18/12/07

Jacob en ninguna parte..., por Carlos Almonte






Jacob sube la pradera con esfuerzo, encontrándose a sí mismo más antiguo, no más viejo, sino que más antiguo. Fuerza una última puerta para encontrarse justo al medio de una habitación vacía. La habitación, aunque a Jacob no le importe, está a oscuras. Grita a su alrededor, grita con toda la energía que ha reunido durante el viaje. Quiebra los espejos y ventanas. Rompe muebles y alacenas. No hay más entradas que la única salida, se dice, con la fiebre quemándole la sien. Aún así, toma un trozo de madera entre las manos; lo observa, lee con cuidado la instrucción que indica al Norte. Sus amigos, todos ilusiones, transparentes, bailan sobre la pileta cubierta en lotos amarillos. Nadie más los ve. Nadie más ve a nadie. Nadie escucha sus plegarias, sólo él, que ya no existe, más que en los recuerdos de quienes han huido, cuando el virus carcomió la vida humana y no dejó más que experimentos y mutantes que se observan a sí mismos.

Jacob permanece extático, fijo el pensamiento en su mirada. Por él pasan bellas ínfulas de gloria. Canto alado hacia la cima. Jacob permanece alado, éxtasis profundo hacia el pasado.

Nadie piensa en el regreso, aunque en cierta forma todos se han devuelto ya. Jacob será el único que no se irá de aquel sitio. Su lugar está en la isla, junto a pueblos milenarios y culturas que sólo se conservan en probetas y diseños de neón. La luz alcanza el día, y la noche reaparece. Jacob traza un giro sobre el mapa que descansa aún entre sus restos. Un temblor, una despedida triste, un feroz desastre en Asia, una sonrisa imperceptible entre dos sujetos que se olvidarán, un árbol cae sin que nadie lo oiga, un amor desaparece para siempre, la fruta huele mal, un hombre se dispara sobre el arco de una flecha, una suave lluvia en la patagonia, una estampida, el fuego, el agua, el hielo se retira...

Jacob sigue en pie, resistiendo apenas el barullo acorde y la tormenta. La piel arde, la cabeza le da vueltas, su cabello enmarañado encanece en un instante, que no es instante ya. Años son los que transcurren, cientos de años, miles de años, civilizaciones intermedias, un gesto que se suma a otro gesto, y a otro, y a otro... Un destino aciago, insólito. Una puerta que se cierra, un final destello incandescente, una historia inalterable.











Fotografía: Jacob ("The man behind the curtain", Lost III temporada)