Era en las cenicientas postrimerías del otoño, en los solitarios archipiélagos del sur.
Yo estaba con los silenciosos pescadores que en el breve crepúsculo, elevan las velas remendadas i trasparentes.
Trabajábamos callados, porque la tarde entraba en nosotros i en el agua entumecida.
Nubes de púrpura pasaban, como grandes peces, bajo la quilla de nuestro barco.
Nubes de púrpura volaban por encima de nuestras cabezas.
I las velas turgentes de la balandra eran como las alas de un ave grande i tranquila que cruzara, sin ruido, el rojo crepúsculo.
Yo estaba con los taciturnos pescadores que vagan en la noche i velan el sueño de los mares.
En el lejano horizonte del sur, lila i brumoso, alguien distinguió una banda de pájaros.
Nosotros íbamos hacia ellos i ellos venían hacia nosotros.
Cuando comenzaron a cruzar sobre nuestros mástiles, oímos sus voces i vimos sus ojos brillantes que de paso, nos echaban una breve mirada.
Rítmicamente volaban i volaban unos tras los otros, huyendo del invierno, hacia los mares i las tierras del norte.
La peregrinación interminable, lanzando sus breves i rudos cantos, cruzaba, en un arco sonoro, de uno a otro horizonte.
Insensiblemente, la noche que llegaba iba haciendo una sola cosa del mar i del cielo, de la balandra i de nosotros mismos.
Perdidos en la sombra, escuchábamos el canto de los invisibles pájaros errantes.
Ninguno de ellos veía ya a su compañero, ninguno de ellos distinguía cosa alguna en el aire negro i sin fondo.
Hojas a merced del viento, la noche los dispersaría.
Mas no; la noche, que hace de todas las cosas una informe oscuridad, nada podía sobre ellos.
Los pájaros incansables volaban cantando, i si el vuelo los llevaba lejos, el canto los mantenía unidos.
Durante toda la fría i larga noche del otoño pasó la banda inagotable de las aves del mar.
En tanto, en la balandra, como pájaros extraviados, los corazones de los pescadores aleteaban de inquietud i de deseo.
Inconsciente, tembloroso, llevado por la fiebre i seguro de mi deber para con mis taciturnos compañeros, de pié sobre la borda, uní mi voz al coro, de los pájaros errantes.
en Los pájaros errantes, 1915