29/6/16

Así fue como la ballena se hizo con su garganta, por Rudyard Kipling




Había una vez, mi niño querido, una ballena que vivía en el mar y comía peces. Comía lubinas y sardinas, salmones y camarones, cangrejos y abadejos, a los meros y a sus compañeros, comía jureles y verdeles y hasta a la en verdad retorcida y escurridiza anguila se comía. A todos los peces que en el mar podía encontrar se los comía con la boca - ¡así! Hasta que al fin sólo quedó en el mar un pececillo, y era un pececillo astuto que nadaba un poco por detrás de la oreja derecha de la ballena para no correr peligro.

Entonces la ballena se irguió sobre su cola y dijo:

—Tengo hambre.

Y el astuto pececillo dijo con astuta vocecita:

—Noble y generoso cetáceo, ¿has probado hombre alguna vez?
—No —respondió la ballena-. ¿A qué sabe?
—Rico —dijo el pececito astuto-. Está bueno, aunque correoso.
—Entonces tráeme algunos —dijo la ballena, y de un coletazo levantó una montaña de espuma.
—Con uno cada vez es bastante —dijo el pez astuto-. Si nadas hasta la latitud de Cincuenta Norte y la longitud de Cuarenta Oeste -es mágica- encontrarás, sentado sobre una balsa, en medio del mar, llevando sólo unos pantalones de lona azul, unos tirantes —no has de olvidar los tirantes, mi niño querido- y una navaja, a un marinero náufrago, que, he de prevenirte, es hombre de sagacidad y recursos infinitos.

Así que la ballena nadó y nadó, tan deprisa como pudo, hasta la latitud Cincuenta Norte y longitud Cuarenta Oeste, y sobre una balsa, en medio del mar, llevando sólo unos pantalones de lona azul, unos tirantes -has de recordar especialmente los tirantes, mi niño querido- y una navaja, vio a un marinero solo, náufrago y solitario que, con los dedos de los pies, iba haciendo surcos en el agua. (Tenía permiso de su mamá para ir a remar, o si no jamás lo habría hecho, porque era un hombre de sagacidad y recursos infinitos).

Entonces la ballena abrió la boca más y más y más atrás hasta casi tocar la cola, y se tragó al marinero náufrago, y la balsa sobre la que estaba sentado, y los tirantes -que no debes olvidar- y la navaja. Se lo tragó todo y lo metió en sus armarios interiores, cálidos y oscuros, luego se relamió los labios... así, y dio tres vueltas sobre la cola.

Pero tan pronto como el Marinero, que era hombre de sagacidad y recursos infinitos, se encontró de verdad en los armarios interiores, cálidos y oscuros de la ballena, empezó a pisotear y a saltar, a aporrear y a chocar, a brincar y a bailar, a golpear y a retumbar, y golpeaba y mordisqueaba, saltaba y se arrastraba, merodeaba y aullaba, saltaba a la pata coja y abajo se venía, gritaba y suspiraba, gateaba y vociferaba, andaba y brincaba, y bailaba danzas marineras donde no debía, y la ballena se sintió muy mal de verdad (¿Has olvidado los tirantes?).

Así pues, le dijo al pez astuto:

—Este hombre es muy correoso y además me da hipo. ¿Qué hago?
—Dile que salga -contestó el pez astuto.

Entonces la ballena, dirigiéndose por su propia garganta hacia sus entrañas, gritó al marinero náufrago:

—Sal fuera y compórtate. Tengo hipo.
—¡Ni hablar! -respondió el marinero-. De eso nada, sino todo lo contrario. Llévame a mi tierra natal y a los blancos acantilados de Albión, y lo pensaré.

Y empezó a bailar más que nunca.

—Sería mejor que lo llevaras a casa —le dijo a la ballena el pez astuto-. Debí haberte advertido que es un hombre de sagacidad y recursos infinitos.

Así que la ballena nadó, nadó y nadó, con las dos aletas y la cola, y con toda la fuerza que el hipo le permitía. Al fin vio la tierra natal del marinero y los blancos acantilados de Albión, se lanzó hasta la mitad de la playa y abrió la boca más y más, de par en par, y dijo:

—Transbordo para Winchester, Ashuelot, Nashua, Keene y las estaciones de Fitchburg Road. Y justo cuando dijo Fitch el marinero salió andando de su boca. Pero mientras la ballena había estado nadando, el marinero, que era, en verdad, una persona de sagacidad y recursos infinitos había cogido la navaja y cortado la balsa convirtiéndola en una reja cuadrada con los tablones todos bien cruzados y la había atado firmemente con los tirantes (¡ahora ya sabes por qué no tenías que olvidarte de los tirantes!) y la arrastró bien sujeta hasta la garganta de la ballena y ¡allí quedó empotrada! Entonces recitó el siguiente Sloka, que, como no lo conoces, pasaré a relatarte:

Por medio de un enrejado
con tu tragar he terminado.

Pues el marinero era, además, de la Hibernia. Y salió andando por los guijarros de la playa y se fue a casa con su madre que le había dado permiso para hacer surcos en el agua con los dedos de los pies, y se casó y vivió feliz desde entonces. También se casó y fue feliz la ballena. Pero desde aquel día, la reja de la garganta, que no podía expulsar tosiendo ni tragar, no le permitía comer más que pececillos muy, muy pequeños, y por eso hoy día las ballenas no comen nunca hombres, niños ni niñas.

El pececillo astuto fue a ocultarse en el barro, bajo los umbrales del ecuador porque tenía miedo de que la ballena estuviera enfadada con él.

El marinero se llevó a casa la navaja. Cuando salió y se puso a caminar por los guijarros de la playa llevaba puestos los pantalones de lona azul. Los tirantes, como sabes, los dejó sujetando la reja. Y aquí se acaba el cuento.

Cuando los ojos de buey de la cabina
los mares tornan verdes y oscuros,
cuando el barco se estremece y se inclina,
y a deslizarse empiezan los baúles,
y el camarero se cae en la terrina,
cuando cual ovillo en el suelo la nana yace,
y mamá te dice que la dejes quieta y dormidina,
y tú no estás despierto, ni aseado, ni vestido.
Bueno, pues por si no lo habías adivinado,
entonces sabrás
que en la Cincuenta Norte y la Cuarenta Oeste estás.



en Precisamente así, 1902



Traducción de Marià Manent