27/9/08

Hitler está vivo, por Miguel Serrano






A pesar de todo, era tal la energía de aquel ser y de su gente que estuvieron a punto de ganarle al mundo en ese combate de titanes, de estrellas y galaxias.

Mi Maestro también vio a Stalin. Le decía: "No podemos más; estamos con el agua al cuello”. Eran las postrimerías de la guerra. Otro poco y todo se cumpliría. Pero el Destino trabajaba: no podía cambiarse. Para el ataque a Rusia se perdieron dos meses decisivos, debiendo Hitler ayudar a Mussolini en Grecia y Yugoslavia. En sólo dos meses conquistó estos dos países; pero los perdió para el verano ruso. Fue fatal. Se aproximaba el final. Vino el desembarco en Normandía y en Italia. La tenaza comenzó a cerrarse. Entonces, mi Maestro escuchó la Voz. Era una sentencia enigmática, que aún hoy no sé cómo interpretar: “Ve donde esa mujer, que teniendo el poder en todas partes no supo reivindicarse”. ¿A quién se refería? ¿A Alemania? Y después, otro día: “En el cielo se ha permitido a Hitler efectuar un acto de suma sorpresa”. No mucho más tarde se desencadenaba la inesperada ofensiva de las Ardennes, con los SS y las últimas fuerzas escogidas de Hitler. Casi, casi, dobló aquí el Destino. León Degrellé me ha contado que todo se perdió por falta de combustible para los tanques y camiones que, sin embargo, pasaron sin ver, a causa de la nieve y la niebla, junto a enormes depósitos de gasolina abandonados por los norteamericanos en su retirada.

En el Apocalipsis, en el Crepúsculo de los Dioses, sucumbió Berlín y el refugio subterráneo de Hitler fue inundado por las llamas y la metralla, envuelto también en la música de las esferas, ejecutada por los héroes del firmamento. Sin embargo, Hitler no murió allí. Fue transportado vivo, lejos de esos territorios.

Desde tiempo atrás, Hitler tenía informaciones directas sobre América del Sur, enviando a investigar a Paul Rohrbach, estudioso del pensamiento alemán y sus conexiones con el mundo. Le hace ir también al Asia Central, Tíbet e India. Estamos citando sólo un nombre. La mayoría de los otros enviados fueron desconocidos.

Cuando todo hubo terminado, mi Maestro escuchó otra vez la Voz que siempre le hablaba: “fue víctima de sus propias creaciones mentales”, le decía. Y entonces vio un espíritu femenino, blanco, que se desprendía y alejaba de una región de la tierra donde había estado encarnado. Era un bello espíritu luminoso. Mi Maestro pensaba que fuera el Espíritu de Alemania, su Alma Colectiva, que la abandonaba. Si observamos la Alemania de hoy, tan diferente, un país de fantasmas obesos, materialistas, país sin alma, la conclusión sería la justa. Podría ser también a este Espíritu Femenino al que se refería la Voz cuando dijo: “Ve donde esa mujer…”.

Pasó el tiempo; del cielo caía esa lluvia de sombras envolventes. Los tentáculos del vencedor iban cubriendo mares, ciudades, continentes. El odio y la venganza, el plan cuidadosamente preparado, la mentira insidiosa, centrados en la educación de la juventud, llevados hasta el alma de niño y del adulto, con el terror al hambre, a la persecución, a la tortura, a la miseria material y moral, reemplazaban el clima heroico, la grandeza solar, los valores de la luz transparente, de la belleza luciferina, del Gral, de la Esmeralda de Hermes, de la Estrella de la Mañana, del Sol negro detrás del Sol amarillo, del Rayo verde detrás del Sol negro. Todo eso moría aquí en la superficie de la Tierra. Morían la sangre, el valor.

Una tarde, de hace ya tantos años, el Maestro me citó en su refugio. Y me reveló el secreto: “Hitler está vivo. No murió en Berlín. Le he visto bajo tierra. Está cambiado, su bigote ahora es largo. Nos contemplamos de frente. Se volvió y se alejó rápido. Le llamé por su nombre, pero desapareció abajo, en una semioscuridad”.

Este secreto lo he guardado por muchos años, porque era peligroso revelarlo y más difícil escribirlo. Una vez dicho, se explicarán mejor las aventuras de mi propia vida, en especial mi viaje a la Antártica, en 1947-1948, en busca del refugio donde creía pudiera encontrarse Hitler, de los Oasis de aguas templadas en medio de los hielos y de la “entrada” al mundo subterráneo.

En plena guerra, a fines de 1943, el Almirante Doenitz había hecho una extrañísima declaración, que reprodujo la prensa mundial y que me había llamado grandemente la atención: “La flota submarina alemana se siente orgullosa de haber descubierto un paraíso terrenal, una fortaleza inexpugnable para el Führer en algún lugar del mundo”. ¿Dónde estaba ese paraíso?

No mucho después de terminada la guerra, Stalin declaraba al Ministro de Relaciones de los Estados Unidos que Hitler no había muerto en el bunker de Berlín y estaba vivo. Hasta el día de hoy permanecen inexplicables las razones políticas de esa declaración, que, en todo caso, correspondía a la verdad, pues los rusos nunca encontraron el cadáver de Hitler o sus restos calcinados. El cuerpo que desenterraron y llevaron luego a Moscú no era el de Hitler. Veinticinco años más tarde, Lev Besymensky publica en Rusia un libro titulado “La muerte de Hitler”, con las fotos y radiografías del presunto cráneo de Hitler, las cuales no coinciden para nada con las radiografías del Dr. Werner Maser, autor del libro “Apellido Hitler, nombre Adolf”, que ha investigado a fondo sobre este asunto, interrogando a Echtmann en 1971, declara enfáticamente que jamás se han encontrado los restos de Hitler, “que ha desaparecido sin dejar rastros”. Lo mismo deberá decirse de Eva Braun.

Otto Skorzeny, además, revela en sus libros que los interrogatorios a los que le sometieron los norteamericanos, mientras le tuvieron preso, volvían siempre, obsesivamente, sobre el mismo asunto: “¿Dónde llevó a Hitler? ¿Dónde le ha ocultado?”.

Un curioso libro publicado en Buenos Aires, en 1947, por un autor que firmaba con un nombre húngaro, Ladislao Szabó, declaraba que Hitler había sido transportado secretamente a la Antártida por un convoy de submarinos alemanes, donde la expedición del Capitán Alfred Ritscher descubriera, a fines de 1938, oasis de aguas y tierras templadas, en los territorios de la Reina Maud.

Así, el Mito Hiperbóreo de la resurrección del héroe, en el Reino de Laurin, en la montaña de Barba Roja, del ave Fénix, se trasladaba a la Tule invertida del Polo Sur. Venía ahora hacia nosotros, los hiperbóreos del Gran Sur. Las visiones se cumplían casi todas. Después el Maestro señalaba un Reino subterráneo, una Agarthi, una Shamballah, en una tierra interior.