25/4/09

Amorimos, por Ramón Ce





poetis mentire licit


a Bogumil Jasinowsky, en Méjico



Los días de Lafinur y Carriego han quedado atrás, ya nadie piensa en escribir si no es para profitar o probarse diestro. Hawthorne denunciaba el extremo caso de un hombre que abandonó a su mujer sin mayor conciencia que extender durante una semana o diez días inclusive su ausencia prometida por sólo tres, volveré a cenar la noche del viernes, para que me aguarden, y con el beso rutinario de matrimonio adentrado en la segunda década de convivencia se despidió de su mujer que habría de vivir viuda durante veinte años, más años de los que conoció casada. Adolece de espacio la entrega, se queja Nathaniel, pues de lo contrario, abundaría en su análisis del siquismo y las razones filosóficas evolucionarias para que un hombre, perfecto padre de familia londinense, se desaparezca de su hogar por veinte años y algunos días, y se dedique a habitar en un cuartucho a escasas cuadras de su residencia, molestándose incluso en espiar la nebulosa viudez de su esposa en espera.

Como decía, los límites son disímiles, hoy, sólo puedo ficcionar el caso tal vez pariente de un mujer que en la primera década del siglo veintiuno, tomó sus bártulos y dejó a su pareja con la que había vivido durante casi diez años, y con la que había concebido una hijita, desolados e inquiriendo al universo dónde se habría metido la fémina. La hiperlegalizada vitalidad de estos tiempos condujeron avisos de desaparición y posteriormente defunción, los tiempos rápidos e hiperventilados resumieron la ausencia a poco más de quince años, tiempo al cabo del cual la mujer regresó, sin mayores explicaciones, a retomar posesión de su lecho y del añejado y deseante sexo de su señor marido, del que no diremos tantas virtudes como las que Hawthorne prodiga a una clásica viuda inglesa de las que el siglo diecinueve, entretenido en colonialismos y expediciones, fue tan pródigo y, por qué no decirlo, ejemplar.

Casi cien años después de la historia de Wakefield, y un poco menos de cien años antes que la historia de la madre desaparecidora, tenemos un relato ínclito en la novela "el halcón maltés", que cuenta de un vendedor en el medio del camino de la vida que sosobra de un accidente fatal. Esta oportunidad le lleva a desparecer de su mujer y su hija universitaria, de quienes está seguro vivirán una vida dispensada de preocupaciones pecuniarias en vista de la holgura de un seguro de vida a poco contratado. El hombre se marcha, muere, y no vuelve a manifestarse, si no es en la confesión tardía y agonizante a un investigador que bien sabemos nunca habrá de denunciarlo; Wakefield se pierde, teme, espía, se tortura y finalmente se resuelve a volver a un tiempo en donde nada cambia, como si hubiera vivido en la alteridad. La mujer desaparece, es asesinada por la sociedad y el preocupado, celoso, desinteresaso e infiel cónyuge.

Historias de suplantaciones abundan en la literatura, Matías Pascal también muere y se convierte en culpable del crimen de su propia muerte hasta el punto de necesitar encontrarse con el autor de su vida-novela. Rip Van Winkle duerme un sueño soñado por Irving donde los límites de su mundo quedan limitados por el tiempo en que se tarda una generación de hombres en crecer y empoderarse de lo que fuera de sus progenitores. Los primeros casos en cuestión son más inocuos, fútiles, indiferencian la ausencia con el viaje y con la presencia, la literatura con la muerte y el tiempo con las relaciones humanas. Pero eso es sólo una conjetura, en la que tal vez podría abundar si el espacio de ahora lo permitiera.