25/5/09

Traigan vino que copas sobran, por Juan Sebastián Oyarzún






Desteñido el sabor del ron por los vaivenes del altamar, navegando en nubes encontré los hielos, libre caída se hizo evidente pues el trago foráneo es para otros climas.

El maloliente callejón trae recuerdos y aunque mi cabeza aún no sabe por dónde andamos, la botella llegó de un sorbo y se acabó con el siguiente, el crápula que invirtió en este barril debiera ausentarse pues el valle central no es de Jamaica y los dulces vinos no son suficientes, el prístino color del pisco sólo se enturbia en el vaso y de esta forma no manchamos la botella pues los barcos se llenan de ellas y vaciando los sentidos obtenemos la tranquilidad propia del estupor deseado.

Me envalentono con pocas copas y la señorita está más ebria que el callejón, la peineta en el bolsillo me dice que la tengo fácil y el borracho a mi lado lleva un traje con pocas manchas, el abrigo de la piel de un tercero me da la seguridad deseada, pero al comprarme un chicle me falta un trago.

Otro negro vacío me asalta con dudas de todo tipo, la chaqueta ya es historia y la señorita es ahora señora; rápidas respuestas que me ponen en cañón, pues la mañana siempre me da sed y a las doce el daño retumba en las ojeras.

Engancho con letras estampadas en botellas, pero parece que el ruso anda esquivo, aunque dicen del vodka y la caña no son cercanos.

El dulce trago se me interrumpe con verdes ojos de espejismo sicodélico, propio de quien mira a través de una botella a medio vaciar, le alcanzo el elixir y la sonrisa, es evidente, mientras se sienta encima. Esta versión más joven de la señora me hace mímicas para que sorbetee con mayor elegancia y así no se despierte la vieja gárgola. Le hago caso y me chupa el pico con cara de que mejor me calle. Le pego un último trago a la botella antes de alcanzarle el concho de la misma a la sirena humanizada para que complete la higiene bucal.

Todavía no me la creo cuando la chapa revienta y entra un gorila con un traje de artes marciales hecho de blue jeans. Me hago el muerto y cuando se da vuelta le rompo una botella en la jeta pensando en victoria. El indestructible Golem criollo se sonríe pensando en quién sabe qué tipo de tortura oriental, pero la gárgola contraataca con perdigones en la espalda. La clon joven, quien ahora viste de cuero, se divierte ahogando al semimuerto quien dispone de unos cuantos minutos para morir feliz. Recibo un trago con la mano izquierda, mientras con la derecha abro la cortina para que la gárgola se vuelva en piedra.

Al terminar la copa aprovecho la distracción y me hago humo con los pocos billetes que encuentro entre las copas y el triunfo de la mañana sin sol.