormido casi dos días, con mi escopeta al lado; y tengo munición, y ha llegado el otoño, que es la mejor época. No sé qué ocurre, algo trepa, como humo. Ya lo veo: allá abajo, aún es solo un punto en el sendero, luego crecerá, es un hombre. Le reconozco, sube despacio, es viejo, es mi viejo maestro, aún tengo tiempo de esconderme, porque ya nadie me oirá hablar, bien lo proclamé, pero ¿por qué salgo de los árboles, a su encuentro?

 

 

            XII

—Es que no lo entiendo, repítamelo, no lo entiendo, ¿de qué se ha muerto?

—Ya lo sabes de sobra, desgraciado...

—No fui yo. Ya me juzgaron, ya me soltaron, ¿no se repuso, acaso? Sí que se repuso, usted mismo lo dijo: que ya se había repuesto. Y yo cumplí la sentencia. ¡Pues ahora, déjenme en paz, déjenme todos en paz!

—Pero como se ha muerto...

—Que no, que estaba vivo, que todos lo decían, que estaba vivo.

—Ande, ve, huye, escóndete, qué sé yo, ni sé por qué aún me apenas, no sé qué decirte, pero yo conozco a los hombres, sé lo que ha jurado su padre: que te matará. Va a remover el mundo, con tal de castigarte, porque, dice que has sido tú, solo tú, el criminal. Así que, mira, te he traído algo de comida, este poco dinero... Anda, huye, escapa, hijo mío. No sé ni por qué hago esto...

—Pero ¿de qué se murió, de qué?

 

 

            XIII

Ahora se marcha, pronto volverá a ser un puntito, lejos, lejos, la hierba se ha vuelto gris, el cielo corre detrás de las ramas, voy a esconderme. Pero yo no hice nada malo. ¿Por qué me abandona don Ángel, por qué se va, por qué va a volverse un punto, un punto solo otra vez, hasta desaparecer? Voy corriendo, aún le alcanzo, si quiero le alcanzo.

 

 

            XIV

—Pero ¿qué haces, por qué vuelves, por qué no te escapas o te escondes? ¿No te he dicho que te vayas, a tiempo?

—No. No me deje, tengo miedo, ya no puedo huir, dese cuenta: estoy solo.

 

 

 

en Algunos muchachos y otros cuentos, 1968