28/5/08

Poema del manicomio, por Carlos Oquendo de Amat






Tuve miedo
y me regresé de la locura

tuve miedo de ser
una rueda
un color
un paso

PORQUE MIS OJOS ERAN NIÑOS

Y mi corazón
un botón
más
de
mi camisa de fuerza

Pero hoy que mis ojos visten pantalones largos
veo a la calle que está mendiga de pasos.







de Cinco metros de poemas, 1927










22/5/08

El Go, por Jorge Luis Borges






Hoy, 9 de septiembre de 1978,
tuve en la palma de la mano un pequeño disco
de los trescientos sesenta y uno que se requieren
para el juego astrológico del go,
ese otro ajedrez del Oriente.
Es más antiguo que la más antigua escritura
y el tablero es un mapa del universo.
Sus variaciones negras y blancas
agotarán el tiempo.
En él pueden perderse los hombres
como en el amor y en el día.
Hoy, 9 de septiembre de 1978,
yo, que soy ignorante de tantas cosas,
sé que ignoro una más,
y agradezco a mis númenes
esta revelación de un laberinto
que nunca será mío.










20/5/08

Borges y yo, por Jorge Luis Borges







Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página.













11/5/08

Frente al pueblo de las nubes inquietantes..., por Juan Carlos Basualto






Sube el tiempo hasta la cima,
esparciendo sobre ella el inservible resto;
entre cuerdas, trenzas, kilos-toneladas,
se dibujan ásperos caminos,
inservibles...


Corre, salta, grita;
el peor de todos los recuerdos
reaparece
entre el cándido temblor de los gusanos.


El descenso es infinito,
rueda entre sus piernas que aceleran
a igual velocidad:
troncos hechos trizas,
frágiles canciones de odio y asesinos.


Llega el agua en las riberas más cercanas,
pies de barro a la altura de rodillas blancas,
aguas blancas,
espumas, nubes, cielos estrellados,
el cuerpo suda un líquido en frescor amargo.


Más allá de aquella noche,
el viento sopla desde abajo.


Se recuesta en lo imposible,
tranquiliza el ánimo y la espalda,
cuatro rayos han pasado frente a él,
cuatro más lo esperan
desde un pequeño e insípido metálico.


Es así,
la batalla se ha perdido, o tal vez ganado,
ya no importa;
sólo queda el cielo entre las nubes y esa voz enorme,
deforme-infame,
anquisolada que reprende y aniquila...


Más allá de aquel descenso,
el viento sopla desde todas partes...