28/9/09

El cielo se cubrió de pájaros, por Ariel Rioseco

Poema 10




Adán mientras vivió
Jamás pudo manosear a Eva.
Jamás salió de su cuarto.
Jamás supo lo que era afuera.
Jamás se lamió la cara.
Jamás dejó entrar otras pinturas.

Con todo ello,
Adán a los treinta era un pervertido;
Como Alicia, la de las maravillas,
Que a los quince era toda una gran puta.
Llena de ademanes, fantasías, variedades y monstruos.

Sin abrazar los días,
Adán y la nada en la misma cama
Dando vueltas y vueltas
Mientras Eva de pie lo mira y espera
Que Alicia se vista
Y se marche de sus sueños
Corrompidos por el olor a quince
Que entre las piernas se escapa
Y hasta la basura de la calle llega
Sin recuerdos que absorban otra cosa
Que no sea carne y sangre,
Que con las manos se aprieta
Y de entre los dedos se escapa.




Inédito, 2005










22/9/09

El don a Adán, por Umberto Eco







¿De qué naturaleza era el don de lenguas que recibieron los apóstoles? Si leemos a san Pablo (Corintios 1, 12-13), podemos suponer que se trata de la glosolalia (y, por lo tanto, del don de expresarse en una lengua extática, que todos comprendían como si fuese su propia habla). Pero si leemos los Hechos de los Apóstoles 2, allí se cuenta que en Pentecostés se produjo un estruendo venido del cielo, sobre cada uno de ellos se posaron lenguas de fuego, y empezaron a hablar en otras lenguas; habrían recibido pues el don, si no de la xenoglosia (o del poliglotismo), al menos de un místico servicio de traducción simultánea. No estamos bromeando: la diferencia no es poca. En el primer caso, les habría sido devuelta a los apóstoles la posibilidad de hablar la lengua santa prebabélica. En el segundo caso, les habría sido concedida la gracia de descubrir de nuevo en Babel, no el signo de una derrota y de una herida que hay que sanar a toda costa, sino la clave de una nueva alianza y de una nueva concordia.

No intentaremos someter las Sagradas Escrituras a nuestros objetivos, como han hecho imprudentemente muchos protagonistas de nuestra historia. La nuestra ha sido la historia de un mito y de una esperanza. Pero cada mito tiene su opuesto, que proyecta una esperanza alternativa. Si nuestra historia no se hubiera limitado a Europa sino que se hubiera podido extender a otras civilizaciones, hubiéramos hallado —en los confines de la civilización europea, entre los siglos x y xi— otro mito, el que explica el árabe Ibn Hazm (cf. Arnáldez, 1981; Khassaf, 1992a, 1992b).

Había en un principio una lengua otorgada por Dios, gracias a la cual Adán conocía la esencia de las cosas, y era una lengua que disponía de un nombre para cada cosa, sustancia o accidente que existiera, y una cosa para cada nombre. Pero parece que en cierto momento Ibn Hazm se contradice, como si la equivocidad procediera sin duda de la presencia de homónimos pero que una lengua pudiera ser perfecta a pesar de contener infinitos sinónimos, a condición de que al nombrar de muchas maneras la misma cosa, lo hiciera siempre del modo adecuado.

Es que las lenguas no pueden haber nacido por convención, puesto que para acordar las reglas los hombres hubieran necesitado una lengua anterior; pero si existía esta lengua anterior, ¿por qué los hombres tenían que tomarse la molestia de construir otra, empresa fatigosa e injustificada? Ibn Hazm sólo tiene una explicación: la lengua originaria comprendía todas las lenguas.

La división posterior (que además el Corán ya contemplaba como un acontecimiento natural y no como una maldición, cf. Borst, 1957-1963, I, p. 325) no fue provocada por la invención de nuevas lenguas, sino por la fragmentación de la única que existía ab initio, y en la que ya estaban contenidas todas las demás. Por esto todos los hombres son capaces de comprender la revelación coránica, cualquiera que sea la lengua en que esté expresada. Dios ha hecho que el Corán esté escrito en árabe solamente para que pueda ser comprendido por su pueblo, y no porque esta lengua disfrute de un privilegio especial. En cualquier lengua, los hombres pueden hallar de nuevo el espíritu, el soplo, el perfume, las huellas del polilingüismo originario.

Intentemos aceptar esta sugerencia que nos llega desde lejos. La lengua madre no era una lengua única, sino el conjunto de todas las lenguas. Quizá Adán no tuvo este don, tan sólo se le había prometido, y el pecado original interrumpió su lento aprendizaje. Pero a sus hijos les queda la herencia de ganarse el pleno y armónico señorío de la Torre de Babel.





en La búsqueda de la lengua perfecta, 1993











14/9/09

La mirada de un genio, por Carlos Almonte







Desde el frío cuarto del vecino, las hormigas caen lentamente traspasando el orificio hurgado con mis manos. La pared se ha restablecido. No hay escape, ya lo he comprobado. Entre un cuarto y otro su mirada se repite, y el recuerdo de sus labios blandos y calientes.

Con esfuerzo enciendo el cigarrillo que ahí se ve, eso que reposa tristemente entre mis labios. Permanezco inmóvil, como si en aquel acto destructivo me instalara entre su cuerpo de sureña larva cristalina. Sin embargo el ruido de nudillos en la puerta logra contraerme y me permite reflejar la transparencia.

Los demás orates en el patio cantan, bailan y enloquecen cada noche un poco más. Me pregunto si aquel humo viene de mi sexo tenso, o tal vez de un pensamiento, o una palabra.

Me revuelco, hiero y pinto con las uñas y la sangre mezclo en mi saliva y mi cabello. Dejo un signo negro como herencia, como altar enfermo, signo de su hálito y pisada.

Miro el vidrio roto y una mano que saluda hacia adelante.
Miro el rastro de la puerta hecha pedazos.
Miro una mirada obscena entre el polvo de ladrillos.

No saludo.
No controlo.
No la miro.

La energía se concentra en olvidar.





2006










7/9/09

Soñé mi génesis, por Dylan Thomas








Soñé mi Génesis en sudores de sueño, irrumpía
a través de la valva giratoria, fuerte
como un músculo motor en el taladro surgía
de la visión y de los nervios espesos como vigas.

Desde los miembros a la medida del gusano, se soltaba
de la carne estriada. Desfilaba
por todas las cadenas de la hierba, metal
de soles en la noche que derrite al hombre.

Heredero de las venas quemantes, guardianes de la gota de amor,
preciosa criatura en mis huesos
yo rondé velozmente el globo que heredara, travesía
por hombre ataviado de noche.

Soñé mi Génesis y morí otra vez, granada
prisionera del corazón en marcha, agujero
en la herida hilvanada y en el viento grumoso, muerte
embozada en los labios que comían el gas.

Puntual en mi muerte segunda señalé las colinas, las cosechas
de cicuta y las matas, mi sangre
enmohecida sobre los calmos muertos, forzaba
mi segunda batalla desde el pasto.

Y el poder contagió mi nacimiento, el segundo
elevarse del esqueleto
y el volver a vestir el fantasma desnudo. La humanidad
escupida desde una pena vuelta a padecer.

Soñé mi Génesis en sudores de muerte
caída por dos veces en el nutricio mar,
vástago rancio de las saladas lágrimas de Adán. Visión
de nueva fuerza humana. Busco al sol.






en Poemas completos, 1981