14/9/08

cazerías, por Ramón Ce Oyarzún






La noche larga de ese veintitantos. El año innombrable de la colonia. Hace tiempo que las bacterias migratorias no venían en tal número desde los pozos acondicionadores. Fue un año nutrido de espectáculos y competencias. Las comunicaciones con tierra estaban muy bien, se decía que eramos moda. Nunca me importó nada fuera de la colonia. Una chica muy guapa que venía de visitar otras cúpulas en la misma luna me ligó una noche inolvidable. Hablamos del fin del mundo y ella me contó que partiría a la tierra en la temporada fértil. Perderás de ver la migración de las bacterias. No importa, una vez que la viste resulta imborrable. Las primeras filas cerca de los filtros se llenaron de turistas y comercio como siempre. Entonces me pareció ver esa figura imposiblemente engrandecida y luego la marea. Durante los años por seguir la busqué y siempre estaba en el mismo día. Un espectógrafo temporal reveló que vendría muchos años después de mi muerte a perforar la cúpula y acabar con la vida en esta luna. Escribí este monolito negro y estoy cifrando la clave en todos los fetos de las próximas gravedades cero. No es una advertencia, no podremos sustraernos a nuestro destino. Lo anotaré en el aura de las próximas mujeres para que me guarden y contengan. Mi espíritu está con todos, no perderemos, aunque este sea el primer y último acto de guerra. Las fotos insisten en que se creerá la guerra como final y definitiva. Pero el tiempo es más que ese límite y espacio no puede con todo, sólo está aliado a nuestra oposición. Sus absorciones aúricas no son distintas a nuestra vitalidad sexual o al apetito caníbal. Ni bueno ni malo sólo que es. Y se expande, y deja de hacerlo, y se contrae. Aprenderemos de esto al final de la guerra que nos devolverá al principio. Esa noche, ¿qué fue? Conversamos de nuestra insolidez neutra, y si me hubiera preguntado ¿qué es el universo...? La epifanía es un símil desde hoy: una pelota de masa perfecta como un huevo maduro hervido, un huevo de cinco meses...