25/2/08

Un sueño de Cobra, por Severo Sarduy





Estaba junto a un mausoleo resquebrajado, entre arrecifes que golpeaba el oleaje. Pegadas a las piedras trapos, mechones de pelo, velas y exvotos; cilindros coronados de turbantes cárdenos, alrededor del marabuto de cal se erigían tumbas.

Ofrecía azafrán y flores y en círculos quemaba alcanfor, entre marcas de tiza y caracoles desplumaba una paloma,

sobre los turbantes derramaba ungüentos,

pulía los cilindros con una leche espesa que salpicaba, entre los peñascos, el carapacho cobrizo de los cangrejos.

A los pies bisturíes y langostas de plata, en las manos anguilas y estetóscopos, a la entrada del túmulo funerario, superchongo triunfante, tirando a San Ktazob aparecía el Cadillac. Lo enmarcaba el arco en medio punto de la puerta; le pintaban la bata, el vitral, los cristales teñidos. Remos. Barcas y lanzadas redes. Se escabullían sardinas de oro entre las guirnaldas que lo adornaban de violetas marinas. En ese nicho, el macharrán -cuyo atributo, cilindro coronado de turbante cárdeno, emergía erecto de un nido de encajes- era el patrón de un altar de pescadores provenzales. El panamá de alas anchas --> un sombrero que ornaba el espejo cóncavo de los otorinos; la corbata --> un filacterio -caduceo de plata sobre el fieltro negro-; el brillante resplandece entre aurículas de rubí y vinosos ventrículos -granadas abiertas- sangrando granates.

De una gaviota blanca inmóvil sobre su cabeza emanaban minuciosas inscripciones doradas. Sobre el coral de los arrecifes sus pies desnudos, sobre el nácar de las olas un arco iris.

Con una pinza de langosta Cadillac --> San Ktazob tocaba a Cobra. Desnuda, alabastrina, microcéfala altísima, en espirales lentas la pinchada ascendía. Una almendra de llamas la escudaba; entre nubes concéntricas sus piececillos, sobre campo de estrellas, como ellas centelleantes, sus ojos húmedos; un manto azul prusia, jirones de mar y cielo, iba a cubrirla; creando en el agua un remolino que chupaba remeros y coleantes delfines, a su alrededor giraba una tromba de ángeles. En la quietud del vórtice, juntas en oración, blanquísimas, sus manos; entre los arrecifes, carbonizado y cubierto de pupas, pupilas ribeteadas por anillos de fuego, croaba en su pupitre un demonio purpúreo. No era una trompa; sangrante, de la boca, con pelotas y pelos le brotaba una pinga.

Tres pastorinhos que buscaban unas cabras perdidas -la Señora, la Cadillac y Pup-, embelesados, caen de rodillas sobre los peñascos, olvidan el Ave, asisten boquiabiertos al ascenso, alzan los brazos, tocan el manto, reciben una lluvia de rosas.

Posado sobre un arrecife accesible durante la marea baja, a 12 kms, a la derecha, a partir de Casablanca rumbo a Azemmour por la carretera de la costa, se percibe el santuario de Sidi Abd er Rahman. La roca, que golpea el oleaje, es considerada lugar sagrado. A la aspereza de la piedra se encuentran fijados trapos, mechones de pelo y otras diversas ofrendas. Alrededor del santuario se pueden ver algunas tumbas de peregrinos muertos durante la pía visita,
y unos metros más adelante, conmemorando un milagro popular un grupo de tres pastores esculpido en mármol, obra del italiano Canova (1757-1822).***








en Cobra, 1972